viernes, 10 de enero de 2020

La Maduración de un Proceso

El Bautismo del Señor – Ciclo A12 de Enero de 2020

En la lectura del evangelio de este fin de semana escuchamos la narración que hace Mateo del "bautismo" de Jesús. Como es algo tan sabido, me gusta escuchar y leer a otras personas que conocen y entienden mejor el evangelio. Hemos oído los comentarios sobre la "humildad" de Jesús al ponerse en la fila de los pecadores que se acercaban a Juan el Bautista. También la manifestación de Dios que señala a Jesús como el "hijo amado". O la expresión del  Bautista al decir que él tiene que ser bautizado por Jesús...
Todo eso son consideraciones que, seguramente, a lo largo de los tiempos han ayudado a muchas personas a afianzarse más en su fe y a ser mejores seguidores de Jesús; pero siguiendo los comentarios que hacen los teólogos de hoy día, me parece que andamos bastante despistados.
Fray Marcos nos ofrece esta introducción: "El relato del bautismo intenta concentrar en un momento, lo que fue un proceso que duró toda la vida de Jesús. La mejor demostración es que en los sinópticos está relacionado con las tentaciones. Ni en uno ni en dos momentos quedó definitivamente clara su trayectoria..."
Eso nos da idea de lo que tuvo que ser el crecimiento y maduración de Jesús. Aquello que escribía Lucas: "...el niño crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres..."
"El encuentro con Juan Bautista, escribe José A. Pagola, fue para Jesús una experiencia que dio un giro a su vida... Su vida se centra ahora en un único objetivo: gritar a todos la Buena Noticia de un Dios que quiere salvar al ser humano..."
Tuvo que ser como sentir el aliento de Dios dentro de él, su energía, su vida misma. Es lo que llamará "el espíritu de Dios". Sentirse "hijo de Dios" y dejarse transformar totalmente. Y eso es lo que quiere proclamar y hacer saber a todo el mundo.
Entiendo que ése es el proceso y maduración a la que todos estamos llamados. Aceptar a Jesús de Nazaret es, también, entrar en ese mismo camino. Conectar con Dios, como lo hizo él mismo, e intentar ese cambio en nuestra vida. Jesús nos dice y nos grita que el reino de Dios está dentro de nosotros, que no tenemos que esperar que nos llegue desde fuera como si fuera una medicina, un tratamiento especial, un milagro o qué sé yo qué... Fray Marcos lo recalca: "Dios llega siempre desde dentro, no de fuera. Nuestro mensaje “cristiano” de verdades, normas y ritos, no tiene nada que ver con lo que vivió y predicó Jesús. El centro del mensaje de Jesús consiste en invitar a todos los hombres a tener la misma experiencia de Dios que él tuvo..."
Nuestra participación en la reunión de la comunidad cristiana, la eucaristía o el encuentro de fe, es ante todo para eso. Necesitamos reavivar nuestro deseo de seguir sus huellas, reactivar nuestro contacto, en confirmar nuestras ganas y propósitos de que Dios se vaya haciendo presente en todo lo que vamos haciendo y viviendo.
Quiero citar a Bernardo Baldeón que con su comentario puede ayudarnos a reflexionar mejor todo esto:"La fe cristiana no es ninguna receta para encontrar la felicidad. Ser creyente no hace desparecer de nuestra vida los conflictos, contradicciones y sufrimientos propios del ser humano. Pero en el núcleo de la fe cristiana hay una experiencia básica que puede dar un sentido nuevo a todo: Yo soy amado, no porque soy bueno, santo y sin pecado, sino porque estoy habitado y sostenido por un Dios santo que es amor insondable y gratuito..."
Y me gusta decirme a mí mismo lo que escribe José A. Pagola: "Contra lo que algunos puedan pensar, ser cristiano no es creer que Dios existe, sino que Dios me ama y me ama incondicionalmente, tal como soy y antes de que cambie. Esta es la experiencia fundamental del Espíritu..."
El Bautismo de Jesús, aunque sin fotos ni álbunes, es como su "nacimiento" a la nueva vida, a la buena noticia del reino de Dios... Me pregunto si yo mismo, aparte del rito del bautismo en la iglesia y todo lo demás, me he puesto en camino y empiezo a crecer, a madurar, a vivir la experiencia de Jesús de Nazaret.
Texto del evangelio de san Mateo (3,13-17)

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