domingo, 20 de junio de 2010

El que quiera salvar su vida la perderá


20 de junio - Tiempo ordinario, domingo 12º
-"Derramaré... un espíritu de gracia y clemencia"
-Todos son hijos de Dios por la fe en Jesús... Ya no hay distinción entre judíos o gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres..."
-"Y vosotros, quién decís que soy yo?... El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda (por mi causa) la salvará"...

La lectura de estos fragmentos de algunos libros de la Biblia (algo que hacemos regularmente en la eucaristía) tiene que ayudarnos a comprender mejor ese estilo de vida que nos propone Jesús de Nazaret.
En sus palabras, y sobre todo en su vida, se recogen lo mejor de muchos hombrees (hombres de Dios) a los que llamaban profetas en el pueblo de Israel.
En medio de los acontecimientos de aquel pueblo ellos veían algo más. Entendían que cada paso que daban, cada momento de su historia, servía para acercarse más a lo que ellos entendían era la voluntad de Dios.
El profeta Zacarías, en medio del desastre y la desgracia de su pueblo, clama y grita su esperanza. Sí! Es consciente de los males y dolores de su gente: "...contemplarán al traspasado... y llorarán y llevarán luto" todas las gentes y pueblos. Pero Dios derramará un espíritu de gracia y de clemencia... y hará surgir un manantial que lava pecados e impurezas...
Esas palabras, esas expresiones serán un tópico en los profetas:
Espíritu de gracia y perdón, espíritu de misericordia y clemencia, corazón de carne y no de piedra... Compasión. Atención a los débiles y desvalidos, al huérfano y a la viuda, al extranjero...
Eso es lo que importa. Y los profetas viendo la opresión y la injusticia, la prepotencia de los poderosos, el sufrimiento de los pobres... ponen el grito en el cielo para decir que eso no es la voluntad de Dios, que ése no es el camino.
En otros momentos, ante el desánimo, la desesperanza, ellos mismos aseguran que Dios, que cuida de ellos como un padre, les salvará. Derramará su espíritu de clemencia sobre ellos y aprenderán a vivir a la manera de Dios.
Y esa manera entendía Pablo al proclamar que entre los que querían seguir a Jesús de Nazaret ya no había distinciones.
No olvidemos que Pablo, hijo de su tiempo y de su cultura, está diciendo eso hace dos mil años. Y, en contra de la realidad que todos podían ver y sentir a su alrededor, escribe a los cristianos de Galacia que "ya no hay judío o gentil, esclavo o libre, hombre o mujer..." Que no hay distinción. Que los que queremos seguir a Jesús formamos como un grupo nuevo, una comunidad nueva, gentes que viven al estilo de Dios.
Lo decía Pablo hace tanto tiempo... Y ahora tenemos que repetir una y otra vez que entre nosotros no debe haber diferencias... Hombre-mujer, blanco-negro, rico-pobre, nacional-extranjero...
Jesús, leemos en el evangelio de Lucas, pregunta a los discípulos que le seguía: Qué dice la gente de mí? Y vosotros, quién decís que soy yo?
Es una pregunta, una curiosidad...
Quizás, al igual que Pedro (en la expresión que ponen en su boca) diríamos esa frase que ya hemos oído muchas veces: Tú eres el Mesías de Dios.
Es una palabra (Mesías) que levantaba grandes esperanzas en el pueblo judío. El Mesías les salvaría de toda la opresión, de la injusticia, del sufrimiento...
Jesús de Nazaret (judío, él también) señala otra dirección y les dice: "El que quiera seguirme que cargue su cruz y me siga... Y sabed que el que quiera salvar su vida la perderá, en cambio el que la pierda la salvará..."
Imagino que aquellos hombres y mujeres no entendieron mucho lo que quería decir. Tampoco nosotros. Es más fácil esperar al Mesías que salva que cargar la cruz.
Dios nos va a salvar. Y en nuestro caso, quizás, llegamos a añadir: Yo estoy bautizado. Dios me salvará o mejor ya estoy salvado...
Y, sin embargo, sigue habiendo diferencias entre nosotros. Hay injusticia y opresión. Hay desprecio y abandono. Nuestro estilo de vida (el de nuestro pueblo y nación) es un estilo egoísta.
Cargar la cruz - Perder la vida... es todo lo contrario de lo que proclama nuestra sociedad y nuestra manera de vivir.
Sólo cuando nos ponemos en manos de Dios. Sólo cuando intentamos vivir esa manera y estilo de compasión y misericordia, cuando actuamos con ternura y clemencia, especialmente hacia los más necesitados y desvalidos... entonces entramos a formar esa familia y pueblo nuevo. Y naturalmente comenzamos a perder en lugar de ganar, a cargar con los hermanos, a mirar las cosas y acontecimientos con la mirada de Dios.
Y así perdiendo nuestras cosas y nuestra vida nos encaminamos hacia la salvación que es la vida de Dios mismo.
Amén

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