lunes, 8 de agosto de 2011

No tengáis miedo


7 de agosto 2011 - 19º domingo ordinario

«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»

Vivimos tiempos de desánimo a muchos niveles.
Si miramos la economía, los medios de comunicación se encargan de mantener nuestro ánimo por los suelos. Si escuchamos a los políticos, todas sus palabras son para meternos el miedo en el cuerpo levantando amenazas de recortes y de momentos de apretarse el cinturón. Si ponemos nuestra mirada en la iglesia, constatamos momentos de baja intensidad (aún contando con la jornada mundial de la juventud), de presencia precaria en las celebraciones, de poca motivación, de palabras rutinarias y cansadas y la reducción de la comunidad (casi exclusivamente de jubilados y pensionados)...
¿Verdad que no son tiempos de euforia?
¿Verdad que aquellos tintes de triunfalismo ya se han difuminado?
¿Verdad que el entusiasmo se ha ido apagando?
Y tenemos que decir como aquellos hombres de Emaús: "Nosotros creíamos que..." Y, sin embargo, ya llevamos muchos años en que nuestras iglesias se van vaciando, la juventud ha buscado otros caminos, y (según nos predican) el laicismo se ha apoderado de la sociedad.
De un mundo que parecía regirse por las normas y ordenamientos de la iglesia y de la religión, hemos pasado a un mundo que se rige por el dinero, por el buen vivir, por la comodidad y el placer, por disfrutar de la cosas de "aquí abajo" olvidándose del mundo futuro, del más allá...
Seguro que a todo esto podríamos añadir una larga lista de anotaciones y comentarios; pero la tónica general que presentan nuestras comunidades tiende a ser ese desánimo y desaliento.

Y sin embargo, ahí está la palabra de Jesús de Nazaret: "No tengáis miedo..."
Todo eso que decimos es verdad, creo yo. El panorama de la religión no es alentador. Y el mundo y nuestra sociedad presenta verdaderas tormentas y fuerte oleaje que sacude nuestras vidas de una manera brutal a veces. Y en medio de todo eso surgen verdaderos fantasmas que ponen en vilo nuestros corazones: la economía, las costumbres, los cambios, las amenazas, las situaciones políticas y familiares, el mundo del trabajo y los momentos difíciles de las gentes...
Entiendo que lo que nos cuenta el evangelio de hoy es algo más que una anécdota de pescadores. Y la importancia no es que Pedro intentara caminar sobre las aguas ni el hecho de que Jesús lo hiciera... No, me parece entender que el acento está en esas palabras de Jesús de Nazaret: "Ánimo, soy yo, no tengáis miedo"...
Más que nunca es importante centrarnos en el mensaje de Jesús.
Cuando nos propone la buena noticia del reino de Dios nos encamina hacia un mundo bien diferente del que tenemos. La fraternidad, la humanidad solidaria... a partir de abajo no es un camino sencillo y fácil. Ver y descubrir a los débiles, a los inútiles de nuestra sociedad, a los marginados, a los inmigrantes, a los despreciados, a los sin-poder y sin-influencias... no es un camino de éxitos y triunfos que vayamos proclamando por ahí, no son manifestaciones o procesiones que vayan proclamando lo grandes que somos, lo maravillosos, lo formidables...
Tal vez lo habíamos creído. Es muy posible que hayamos confundido el camino... Y ante el oleaje de la sociedad veamos fantasmas que sacuden nuestras vidas...
"...soy yo, no tengáis miedo".
Jesús de Nazaret recorrió ese camino. Partiendo desde abajo, de los últimos, de los débiles (enfermos, tullidos, mujeres, niños...) hablaba y proponía esa nueva manera de hacer y vivir: el reino de Dios en el que todos somos hermanos, hijos del mismo padre, en el que no cabe la violencia y la opresión, el desprecio o la prepotencia. Propuso una humanidad nueva basada precisamente en eso: en la realidad de todo hombre y mujer, su propia humanidad que es reflejo de Dios y que debe caminar a una vida plena a su imagen.
Entonces, si intentamos centrarnos en el mensaje de Jesús, muchos de esos elementos que nos agobian hoy son auténticos fantasmas a los que no hay que hacer caso.
Todos los grandes problemas que nos sacuden hoy en día (muchos de ellos provocados por toda una serie de fantasmas que se creen los dueños y amos del mundo y de las cosas) son, de verdad, problemas que nos angustian y duelen; pero... son verdaderos fantasmas. Es cierto que nos oprimen y avasallan, nos estrujan y devoran, nos comen día a día y hacen que nos sintamos indignados...
Con todo eso yo diría que tenemos que centrarnos en lo que es el mensaje central. Y, al mismo tiempo, proclamar bien alto y claro que ese mundo no es humano y por lo tanto no tiene nada que ver con el reino de Dios, con la humanidad nueva. Y toda la indignación que se va acumulando salga y explote, se manifieste. No porque nosotros queremos volver a aquellas manifestaciones religiosas típicas y conocidas; sino porque vivir como Dios manda es ante todo una humanidad solidaria y compartida en la que los primeros son los de abajo, los más necesitados, los que tienen menos posibilidades.
Y, aunque la tarea no es fácil, me atrevo a unirme a la propuesta de Jesús y intentaré acordarme de su palabra cuando el desánimo llegue a mi casa: "«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»

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