sábado, 8 de octubre de 2011

Convidados a la boda


9 de octubre 2011 - 28º domingo tiempo ordinario
-Tengo preparado el banquete... Venid a la boda
Todas las veces que he escuchado este evangelio siempre me ha quedado con la sensación de que algo no cuadraba. Tampoco las explicaciones que escuchaba me ayudaban mucho. 
Desde la perspectiva de Jesús de Nazaret, se hacían referencias al pueblo judío, a sus dirigentes, a los sacerdotes, a los escribas... que, a pesar de los mensajes enviados por los "mensajeros", los profetas, no quisieron creer en Jesús. Y con eso pasábamos a ser nosotros los invitados, los que acudíamos a la boda con todos los honores...
Bueno, quedaba el caso del que entraba sin el vestido apropiado, el vestido de fiesta, que terminaba arrojado a las tinieblas exteriores... Y ahí nos añadían la necesidad de confesarse, de limpiarse de los pecados, de vestirse de fiesta para acudir a misa, a la eucaristía.
Y así nos volvíamos a casa como reconfortados puesto que, finalmente, estábamos entre los invitados nada menos que a la boda de hijo de Dios, de Jesús de Nazaret.
Hoy, al releer la parábola de Jesús me parece que todo eso va mucho más allá. Jesús habla directamente a su gente, a la de su pueblo; pero entiendo que es un mensaje abierto, como todo el evangelio. Entonces se trata de captar el sentido que lleva dentro: La Buena Noticia de Jesús de Nazaret.
Que todos estamos llamados al "banquete de boda"
Que es una invitación para la que no se requieren "etiquetas" ni señales especiales... (dice que reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos)
Que no hay privilegios..., a pesar de que (al principio) había unos convidados en la lista (que luego no quisieron ir) que, en el fondo , no se lo merecían
Y en todo eso no hacemos más que seguir el mensaje de Jesús de Nazaret y que repetirá a lo largo de muchas parábolas y comparaciones: la viña, el sembrador, el hijo pródigo, la oveja perdida, otras comparaciones de bodas...
Y sólo aparece ese detalle final: el vestido de fiesta. Algo que veremos también en la lámpara encendida y otros semejantes. 
Creo entender que el vestido de fiesta es mi acogida a la Buena Noticia. Más concreto todavía: La invitación a la boda me llega a través de los hermanos, de los indigentes, de los débiles y desfavorecidos, de los ancianos, de los inmigrantes, de los enfermos, de los despreciados, de todos esos a los grandes de este mundo van dejando de lado... Y cuando no me doy cuenta de ellos o los margino, los olvido... entonces mi vestido no es el adecuado, no es  el de "fiesta", la fiesta de Jesús y de Dios en la que, como decía el otro día, los publicanos y las prostitutas nos pasarán delante.
Y es que si no capto el mensaje de Jesús de Nazaret, me quedo en esas explicaciones puramente religiosas tan alejadas de su Buena Noticia, de la invitación a la fiesta de Dios.
Y no quiero olvidar que la fiesta de Dios es, ante todo, una fiesta a la vida, a la alegría, a gozar, a disfrutar... Y no lo echamos al más allá, "en el otro mundo". Ése ha sido frecuentemente nuestro error. Y terminamos convenciéndonos de que esta vida es para sufrir y que la fiesta de la boda tendrá lugar en el otro mundo... Y amontonamos argumentos para convencernos de todo eso. Pienso que no. La fiesta tiene que comenzar ya. Y nuestra poquita solidaridad, nuestro pequeño compartir, nuestro pequeño esfuerzo para que los últimos comiencen a recibir esa invitación a la fiesta... es la señal de que ya ha empezado la Fiesta.
Y si nuestras comunidades cristianas mostraran esa faceta de la Buena Noticia, nuestra eucaristía se convertiría, de verdad, en eso que llaman "comensalía"=comer juntos, compartir, poner en común... lo que hacían los primeros seguidores de Jesús de Nazaret y que impactaba a cualquiera que lo veía: "Mirad cómo se quieren". Eso decían...
Entonces sí que seremos "sal" de nuestro mundo y "luz" que ilumina.
Eso es lo que más deseo. Y que la fiesta alegre la cara de los que carecen de privilegios, de los que apenas si tienen otra cosa que su vida... y ésa escasa.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):
En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.” Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.” Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?” El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

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