domingo, 2 de enero de 2011

La luz de los hombres


2 de enero de 2011 - 2º domingo de Navidad
La introducción que hace Juan al cuarto evangelio se presta a tantísimas reflexiones y comentarios. Los he escuchado muchísimas veces. Todas muy profundas, muy pensadas, muy sabias diría yo; pero a la hora de aterrizar en nuestra vida, se me quedan muy elevadas, como que no tocan tierra. Y eso hace que toda la presentación del cuarto evangelio se nos vaya a las nubes. Como si fueran cosas para los "doctores de la Iglesia" y no para los cristianos de a pie.
Hoy, mientras escuchaba su lectura y los comentarios que hizo después el sacerdote se me ocurrieron varios puntos que creo que se acercan mucho a lo que podemos entender.
Dice: "...la vida era la luz de los hombres..."
Me parece maravilloso ya que, efectivamente, la vida es el punto que nos hace ver, sentir, gozar, existir junto a los nuestros, compartir, ser expresión de Dios mismo. La vida, esta vida, la que hemos recibido de nuestros padres, la que tenemos que cuidar (la nuestra y la de los que nos rodean), la nuestra y la del planeta, la del mundo...
Quizás eso quiere decir que únicamente cuando nos centramos en la vida, en vivir, es cuando se ilumina nuestro ser porque cada uno de nosotros somos la expresión de Dios mismo. Y si no vivimos ahora cuándo lo haremos?
El segundo punto que ya he comentado en algún otro momento es éste: "y la Palabra se hizo carne..." La Palabra, expresión de Dios, se hizo carne, se hace carne, está entre nosotros...
Me parece tan profundo. Además, Juan insiste ( y lo hará también en sus cartas): "A Dios nadie lo ha visto jamás..." En cambio ese Dios (a quien nadie ha visto) se hace carne. Y me voy a permitir decir algo que tal vez alguno sentirá que es una barbaridad: Ese Dios, en quien creemos o decimos creer, a quien nadie ha visto jamás, se hace carne, se hace visible en los hombres, en cada uno, especialmente en los más desvalidos... Y nos parece tan absurdo y demencial que no nos lo creemos, pasamos de largo, (Juan dice que "vino a los suyos y no lo reconocieron")...
Nos hemos quedado con la imagen del Niño Jesús y adoramos sus imágenes, nos enternecemos con las figuras del belén o con las pinturas del nacimiento, y no lo vemos en los inmigrantes, en los vagabundos, en los empobrecidos, en los ancianos olvidados, en los marginados de tantos y tantos barrios...
Y la Palabra se hizo carne. Sí, como la nuestra. De nuestra condición, hombre-mujer, niño-niña...
Como leía en un autor: Parece que Dios quiso jugar con los hombres y puso como regla de juego que Él se hacía como nosotros y además perdía la memoria... con lo que no se le podía distinguir, ni Él mismo sabía quién era... Y se hizo carne.
Y por último, una palabra que dice Pablo en la carta que escribe a los de Éfeso: "Dios nuestro padre nos eligió... para que fuésemos santos e irreprochables por el amor..."
Y ahí sí que me parece entender y responder a la pregunta que me hacía: ¿Cómo reconocer a Dios que se hace carne? Y ¿cómo hacer que la luz ilumine nuestra vida?... Sólo por el amor. Un amor de verdad, con entrega, con dedicación, con detalles... Amar como hombre, como mujer, viviendo esa realidad como la luz de nuestra vida, como la manera de reconocer la Palabra que se hace carne y descubrir a ese Dios escondido entre nosotros.
Ése quiero que sea el propósito de este nuevo año. Y también mis mejores deseos para los que tengo cerca.

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