sábado, 14 de noviembre de 2020

Dónde está mi talento

Los talentos que Dios me ha dado 

15 de Noviembre de 2020

 

"La parábola de hoy habla de nuestras posibilidades y su desarrollo. (Así inicia su comentario Inma Calvo). Según ella, Dios ha dado a cada ser humano diversidad de talentos “conforme a su capacidad”. Y se los ha dado para que los explote y los multiplique. Somos seres inacabados, evolutivos y sociales. Abiertos y en proceso de desarrollo hacia nuestra plenificación."

Es la parábola en que a un criado le dan cinco talentos, a otro le dan dos y a un tercero le dan uno... Así, para que negocien mientras el amo anda de viaje... El primero y el segundo duplicaron lo que habían recibido. En cambio, el tercero lo escondió para no perderlo... por miedo a su señor... Y, claro, cuando el amo regresó le echó la bronca y lo dejó sin nada...

Como comenta José A. Pagola, "es importante que nos centremos en la actuación del tercer siervo, pues ocupa la mayor atención y espacio en la parábola. Su conducta es extraña. Mientras los otros siervos se dedican a hacer fructificar los bienes que les ha confiado su señor, al tercero no se le ocurre nada mejor que «esconder bajo tierra» el talento recibido para conservarlo seguro."

Y ahora viene la pregunta personal: ¿Qué talento he recibido? ¿Qué hago con él? Lo que viene a ser mismo: ¿Qué hago con mi vida? Ahí está la cuestión, porque no es la cantidad de dones o talentos que tengo o he recibido, sino qué hago con ellos. 

Me gusta cómo lo expone Fray Marcos: "-Como seres humanos tenemos algo esencial, y otro mucho que es accidental. Lo importante es la esencia que constituye al hombre como tal. Ese es el verdadero talento. Todo lo que puede tener o no tener (lo accidental) no debe ser la principal preocupación. Los talentos de que habla el evangelio, no pueden hacer referencia a realidades secundarias sino a las realidades que hacen al hombre más humano. Y ya sabemos que ser más humano significa ser capaz de amar más."

Siendo así no es de extrañar que Jesús de Nazaret llegara decir aquello de "hay personas últimas (a las que consideramos últimas) que serán primeras...; y primeras que serán últimas..." Y, en más de una ocasión, nos hemos encontrado con personas sin estudios, sin conocimientos, sin títulos ni propiedades...que nos demuestran una grandísima calidad humana, una gran capacidad de amar.

Me doy cuenta de que, en la sociedad que vivimos, en este mundo lleno de propagandas, de publicidad para el consumo, de los elogios y alabanzas hacia los que tienen, o hacia los famosos, o hacia los poseen grandes dotes físicas, no es fácil enfocar nuestra vida hacia eso que es lo más precioso de la persona: su capacidad de amar. Pero ése es nuestro reto. Ésa es la invitación de la Buena Noticia del Evangelio.

"La parábola del tesoro escondido -explica Fray Marcoses la mejor pista. Somos un tesoro de valor incalculable. La primera obligación de un ser humano es descubrir esa realidad. La “buena noticia” sería que todos pusiéramos ese tesoro al servicio de todos. En eso consistiría el Reino predicado por Jesús."

Si no me siento motivado, si me digo que eso a mí no me va..., ya estoy dando la respuesta. Es como si dijera: Mi vida es mía y hago lo que quiero con ella. Me puedo dedicar a contar mi dinero, a disfrutar de lo que he conseguido, a comer y a dormir... La cuestión está en si eso le da plenitud a mi vida; si eso me hace más humano. Que, al final, es lo que más importa. Habría que decir que cada persona recibe ese talento esencial y principal junto con otros talentos más superficiales y efímeros. Belleza, poder, dinero, influencias, fama... "dones o talentos" que van y vienen y duran el tiempo de un suspiro. En cambio ese don profundo, ese talento que todos recibimos para que vaya creciendo y alcance plenitud, es el que tiene que convertirse en el objetivo principal y final de toda nuestra vida. Nuestra capacidad de amar.

Así dice la canción: Al atardecer de la vida, nos examinarán del amor.

Texto del evanegelio de Mateo (25,14-30)


viernes, 6 de noviembre de 2020

El aceite de nuestra vida

El aceite que alimenta la llama es el amor

8 de noviembre 2020 

La parábola que escuchamos y leemos de la vírgenes que esperan al novio con sus lámparas... formaba parte de  la celebración de una boda. No tenía carácter religioso. El novio, acompañado de sus amigos y parientes iba a casa de la novia para conducirla a casa de su propia familia. En su casa le esperaba la novia con sus amigas, que la acompañaban. Todos estos rituales empezaban a la puesta del sol y tenían lugar de noche, de ahí la necesidad de las lámparas.

Fray Marcos me ayuda a centrar mi atención y comprender mejor el mensaje: "La importancia del relato no la tiene el novio ni la novia, ni siquiera los acompañantes. Lo que el relato destaca es la luz. La luz es más importante que las mismas muchachas, porque lo que determina que entren o no entren en el banquete es que tengan o no tengan el candil encendido. Una acompañante sin luz no pintaba nada en el cortejo. Ahora bien, para que dé luz una lámpara, tiene que tener aceite. Aquí está la madre del cordero. Lo importante es la luz, pero lo que hay que procurar es el aceite..."

Seguro que a lo largo de nuestra vida nos han explicado y predicado un montón de veces el significado de esta parábola. Las vírgenes prudentes y las vírgenes necias. Las que tenían aceite y cuando llegó el novio pudieron acompañarlo y las que no tenían suficiente y se fueron a comprar y no pudieron entrar a la boda... Y se nos hablaba de estar vigilantes, de las buenas obras, incluso de la preparación para la vuelta del Señor o de la muerte...

¿Hacia dónde apunta el mensaje de esta parábola? ¿Qué es el aceite de nuestra vida?

A lo largo de su vida Jesús por medio de las parábolas va apuntando lo que tiene que ser el objetivo de nuestra vida, aquello que hace que una persona sea realmente sensata, que esté centrada, que vaya a lo fundamental. Y vuelve siempre al mensaje inicial de la Buena Noticia del Reino de Dios: Convertíos! Cambiad de estilo de vida. Comenzad a vivir como hermanos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. Si vas a hacer una ofrenda en el Templo y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra tí, deja la ofrenda y ve primero a reconciliarte con él... Entonces persona sensata es aquella que escucha sus palabras y las pone en práctica.

Mi luz, mi aceite. Así lo comenta Fray Marcos: "La luz son las obras. El aceite que alimenta la llama es el amor. El ser sensato no depende de un conocimiento mayor sino de la plenitud de Vida.

Así se entiende que las sensatas no compartan el aceite con las necias. No es egoísmo. Es que resulta imposible amar en nombre de otro. Nuestra lámpara no puede arder con aceite prestado. Dar sentido a la vida no se puede improvisar en un instante. Solo con lo que hay de Dios en mí, descubierto, reconocido, desplegado, puede considerarse encendido nuestro ser... Sin esa llama, seremos irreconocibles incluso para el mismo Dios..."

El sentido de nuestra vida. El objetivo de todo lo que pensamos, organizamos y vamos decidiendo... Ahora, en tiempos de pandemia, de crisis económica y de salud. Yo y tú y todos los que nos rodean andamos a la espera. ¿Del novio que llega? ¿Del trabajo o del negocio? ¿De los problemas de la salud? Y a lo mejor me quedo sin aceite y mi lámpara se apaga, mi vida pierde sentido. Ya no sé si voy o si vengo.

Un último comentario de Fray Marcos: "No es la muerte la que tiene que dar sentido a nuestra vida, sino al revés; sólo viviendo a tope se aprende a morir. Aunque sólo os quedara un segundo de vida, haríais mal en pensar en la muerte. Sería mucho más positivo vivir plenamente ese segundo..." 

Acostumbrados a la luz eléctrica de nuestras casas, nos cuesta hacernos a la idea de una casa, un barrio o un pueblo entero sin luz en las calles, en las avenidas, en las casas y todas sus habitaciones. También se nos hace difícil pensar en quedarnos sin Wifi, sin conexión a internet, sin cobertura... Pues esa energía eléctrica, esa conexión, esa batería... es el aceite de nuestra vida y de nuestra luz. Sólo que en lenguaje de Jesús de Nazaret eso tan básico es el amor. Y si no lo tengo mi teléfono de última generación 5G, mi tablet, mi ordenador, todas las maravillas que pueda tener mi coche moderno, será como si me quedara a oscuras, sin luz, sin cobertura, sin conexión.

Entonces de qué me sirve ganar todo el mundo si pierdo mi vida.

Texto del evangelio de Mateo, 25, 1-13



sábado, 31 de octubre de 2020

Los santos y santas de nuestros pueblos

"Santos sin altares ni devotos"

 1 de noviembre 2020

Nos hemos acostumbrado a oir y decir "Todos los Santos" pensando en todos y todas aquellas personas que la Iglesia ha puesto en los altares, personas a las que se reza, se pide ayuda o intervención o que simplemente se venera y que, en su vida, se destacaron por su gran piedad, por su religiosidad, por sus grandes trabajos, por sus predicaciones, incluso por sus milagros.

No sé si es una deformación; pero creo que, al principio, en las primeras comunidades de seguidores de Jesús, no era así. Por el hecho de aceptar la invitación al seguimiento de la Buena Noticia del Evangelio, las personas que entraban a formar parte eran llamadas "santos y santas"... Porque empezaban a vivir según el nuevo estilo de Jesús, la fraternidad.

Hace unos días leí lo que publicaba Juan Zapatero Ballesteros ("Santos sin altares ni devotos"). Me pareció una reflexión muy interesante y que, hoy, me ayuda a entender mejor el mensaje de este domingo, fiesta de todos los Santos.

En el libro del Apocalipsis se lee: “Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos..."

Y Juan Zapatero comenta: "Una muchedumbre inmensa que no coincide, ni mucho menos, con el número de santos y santas que aparecen en el santoral de la Iglesia católica. Entonces, estos otros santos y santas, ¿quiénes son?; ¿por qué son considerados como santos?; ¿quiénes les ha declarado como tales?"

"Pues sencillamente son los que vienen de la “gran tribulación” que no es otra que la vida misma, la de cada día. La que ha tocado, toca y seguirá tocando vivir a cada persona con más o menos dificultades. Porque aquí es donde se fragua la santidad, y no en otro sitio..."

"Hombres y mujeres que se dejaron y se dejan moldear por el amor, porque, a pesar de poseer muy poco o nada, descubrieron y descubren que esa era y es la mayor de las riquezas, la única que les podía y les puede hacer felices de verdad; dándose cuenta a la vez que, si lo comunicaban y lo comunican, podían y pueden hacer felices también a otras personas. Un “amor” sin epítetos ni calificativos, sin mayúsculas ni minúsculas; un amor sin credos ni ideologías; un amor ajeno al color de la piel y al tipo de lengua. ¡Qué más da! Era un amor que, sin saberlo o no, teniendo o no conciencia de ello, procedía y procede, a la postre, de la intimidad más profunda de sus corazones, el lugar exclusivamente reservado para el más absoluto e infinito de los amores: el Dios de Jesús, del que muchas y muchos nunca oyeron hablar..."

El domingo pasado escuchábamos lo del mandamiento principal. Hoy lo volvemos a escuchar... sencillamente porque, a la hora de calificar a los "santos y santas", sólo tenemos que fijarnos en esa exigencia de la Buena Noticia del Reino de Dios: Amar! , sin necesidad de credos, ideologías, devociones y rezos. Y como dice el evangelio en otro pasaje: Ésa será la sorpresa cuando el Señor diga aquello de "venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, etc..." Esos son los santos y santas de todos los tiempos a los festejamos y celebramos este domingo.

Antiguamente los predicadores y maestros de religión nos señalaban a los santos oficiales como modelos a imitar... Y, pensando e imaginando a los santos de nuestros altares, perdimos de vista a tantos y tantas que, en su día a día, se iban incorporando a esa muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas... que con  su manera de vivir y de actuar iban poniendo esa nota de ternura y compasión que aliviaba las carencias y dificultades de tantas otras personas: José, María, Fernando, Manolo, Pilar, Conchita, Teresa, Isabel, Antonio, Damià, Catalina, Sió, Ramón, Jordi, Paulina, Rami, Charo, Amador, Piedad, John, José Antonio... Todos esos y muchos más me los he encontrado. Creo que todos ellos forman esa cadena de santos y santas que nos ayudan a seguir tras las huellas de Jesús de Nazaret. 

Felicidades! Zorionak! Molt's d'anys!

Texto del evangelio de Mateo (5,1-12)



sábado, 24 de octubre de 2020

El que ama ha cumplido toda la ley

 El mandamiento principal

25 de octubre 2020


Seguimos con el evangelio de Mateo y semana a semana vamos desgranando el mensaje de la Buena Noticia del reino de Dios, cómo Jesús de Nazaret intentaba hacer comprender lo que tenía que ser esencial y principal. Se lo decía y explicaba a su gente, a los de su pueblo, a los judíos como él mismo...
"Esta semana, -nos ofrece la introducción Inma Calvouna vez más, fariseos y saduceos ponen a prueba a Jesús. Le preguntan cuál es el mandamiento principal y el Maestro responde con una enseñanza capital. No solo ensalza el amor a Dios y al prójimo situándolos en el peldaño más alto del pódium. La genialidad está en unir ambos mandamientos de tal forma que se identifican. Si reconocemos la unidad esencial de todo lo que existe, solo tiene sentido hablar de un mandamiento. Incluso deja de ser mandato porque surge de una propia y profunda convicción..." 

Iba a decir que el texto y las diferentes formas de explicarlo lo hemos escuchado hasta la saciedad. Y, sin embargo, creo que o no han sabido explicárnoslo bien o somos un poco duros de entendederas.

Fray Marcos me ayuda con su explicación: "La originalidad de Jesús está en unir los dos mandamientos. De hecho, lo único que hace es citar dos textos del AT. No se trata solo de una yuxtaposición o de una equiparación. Se trata de una identificación en toda regla que, además, prepara el terreno a Juan para poder decir con rotundidad: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34). Es el mandamiento nuevo, que convierte la Ley (las Tablas de la Ley) en vieja. Después de 20 siglos, seguimos sin aceptar la diferencia entre AT y NT."

Esa rotundidad que en las cartas de Juan se repite y se repite debería aparecer siempre en nuestras iglesias, en nuestras eucartistías, en nuestros grupos y comunidades. Nuestro discurso se va por otros derroteros y me temo que las nuevas generaciones (incluso las que se inician a través de la catequesis) perciben algo bien distinto: Los diez mandamientos, las oraciones, los mandamientos de la Iglesia, los sacramentos... ¿Qué es lo esencial? ¿Qué es lo importante?

Vuelvo a echar mano de Fray Marcos: "Cuando seguimos proponiendo los mandamientos de “la Ley de Dios” como marco para la vida de la comunidad, es que no hemos entendido el mensaje de Jesús. S. Agustín lo entendió muy bien cuando dijo: “Ama y haz lo que quieras”. Pero Pablo lo había dicho con la misma claridad: “Quien ama, ha cumplido el resto de la Ley”. No se trata de una nueva ley, sino de hacer inútil toda ley, toda norma, todo precepto."

¿Verdad que suena muy fuerte eso que dice San Agustín? ¿O lo que dice el mismo San Pablo? En realidad sólo están subrayando lo que dice el evangelio de Mateo y lo que escribía Juan en sus cartas... ¿Cómo nos sonaría que el cura nos dijera en misa? "-Mirad, amigos, amad y haced lo que queráis..." Bueno, a lo mejor es que eso de amar no se nos da bien y entendemos lo que no es...

Una nota más para ir pensando. "A Dios no se le puede amar directamente ni mucho ni poco, porque no le podemos conocer. Dios no es un sujeto con el que me pueda encontrar... Dios y el prójimo no se pueden separar... Demuestro que estoy abierto al amor si amo a todos. Si dejo de amar a una persona, puedo estar seguro de que lo que me mueve no es amor, sino egoísmo, instinto, pasión, interés o la simple programación... (Fray Marcos)

"Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo..." Ser tierno, cariñoso, atento, que me fijo en los detalles, en los pequeños, en los necesitados, en los que no tienen importancia, ni fama, ni riquezas, ni son sabios o muy inteligentes... Parecernos a nuestro Padre. Algo así tendría que ser nuestro objetivo y nuestro programa. Aprender a amar.

Texto del evangelio de Mateo (22,34-40)


sábado, 17 de octubre de 2020

A Dios lo que es de Dios

"A Dios lo que es de Dios" 

18 de octubre

Una frase que hemos escuchado muchas veces: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"... A Jesús le preguntan por aquello de si hay que pagar los impuestos al emperador, a Roma; si está bien o habría que negarse...

Como comenta Inma Calvo en la introducción de los textos de este fin de semana: "El evangelio del denario del César, que leemos este domingo, nos lleva a reflexionar sobre nuestras sociedades. Es importante entender que no se habla de un duelo entre el poder civil o el religioso. Jesús aboga por la fraternidad y no por el poder, que siempre corrompe si no se entiende como servicio."

Sin embargo, demasiado a menudo hemos escuchado reflexiones en el sentido de que existe una separación de mundos y realidades: las cosas de Dios y las cosas del César (de la política, de los negocios, de las empresas, de las cosas de este mundo, vaya!). Y así nos hemos encontrado con situaciones que, si las piensas bien, resultan realmente escandalosas. Como que se podía ser un buen cristiano (un buen católico) yendo a misa y cumpliendo con lo que mandaba la Santa Madre Iglesia y, al mismo tiempo, se podía contratar a un inmigrantes con salarios de miseria, tener sirvientas abusando de su tiempo, de su horario y pagándoles como si fuera una limosna... O empresas que podían acumular beneficios increíbles al tiempo que los trabajadores eran explotados... A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

El otro día, en la reunión de Cáritas, Iñaki nos comentaba precisamente este evangelio y nos hacía esa pregunta: "-¿Qué es de Dios?" Y nos señalaba que de Dios es sencillamente el hombre. Y, a partir de ahí, podemos deducir que todo lo que va contra el hombre (contra cualquier hombre, mujer, niño, niña, anciano, anciana) va contra el mismo Dios, contra su plan, contra la finalidad misma de la vida. 

"La exégesis moderna, escribe José Ant. Pagola, no deja lugar a dudas. Lo primero para Jesús es la vida, no la religión. Basta con analizar la trayectoria de su actividad. Se le ve siempre preocupado por suscitar y desarrollar, en medio de aquella sociedad, una vida más sana y más digna..."

Siempre nos resulta más fácil cumplir con Dios y con la Iglesia en aquellas cosas que son ritos, ceremonias, rezos y devociones... al tiempo que dejamos aparte todo lo que atañe a nuestra sociedad, a nuestras relaciones laborales, a todo eso que llamamos política. De ahí, también, la frase de "yo no me meto en política".

"Al preguntar por la imagen, comenta Fray Marcos, Jesús está haciendo clara referencia al Génesis, donde se dice que el hombre fue creado a imagen de Dios. Si el hombre es imagen de Dios, hay que devolver a Dios lo que se le ha escamoteado, el hombre. La moneda que representa al César, tiene un valor relativo, pero el hombre tiene un valor absoluto, porque representa a Dios. Jesús no pone al mismo nivel a Dios y al César, sino que toma claro partido por Dios. Esta idea es una de las claves del mensaje de Jesús..."

Siguiendo el hilo de estas reflexiones, me pregunto cómo entiendo yo el reino de Dios del que Jesús de Nazaret habla siempre. El aceptar la invitación que me hace me afecta en algo? Puedo seguir tan tranquilo pensando que yendo a misa, rezando y recibiendo los sacramentos ya cumplo con Dios, ya doy a Dios lo que es de Dios? O acaso me está señalando un camino de cambio y conversión? Porque resulta chocante que, al final, el mensaje de Jesús sobre el reino de Dios lo hemos traducido en una religión con su jerarquía y organización mientras que lo de la fraternidad, la compasión, la atención a los desvalidos, a los marginados, a los oprimidos... se podría decir que se lo dejamos a "los misioneros y misioneras", o todo lo más a los curas y monjas.

Sencilla y clara hace su reflexión final J.A.Pagola: "A veces, los cristianos exponemos la fe con tal embrollo de conceptos y palabras que, a la hora de la verdad, pocos se enteran de lo que es exactamente el reino de Dios del que habla Jesús. Sin embargo, las cosas no son tan complicadas. Lo único que Dios quiere es esto: una vida más humana para todos y desde ahora, una vida que alcance su plenitud en la vida eterna. Por eso nunca hay que dar a ningún César lo que es de Dios: la vida y la dignidad de sus hijos."


sábado, 10 de octubre de 2020

He recibido una invitación

 11 de Octubre de 2020

He recibido una invitación

¿Cuántas veces hemos escuchado en boca de Jesús de Nazaret aquello de "el reino de los cielos se parece a..."?

Y sirviéndose  de las situaciones y escenas que todos conocían trataba de hacerles entender cómo vivir y cómo actuar para asemejarse cada vez más a lo que Dios quería y esperaba de cada uno.

Hoy la parábola, la historieta, es la de la boda del "hijo del rey"...  Claro, el rey manda primeramente la invitación a los importantes, a los dirigentes, a los sabios y entendidos... Pero no quisieron ir. Tenían negocios que atender, tierras que cuidar, otros intereses, vaya! Eso no le gustó nada al rey; pero ya estaba todo preparado: el banquete, la fiesta, el baile... Entonces manda a sus criados que vayan a los cruces de los caminos y que inviten a todos los que encuentren...

Y ahí viene el primer mensaje de Jesús. Cada uno de nosotros ha recibido esa invitación. Así lo comenta Fray Marcos: "Dios llama a todos, hoy como ayer. La respuesta de cada uno puede ser un sí o un no. Esa respuesta es la que marca la diferencia entre unos y otros. Si preferimos las tierras o los negocios, quiere decir que es eso lo que de verdad nos interesa. El banquete es el mismo para todos, pero unos valoran más sus fincas, sus negocios, y no les interesa. Todo el evangelio es una invitación. Si no respondemos que sí con nuestra vida, estamos diciendo que no..." 

Demasiado a menudo, al escuchar la parábola, miramos hacia el pueblo judío pensando que ellos rechazaron la invitación. Creo, sin embargo, que es un error por nuestra parte. La invitación que hace va dirigida a todos, más allá de la religión, más allá de la raza, el sexo o lugar de origen. Sí, incluso por encima de la Iglesia católica. Porque la invitación no es a entrar en la Iglesia, bautizarse, recibir los sacramentos y hacer las oraciones que nos enseñan... Se trata de una fiesta a la que Dios invita a todas las personas. 

Me gusta cómo lo comenta José A. Pagola: "En la parábola, cuando los que tienen tierras y negocios rechazan la invitación, el rey dice a sus criados: «Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda». La orden es inaudita, pero refleja lo que siente Jesús. A pesar de tanto rechazo y menosprecio habrá fiesta. Dios no ha cambiado..." 

Y esa fiesta, a mi modo de entender, no es algo pensado para la otra vida. Eso también lo hemos escuchado. Como que todo lo de ahora es un valle de lágrimas y tenemos que aguantar para poder ir al cielo donde... Pienso más bien que Jesús miraba a la gente, a su gente, a los pobres de los pueblos que recorría, a los endeudados, a los que carecían de casi todo, a los marginados, enfermos, leprosos, mendigos... Y veía ya en su mente y en su corazón, la nueva humanidad, el reino de los cielos.

Ésa era la buena noticia, el mensaje que diera aliento y ánimo y llenara de esperanza a los que se veían arrinconados, humillados, sin medios y sin apoyo. Y Fray Marcos lo comenta así: "Efectivamente, es la mejor noticia: Dios me invita a su mesa. Pero el no invitar a mi propia mesa a los que pasan hambre, es la prueba de que no he aceptado su invitación. La invitación no aceptada se volverá contra mí. Sigue siendo una trampa el proyectar la fiesta, la alegría, la felicidad para el más allá. Nuestra obligación es hacer de la vida, aquí y ahora, una fiesta para todos. Si no es para todos, ¿quién puede alegrarse de verdad?"

Ahí es donde me siento cuestionado. Estoy invitado a la fiesta, a la boda, a entrar en el reino de los cielos; pero si no soy capaz de ver y sentir a los marginados, a los mendigos, a los inmigrantes olvidados, a los que no son de mi tierra, de mi religión, de mi raza o incluso de mi sexo... eso significa que no he entendido la invitación.

Hay como una nota discordante en la narración. Algo que parece extraño en boca de Jesús de Nazaret. Posiblemente la primera comunidad de seguidores la incluyó para hacer entender que formar parte de los seguidores del Maestro significaba comprometerse de verdad y vivir a la manera de Jesús mismo.

Lo comenta muy bien Inma Calvo en la presentación de los comentarios de este domingo. Dice así: "La parábola de este domingo nos habla de esos invitados al banquete. Hay una primera enseñanza que es la universalidad de la llamada de Dios. Y termina con algo que nos inquieta: aquel que sacan de la fiesta por no llevar el traje adecuado. Si lo habían invitado a última hora y estaba por los caminos. De nuevo ese contraste semita que pone el foco en un detalle y ahí está la clave de interpretación de la metáfora. ¿No será la fraternidad ese traje?..." 

Tendremos que revisar nuestros armarios a ver si tenemos ese traje... Si no, yo mismo me excluiré de la fiesta, del reino de Dios. Y a la hora de rezar la oración de Jesús tendré mucho cuidado al repetir sus palabras: -"Venga tu reino... Y hágase tu voluntad..." Porque ahí entra eso del traje de fraternidad y el intentar que todo eso que tanto deseo ( y que lo iba dejando para el más allá) se vaya cumpliendo en esta vida y vaya llegando a todos y a todas.

Texto del evangelio de Mateo (22,1-14)


sábado, 3 de octubre de 2020

Qué espera Dios de nosotros

 4 de Octubre de 2020


"La parábola de los «viñadores homicidas»,
escribe José A. Pagola, es tan dura que a los cristianos nos cuesta pensar que esta advertencia profética, dirigida por Jesús a los dirigentes religiosos de su tiempo, tenga algo que ver con nosotros..."
Y cuenta así: "Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían..." Y... esos labradores no sólo no entregaron los frutos sino que mataron a los criados y finalmente también al hijo que fue en nombre de su padre a reclamar lo que le debían...
Es una parábola que hemos escuchado en otras ocaciones y que, sin prestarle mucha atención, hemos aplicado a los dirigentes del pueblo judío que no aceptaron el mensaje de Jesús y terminaron haciéndolo crucificar. Nos decimos que nosotros (los cristianos) somos ahora el "pueblo de Dios" y que Jesús está con nosotros (nos lo hemos apropiado). Por eso toda esa parábola no va con nosotros.
"La parábola,comenta J.A. Pagola, está hablando también de nosotros. Dios no tiene por qué bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué identificarse con nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad. También ahora Dios quiere que los trabajadores indignos de su viña sean sustituidos por un pueblo que produzca frutos dignos del reino de Dios."
¿Qué espera Dios de nosotros? Cuando Jesús proclamaba su mensaje y se dirigía a la gente y a los dirigentes religiosos de su pueblo (doctores, escribas, fariseos) ¿qué les pedía? ¿qué les echaba en cara?
Cuidado! No tenemos que equivocarnos. A lo largo de los siglos hemos ido recibiendo una imagen de los dirigentes del pueblo judío culpables del rechazo del enviado de Dios y que lo entregaron al poder de los romanos para que lo ejecutaran en la cruz... Por eso escribe Fray Marcos: "Tendremos verdadera dificultad en aplicarnos la parábola si partimos de la idea de que aquellos jefes religiosos eran malvados y procedían con mala voluntad. Nada más lejos de la realidad. Su preocupación por el culto, por la Ley, por defender la institución, por el respeto a su Dios, era sincera. Lo que les perdió fue la falta de autocrítica y confundir los derechos de Dios con sus propios intereses..."
Ser seguidores de Jesús de Nazaret, pues, es mucho más que bautizarse, recibir los sacramentos, ir a misa y practicar toda una serie de devociones. Creo que Jesús quería que la gente, su propio pueblo, fuera mucho más allá de la Ley y el Templo; que centrara su vida en algo que afecta a la vida misma, que hace que la persona sea más humana, más parecida a Dios mismo que es, ante todo, compasión y ternura. Y los frutos que espera de cada uno de nosotros es aquello por lo que nos pedirán cuenta en el juicio final... La imagen de un juicio en el que relata lo de: "tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis..."
Si eso es lo que se espera de nosotros, no resulta demasiado difícil mirar alrededor y descubrir tantas y tantas personas (hombres, mujeres y niños) que presentan, precisamente, todas esas carencias: inmigrantes llegados hasta nuestros pueblos en busca de comida, vivienda, trabajo, salud; familias que se han quedado sin trabajo; personas mayores dejadas de lado u olvidadas..., etc.
Lo que Dios espera de nosotros... Fray Marcos lo comenta con mucha más agudeza y con mayor conocimiento: "¿Qué espera Dios de mí? Dios no puede esperar nada de mí porque nada puedo darle. Él es el que se nos da totalmente. Lo que Dios espera de nosotros no es para Él, sino para nosotros. Lo que Dios quiere es que todas y cada una de sus criaturas alcance el máximo de ser. Como seres humanos, tenemos que alcanzar nuestra plenitud, precisamente por nuestra humanidad. Desde que nacemos tenemos que estar en constante evolución. Jesús alcanzó esa plenitud y nos marcó el camino para que todos podamos llegar a ella..."
O sea que alcanzar mi plenitud como persona es ser lo más humano posible, sentir que las personas que me rodean son parte de mí, o al revés, yo soy parte de ellas. Y su hambre, su sed, su falta de vivienda, su falta de salud, su opresión, su marginación, sus carencias y su miseria son mías también. Y sólo si echo una mano en hacer un mundo más humano, más justo y solidario, iré alcanzando mi plenitud.
Eso es lo que Dios espera de mí.
Texto del evangelio de Mateo (21,33-43)


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