domingo, 27 de octubre de 2013

Seguros de sí mismos...

Domingo 27 de octubre de 2013

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Os digo que éste bajó a su casa justificado...“
Evangelio 27 de octubre 2013 color
Leyendo y escuchando la parábola de Jesús de Nazaret ("Dos hombres que subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano..."), me doy cuenta de que muy a menudo los que nos decimos seguidores de Jesús "nos sentimos seguros" y, en algún momento, llegamos a tenernos por mejores que los otros.
Eso nos viene de lejos. Se nos decía tanto lo de que "fuera de la iglesia no hay salvación", que nuestra religión es la verdadera, que los demás son unos infieles o unos fanáticos o simplemente están en el error.
Por eso hoy me pregunto: Estoy realmente seguro? De qué?
Hubo un tiempo en el que mis prácticas religiosas, mis oraciones, mi asistencia a la misa, los sacramentos, el esfuerzo por cumplir los mandamientos... Todo eso me parecía que ya era un verdadero seguro de vida. Seguro para la "vida eterna".
Ahora, pensándolo bien, no dejo de sonreír al darme cuenta que, en el fondo, me parezco al fariseo de la parábola mucho más de los pensaba. 
¿Existe realmente un seguro de vida eterna? Es duro que se nos aplique la parábola a nosotros mismos. Dijo esta parábola "a algunos que se sentían seguros de sí mismos..."
Resuena siempre en mi interior las palabras de Jesús: "Convertíos, cambiad, dad la vuelta a vuestra vida...; si no lo hacéis no podréis entrar en el reino de Dios". Y ese cambio nos quita toda la seguridad en nosotros mismos. Dejamos de ser los amos y emprendedores para convertirnos en los pobres criados y servidores que sólo hacemos los que nos han mandado...
Al final sólo me quedan los puntos de referencia que nos ha dado Jesús de Nazaret:
Dios es nuestro padre. Busca, desea y espera de nosotros una humanidad nueva basada en el amor, en la solidaridad, en la compasión, en compartir (de manera especial) con los más humildes y necesitados. Y para eso nos reunimos y celebramos los acontecimientos de nuestras vidas. Como decían los primeros cristianos: "celebramos la muerte de Jesús..." mientras esperamos la llegada del reino de Dios a nuestras vidas, a nuestro mundo intentando que nosotros mismos nos convirtamos en alimento y bebida para los demás.
Texto del evangelio de Lucas (18,9-14)

jueves, 24 de octubre de 2013

¿Santos hoy en día?



Canonizaciones

J. I. González FausHoy se recurre demasiado a la ciencia al hablar de Dios, pero la ciencia tiene poco que decir al respecto. Pretender que la clásica pregunta “por qué existe algo y no más bien nada” queda respondida por la ciencia con el big-bang y la evolución, es una majadería: pues esa respuesta no hace más que retrasar la pregunta: “por qué ha habido un big-bang y no un big-nothing”. El tema Dios no es cosmológico sino antropológico. Sin embargo, la ciencia puede exigir algo en el campo de la fe: como mínimo esa coherencia con la razón que tanto buscó el papa Ratzinger.
Y aquí entra el tema de este artículo: porque las canonizaciones exigen milagros; y no me parece muy razonable la manera como se aborda en nuestra Iglesia el tema del milagro.
No es momento de discutir ahora si Dios puede o no “quebrantar las leyes de la naturaleza” que se supone preceden de Él, aunque parece claro que no es ése su modo de proceder. Lo que nos ha ido enseñando la ciencia es que nosotros no conocemos del todo esas leyes de la naturaleza (y menos si entra en ellas nuestro complicado psiquismo). Declarar que la ciencia no puede explicar hoy una curación, no garantiza que no será explicable dentro de unos años o siglos, difuminando su condición milagrosa al abrir otras explicaciones posibles. El rigor científico nos obligaría a reclamar como milagros para una canonización curaciones como la que se cuenta del cojo de Calanda: reaparición de miembros amputados o cosas así. De eso sí que podemos decir con seguridad que la ciencia nunca podrá explicarlo, caso de producirse.
Pero, aunque tuviéramos un caso de ésos, tampoco podríamos afirmar con pleno rigor que ha sido debido a la intercesión de tal difunto concreto: ¿cómo excluir que, mientras unos amigos o parientes, estaban rezando por aquel enfermo al beato Josemanuel, otros en otro lugar u otras monjas contemplativas estuvieran rezando al beato Joseantonio? ¿Cómo sabríamos entonces a quien atribuir el milagro? Si viviera hoy Luciano de Samosata (que escribió un par de diálogos irónicos metiéndose con los cristianos de su época), sería fácil imaginar que escribe otro diálogo, en el que dos candidatos a  santo se pelean en el cielo por la paternidad de un milagro, como se peleaban las mujeres de Salomón por la maternidad de un niño… Yo no quiero ser volteriano como el de Samosata, pero tampoco quisiera dar ocasión para que otros lo sean.
Por si fuera poco, da a veces la sensación de que los candidatos a los altares sólo pueden hacer milagros si proceden de ambientes ricos. Ser santo cuesta mucho dinero. Y eso tampoco es indicio de mucho rigor científico. En la historia de la Iglesia llama la atención la gran superioridad numérica de santos canonizados ricos, sobre santos pobres. Ello no obedece a ninguna mala intención; es simplemente consecuencia de unas estructuras y normas que favorecen que los ricos puedan ser canonizados con más facilidad que los pobres. Lo cual tampoco es indicio ni de mucha racionalidad ni de mucha conformidad con el evangelio.
A estos factores objetivos se añaden hoy otros de corte más subjetivo: desde hace tiempo parece que la institución eclesial busca canonizar a gentes que fueron defensoras de la actual estructura eclesiástica, sugiriendo así de matute la idea de que la Iglesia no necesita ninguna reforma, puesto que ha producido tales santos. Antaño se destacaba como una de las cosas admirables de la Iglesia católica que era capaz de canonizar a aquellos mismos a los que había perseguido. No hay espacio para mostrar cuánta verdad contiene esa observación, pero hoy ya no parece así: sólo parecen canonizables los defensores del sistema. Los hombres o mujeres incómodos suelen estrellarse contra un muro de reticencias. O, en todo caso, se los beatifica “con guardaespaldas” como se hizo con el bueno del papa Roncalli, emparejándolo con su antítesis más acabada: Pío IX.
Este modo de obrar también resta credibilidad al procedimiento. Y no digamos cuando, tras historias de enfrentamientos bélicos, se canoniza sólo a gente de uno de los dos bandos: se arguye que esa canonización “no se hace contra nadie”; pero lo que se calla (poco honradamente) es que sí resulta en favor de un bando.
Hace poco se me quejaba un señor, buen amigo y esforzado creyente, porque no podía entender “cómo la Iglesia canoniza a un hombre que llegó a presentar como modelo para la juventud al monstruo corruptor de Marcial Maciel. Sin saberlo, por supuesto pero, de todos modos, es un riesgo que no debería correr la Iglesia. Pensemos qué habría pasado si en esa ignorancia hubiese incurrido Msr. Romero”…
Hasta aquí mi amigo. Le respondí dos cosas: la primera el célebre aforismo atribuido a santo Tomás y que desmitifica todo ese mundo de las canonizaciones: “si alguien es sabio, que nos enseñe; si es prudente, que nos gobierne; si es santo… que rece por nosotros”. Y la segunda que el magisterio eclesiástico, tal como se ejerce hoy en día, siempre se guarda un comodín en la manga: quien consulte los libros más clásicos de teología, encontrará que al canonizar a un santo, la Iglesia “sólo compromete su autoridad en asegurarnos que esa persona está en el cielo”. La verdad es que para semejante viaje hasta el cielo no se necesitaban tales alforjas de canonizaciones.
Pero dicho esto, debí haber añadido otra cosa a mi amigo: hoy sólo se nos presenta a los santos como intercesores y no como interpeladores para nuestras vidas; preferimos santos que nos hagan favores pero que nos dejen tranquilos. La intercesión es verdadera para un creyente. Pero no es más que un aspecto de “la comunión de los santos”. Ahí, la verdadera perla de esa comunión es María, la joven campesina de Nazaret. Y el comprensible sentimiento de confianza en la intercesión de seres que nos fueron cercanos y queridos, no necesita canonizaciones.
Pero esa decantación de la santidad hacia la intercesión y no hacia la interpelación a nuestras vidas, amenaza con teñir de idolatría el culto a los santos: el pueblo de Israel cayó constantemente en la idolatría porque, frente a la grandeza indefinible de Yahvé, los pueblos cercanos tenían dioses más concretos: uno para la agricultura, otro para la fertilidad de la mujer, otro para las enfermedades o para las guerras… Y resultaba mucho más cómodo y tranquilizador dirigirse a ellos. Nosotros hacemos lo mismo con los santos: tenemos uno para las cosas perdidas, otro para males de garganta, otro que “como es un santo casamentero –pidiendo matrimonio le agobian tanto–” (claro que eso debía ser antes, porque ahora…). Y así sucesivamente.
Total: que quizás sí que esto de las canonizaciones se merecería un buen repaso. Sosegado y tranquilo, pero que ya sería hora de ir comenzando
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domingo, 20 de octubre de 2013

¿Encontrará fe?

Domingo 20 de octubre de 2013

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Me llama la atención en el texto del evangelio de este domingo esa palabra final de Jesús de Nazaret: "Cuando venga el hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?"
Supongo que en toda época y sociedad se ha vivido la parábola que propone Jesús a sus discípulos. El juez injusto que ni teme a Dios ni le importan los hombres... Poderosos, políticos, empresarios, gobernantes, jefes, directores, incluso a niveles más bajos, que su manera de pensar y de actuar es la que cuenta la parábola.
Y nosotros, los que nos llamamos seguidores de Jesús, nuestro Maestro, somos espectadores de una realidad dura y compleja en la que los pobres, los humildes, los inmigrantes, los que menos posibilidades tienen (los marginados y olvidados) tratan de sobrevivir y presentan el rostro de una humanidad violentada, oprimida y despreciada...
Y rezamos en nuestras iglesias o en nuestras casas: "Que venga tu reino...!" Que llegue tu justicia. Que se haga realidad la humanidad nueva...
Y nos preguntamos, como hace Jesús, ¿Es que Dios no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?
Seguro que el clamor de tantas personas que sufren esa violencia en sus carnes llega a los oídos de Dios. Seguro que ese clamor ya le ha puesto dolor de cabeza y de corazón...
Me pregunto si nosotros, seguidores y discípulos, gritamos también a tantos "jueces injustos", si nuestras oraciones se convierten en clamor, en gritos y exigencias de justicia y solidaridad, si nuestra actitud y modo de actuar puede llegar "a fastidiar" a políticos y gobernantes, a los poderosos, a los jueces, a los empresarios, a los que mandan y dirigen nuestra sociedad.
O acaso vamos perdiendo la fe y confianza en la buena noticia del evangelio.
El aviso que da Jesús: "encontrará fe en esta tierra", no nos lo dice también a nosotros?
Siempre me lo pregunto: ¿Creo de verdad en ese mundo nuevo del que habla Jesús? Acepto, seriamente, que Dios es nuestro padre y nos pide que seamos hermanos? Doy más importancia a la compasión o a la ley? Me preocupa más la iglesia y las cosas religiosas o el mundo que nos rodea con tantas injusticias, tanto abuso y tanto atropello?
Me pregunto si la fe que tenemos es una fe de iglesia en lugar de una fe en el mensaje de Jesús...
Espero que no se nos apague la fe en Jesús de Nazaret.

Texto del evangelio de Lucas (18,1-8)

domingo, 6 de octubre de 2013

Lo que tenía que hacer...

Domingo 6 de octubre de 2013 

"Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.”.
Evangelio domingo 6 octubre 2013 color
Hay una súplica en el texto de hoy (de Lucas, 17, 5) que nos han dicho y repetido muchas veces: "Auméntanos la fe..."
A lo largo de muchos años he venido pensando que era algo que se pedía y ya está. Dios nos daba o Jesús nos la daba y así seríamos mejores.
Hoy en día, prefiero escuchar esa súplica desde otro punto de vista. Al hablar de fe entiendo que hablamos de confianza, de fiarnos de alguien, de aceptar de verdad... Y eso se refiere, creo yo, a la buena noticia de Jesús de Nazaret. Ese estribillo, clave en su mensaje, mediante el que nos estimula a "cambiar" y vivir de otra manera. Porque Dios es nuestro padre (nuestro papá) y quiere que entendamos que lo importante es una vida de solidaridad, de hermandad, de compasión y ternura. Que no quiere ni puede consentir que haya entre nosotros personas que sufren violencia, desprecio, abandono, olvido y opresión.
Y claro, cuando vemos la realidad que nos rodea, nos entra un desánimo y desaliento que hacen que veamos la buena noticia como algo imaginario y utópico, como un sueño. 
¿Qué podemos hacer?
Ante ese modo de vida tan egoísta que plantea nuestra sociedad, la política y los gobernantes, los poderosos y los financieros, las grandes empresas y los grandes comerciantes... Todo contaminado por ese afán de lucro, de ganancia, de poder, de dinero... que tiene como consecuencia la marginación de muchísimas personas, la violencia, la opresión, el desprecio y el olvido de los débiles.
Y encontramos todas esas personas que acuden a Cáritas en busca de ayuda, de trabajo y de alimentos. O en las ONGs, como Karibu, con la llegada de inmigrantes africanos que traen reflejado en sus caras el sufrimiento, las carencias y esa marginación en la que se sienten colocados...
¿Qué podemos hacer?
Voy a clamar, también yo, que me aumente la fe, que no me canse ni dude de su buena noticia.
Y que, al final del día, pueda decir como cualquier criado o servidor: "Soy un pobre siervo, he hecho lo que tenía que hacer..."
Texto del evangelio de Lucas (17,5-10)


Yo soy el buen pastor

...que se entrega por sus ovejas 21 de abril 2024 El texto del evangelio de Juan que escuchamos este domingo 4º de Pascua nos habla del &quo...