sábado, 10 de marzo de 2012

La casa de mi padre


11 de marzo 2012 - 3 domingo de cuaresma
"Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi padre"
Éste es un relato que se ha leído de tantas maneras!
Jesús de Nazaret echando a los vendedores del templo... Y nos imaginábamos cómo los echaba dando azotes con la cuerda en las manos...
Y ese celo por la "casa de Dios" se nos pegaba en la conciencia y se nos hacía sentir como pecado y profanación el hablar y reír en la iglesia, el no vestir adecuadamente, hacer fiesta, cantar o silbar... Todo eso iba contra la santidad de la casa de Dios.
Luego, con el tiempo, descubrimos que había otras formas de profanar el templo de Dios. Que la iglesia como institución siempre tuvo la tentación de vivir del templo y hacer auténticos negocios con toda clase de objetos y ceremonias que hacían caer las monedas de los fieles y devotos... Y los jefes de la iglesia también quisieron jugar a políticos y a las influencias y se mezclaron con los grandes de este mundo y, en nombre de la santidad de la casa de Dios, se dejaron llevar de honores, privilegios y sus riquezas adecuadas...
Y escuchando ahora el relato, me viene a la cabeza que Jesús de Nazaret podría volver a agarrar el azote de cordeles y echar a muchos del templo... Volvería a repetirnos: "Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi padre..."
Y, quizás, nuestro problema está en que no hemos entendido eso de la "casa de mi padre".
Siguiendo el relato de Juan hemos preferido agarrarnos a eso de "destruid este templo, y en tres días lo levantaré"... Y nos ponemos a hablar de su resurrección, de su poder, de su divinidad y que por eso creemos en él y seguimos yendo a la misa y nos portamos bien en la casa de Dios...
Creo que lo que nos pasa es que leemos el relato del evangelio según nos conviene; pero no cambiamos para que el reino de Dios se haga presente en nuestra vida. Eso que comenzó Jesús de Nazaret diciendo a todo el mundo: "El reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena noticia". Y nos explica de muchas maneras que lo que importa es la vida que llevamos. Que no son los ritos y ceremonias. Que no es el sábado o el domingo lo que es santo y sagrado; sino la vida de la gente, la solidaridad, la fraternidad, el amor y la compasión. Que el verdadero culto a Dios, nuestro padre, no está en Jerusalén o en cualquier otro templo; sino en el respeto y el amor al hermano, especialmente al pobre y al desvalido, al extranjero y al emigrante, a esos que llamamos "últimos"...
Y ésa es la "casa de mi padre", la casa de Dios. Y mientras no aprendamos a respetar nuestra propia humanidad, mientras hagamos de la vida de nuestros hermanos un mercado... estamos profanando a Dios mismo.
Hoy en día, cuando el valor de la vida humana se ve tan devaluado... Hoy, en nuestro mundo, en el que vale mucho más los valores de la Bolsa, el mercado de divisas, el comercio y los bancos... que millones de vidas humanas. Ponemos más atención a la rentabilidad de nuestro dinero en el banco que a la gestión que hace el mismo banco de ese dinero depositado... Se compran y venden armas, se especula con los alimentos básicos, se deja en la miseria a millones de personas y se comercia con el hambre de poblaciones enteras...
Ésa es la casa de mi padre, ésa es la casa de Dios.
De qué sirve que un día a la semana vayamos a la iglesia (eso sí, bien vestidos), guardemos silencio y recogimiento, escuchemos las palabras del sacerdote y nos inclinemos para recibir su bendición... si luego seguimos con la especulación, con el negocio, con el afán del dinero y con el olvido, desprecio y violencia hacia los menos favorecidos, los pobres y humildes de nuestro mundo?
Sólo cuando comenzamos a convertirnos podemos captar y entender el sentido profundo de las palabras de Jesús de Nazaret. Cuando nuestra comunidad cristiana se convierte de verdad en el grupo abierto, acogedor, solidario, lleno de ternura y compasión... entonces entendemos que Jesús sigue vivo entre nosotros y que ése es precisamente el templo y casa de Dios que no está hecha de piedras sino de personas que viven a la manera y estilo de Dios mismo como nos lo mostró Jesús.
Pido a Dios que mi vida no sea nunca "un mercado"... y que, junto con los amigos y conocidos, crezca en mí esa casa de nuestro padre.
Lectura del santo evangelio según san Juan (2,13-25):
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

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