viernes, 9 de diciembre de 2011

Testigo de la luz

11 de diciembre 2011 - 3º domingo de Adviento
"Tú quién eres?"
Es curioso. Nunca me había fijado en esa pregunta.
Se la hacen a Juan: "Tú quién eres?" "Qué dices de tí mismo?" También se lo preguntaron a Jesús de Nazaret...
Eran personajes especiales. Hablaban diferente. Y aquella gente conservaba una esperanza...
Ahora, al leer este texto de Juan en su evangelio, he escuchado esa pregunta como si me la hicieran a mí. No porque me sienta diferente ni tenga ninguna importancia; sino porque vivimos en este mundo que nos ha tocado y en el que parece que queda poca esperanza y que, a pesar de todos los medios de comunicación y de todos los avances tecnológicos, la luz se va haciendo más débil.

¿Quién soy yo?
Y me digo que todo lo que he vivido, todo lo que he recibido a lo largo de mis años, me han encaminado a descubrir eso que es la luz de mi vida: Jesús de Nazaret, su mensaje, su estilo de vida, su manera de hacer.
Y veo que es un recorrido largo.
Desde las primeras palabras en casa, con mis padres, su ejemplo, sus maneras... Las enseñanzas a lo largo de los años de estudios. Los trabajos y contactos con otras gentes. El acercamiento al mundo del trabajo, de los que son "menos" importantes socialmente. El interés por encontrar lo que pudiera dar sentido a mi vida, especialmente al llegar a la jubilación...
Todo eso para alcanzar ese punto en el que ya no importan los ropajes y vestiduras, el lenguaje o las doctrinas, los discursos o estilos.
Y entiendo que, poco a poco, insisto en centrarme en el mensaje de Jesús de Nazaret. Ese mensaje que aparece como central desde el principio hasta la cruz: El reino de Dios, el cambio de vida, centrarme en los otros, sobre todo en los más humildes y pequeños, en los débiles y olvidados... con la confianza total y entregada en nuestro padre que desborda ternura hasta en los casos que nos parecen imposibles y que se encarna en esas personas que están por ahí como "dejados y abandonados", que no interesan a nadie, que no tienen importancia, que nacen, vive y mueren en "crisis" sin que nos demos cuenta ni nos enteremos...

Y, al reflexionar cada semana sobre las palabras de Jesús de Nazaret, voy sintiendo que lo que más quiero y deseo es poder responder como Juan: "Soy testigo de la luz". Porque creo que, para mí, ya no hay otra luz que la de Jesús. Y mi esfuerzo de cada día es adaptar mis ojos y mi vida a esa luz, a ese camino, a (en la medida de mis fuerzas) contagiarme de esa luz e iluminar a los que me rodean...

Como decía antes, no se trata de doctrinas, de lecciones, de discursos... No. Me encuentro personas mayores que yo (y soy un jubilado) que, a su manera, con sus tradiciones y devociones, guardan un sentido profundo de amor y de entrega con el que alcanzan a ser verdaderos testigos de la luz... Me recuerdan a mi madre y a mi padre.
Y es que seremos testigos de la luz con nuestra propia vida, no con palabras y discursos...
Ojalá que, al final de mi vida, yo también pueda responder así: "Soy testigo de la luz".


Lectura del santo evangelio según san Juan (1,6-8.19-28):
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?»
Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
El dijo: «No lo soy.»
«¿Eres tú el Profeta?»
Respondió: «No.»
Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

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