jueves, 7 de marzo de 2013

El silencio de la Iglesia


No se puede servir a Dios y al dinero

Rufi Cerdán[El territori i el Rufí] “El Gobierno está cambiando el país con medidas que lanzan a miles de personas a la exclusión, y en la Iglesia no se ve ninguna revolución. Desde Jesús no podemos quedarnos ni mudos ni conformes. Desde la Iglesia debemos denunciar esta falta de compasión. Los que sufren no esperan doctrinas sociales ni justificaciones económicas, tan falsas como inmorales. Piden que se les defienda. La jerarquía ha de hablar en nombre de los que sufren, pero para eso ha de tenerlos en el corazón. Es ahora cuando se nota donde están nuestros corazones. El Gobierno es despótico, antisocial y anticristiano, y la jerarquía de la Iglesia no dice nada o habla sin audacia evangélica. La voz de los sin voz no se está oyendo. Adoramos al Crucificado, pero nos olvidamos de los crucificados de hoy. Jesús se atrevió a insultar a los ricos de su tiempo. Les llamó necios y ridículos, y denunció su iniquidad e injusticia”.
Estas palabras de José Antonio Pagola fueron largamente ovacionadas hace pocos meses por los participantes en un congreso de teología celebrado en Madrid en la sede de CCOO.
Pagola que fue vicario general de la diócesis de San Sebastián durante 22 años, pero ha sido noticia recientemente porque su penúltimo libro, “Jesús. Una aproximación histórica” está siendo investigado por la Inquisición romana a petición de la Conferencia Episcopal Española. El título de este artículo está copiado del de su conferencia, que reproduce las palabras del evangelio de Lucas (16, 13).
Somos muchos los creyentes indignados con una Conferencia Episcopal que ha levantado la voz por otras causas, en plena coincidencia con el Partido Popular y que, sin embargo, ahora guarda un silencio ensordecedor ante tantas injusticias y ante la vergüenza de los casos de corrupción de los políticos que trabajan en el mantenimiento de sus privilegios y también de los privilegios de la misma Iglesia.
Sólo les pedimos que apliquen la doctrina social de la Iglesia y levanten la voz para conseguir “una regulación del sector [financiero] capaz de salvaguardar las personas más débiles e impedir escandalosas especulaciones”[1]. Los que tanto han gritado para defender la vida ahora callan ante los crímenes que cada día provocan la banca y el gran drama de los desahucios.
Los que callan ante estas injusticias, que claman al cielo, han de ser considerados cómplices del dios dinero y de sus oráculos. Son sus amigos los que han puesto el dinero en los modernos altares elevándolo a la categoría de idolatría social y de norma moral de rango superior a los derechos humanos.
No se cuestiona que sea ilícito e inmoral utilizar la política como medio para enriquecerse. Lo estamos comprobando en el debate que nuestro gobierno ha abierto para taparse las vergüenzas de la corrupción. Nos quieren hacer creer que hacer justicia es no prejuzgar antes de tiempo a los corruptos. Según ellos, la condena moral solo es aplicable a los que son tan necios de dejarse coger y acaban condenados por los tribunales.
Estamos oyendo constantemente políticos sinvergüenzas que ejecutan la opresión de los pobres desde leyes injustas elaboradas por sistemas formalmente democráticos, parapetados detrás de constituciones caducas.
La ley no está por encima de las personas y este es uno de los mensajes más contundentes del cristianismo, presente en los evangelios, y que provocó la muerte del líder.
Pagola grita dentro de la Iglesia, escandalizando a sus jerarcas, con la fuerza y la convicción de la verdad que viven los que están al lado de los que sufren y que son, como se los llama en toda la Biblia, los preferidos de Dios.
Aplaudo a José Antonio Pagola como lo hago cuando oigo a Ada Colau en su intervención en el Congreso de los Diputados, con una gran lección de democracia, representando la fuerza de la resistencia popular de las PAH, que de momento, ya han ganado el primer pulso parlamentario del pueblo a los criminales, consiguiendo que se tramite la Iniciativa Legislativa Popular para la dación en pago retroactiva y el alquiler social.

[1]  Encíclica “Càritas in veritate” pág. 74

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