martes, 13 de agosto de 2024

Mi carne es verdadera comida


Mi sangre es verdadera bebida

18 de agosto 2024

Continuamos con la lectura del capítulo 6 del evangelio de Juan. Es todo un discurso pronunciado en la sinagoga de Cafarnaún. Un discurso que, a mi modo de entender, es una profunda reflexión de la comunidad cristiana de Juan. Catequesis, teología, vida de comunidad...

Se trata de profundizar y asumir la "nueva vida" como seguidores del Maestro.
Y, por otra parte, utiliza toda una serie de conceptos y expresiones que están muy lejos de nuestra cultura y nuestro modo de entender y explicar. Además, si miramos y leemos el texto de los otros evangelios, nos daremos cuenta de la gran diferencia en cuanto al lenguaje y comunicación. El lenguaje sencillo con que Jesús se dirigía a la gente ha desaparecido. Podríamos decir que Juan utiliza un lenguaje místico que sólo los iniciados son capaces de entender.

Ya en los domingos anteriores nos vimos obligados a reflexionar sobre esas expresiones: "Yo soy el pan de la vida" - "El que come de este pan vivirá para siempre". En el texto de este domingo nos encontramos con esa insistencia: "Mi carne es verdadera comida - Mi sangre es verdadera bebida" - "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día"...

Estoy convencido que también nosotros, al igual que los judíos que le escucharon, protestamos al oír esas sentencias. Comer su carne, beber su sangre... La tradición de la Iglesia nos ha ido explicando e instruyendo para que entendamos esas palabras refiriéndonos a la Eucaristía. 
Comemos ese pan ácimo y bebemos el vino que, por las palabras pronunciadas por el sacerdote, se convierten en el cuerpo y sangre de Jesús.
Una manera espiritual de entender todo eso que dice el texto del evangelio. De esa manera ya no nos importa que nos digan que tenemos que comer la carne y beber la sangre...del Maestro.

Nuevamente quiero reflexionar y comunicar lo que significa para mí. 
Así pues, ese comer la carne y beber la sangre (aparte de que tanto a los judíos como a nosotros nos da algo más que reparo el pensarlo) es una invitación a vivir el mensaje central de Jesús siguiendo sus huellas, caminando detrás de él, intentando cambiar hasta convertirnos en verdaderos hijos de Dios.
Si nuestra participación en la misa, en la eucaristía, en los ritos que se celebran en la iglesia, no nos llevan a un acercamiento cada vez mayor al estilo de vida de Jesús, toda esa celebración será una actividad vacía y carente de sentido.
Aunque se exprese de ese modo en el evangelio de Juan, me parece que Jesús no hablaba de comer su carne y beber su sangre... Algo que cualquier judío rechazaba y era totalmente contrario a sus tradiciones y costumbres. Lo que significa que estaba hablando de otra cosa.

Su carne, su sangre... su persona. Tal vez podríamos entender que Jesús nos invita a descubrir, también nosotros, la vida misma de Dios. Un Dios cercano (como nuestro Abbá=papá), que espera de nosotros un tipo de vida solidaria y fraterna, compasiva y servidora. Si nos mantenemos en nuestra vida cómoda y despreocupada, cumplidora de algunos mandamientos; pero alejada de los demás... no podremos alcanzar esa vida que va más allá de nuestra existencia física. Sólo la persona que asume esa nueva vida (come su carne y bebe su sangre) dará el salto a esa nueva vida.

Nuestro comer y beber se aferra a nuestra fisiología, a nuestras comidas, a nuestros menús, a nuestras bebidas, a nuestras costumbres y a nuestra cultura... Si no damos un paso más allá, difícilmente podremos captar la profundidad de lo que nos dice el texto del evangelio de Juan.
De ahí la pregunta: -¿A qué me compromete mi participación en la Eucaristía? -¿Supone algún cambio en mi vida social, en mi relación con las otras personas?

En la primera Carta de Juan encontramos expresiones que iluminan bien la profundidad del mensaje de Jesús: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte..."

Creo que es en esa línea que deberíamos insistir y celebrar, precisamente, esa vida nueva... porque amamos, porque vamos iniciando una nueva humanidad.


Texto del evangelio de Juan 6, 51-58


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