sábado, 23 de octubre de 2010

Bajó a casa justificado


24 de octubre 2010 - 29º domingo del tiempo ordinario

Iba a decir que el evangelio (la lectura) de este domingo es de los clásicos. Un texto que lo hemos oído muchas veces, que nos lo sabemos, ¡vaya! Y sabemos, también, el estribillo final:"El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado"...
Y, como en tantos otros textos del evangelio, nuestra dificultad no es la de conocer las palabras de Jesús, es más bien comprender y captar la dirección que toma Jesús, hacia dónde nos quiere encaminar.
Y, tal vez, las reflexiones y predicaciones que hemos escuchado tanto se entretienen en resaltar la actitud "arrogante y creída" del fariseo para decirnos y repetirnos de muchas maneras que no tenemos que ser como él, para describir, luego, la actitud del publicano que se da golpes de pecho y se pode de rodillas y pide perdón a Dios...
Me imagino que, al igual que yo, muchos habrán hecho lo mismo: arrodillarse y confesar a Dios (o al sacerdote) que soy realmente pecador, que no obro rectamente, que soy como ese publicano... Y con eso me quedo tranquilo, como el que se quita un peso de encima o como quien ha metido toda su ropa sucia en la lavadora... y salgo como nuevo, listo para seguir adelante con mi trabajo, con mi familia, con mis amigos, con mi rutina.
Por eso, al leer el evangelio aquí, en casa, como una reflexión personal, como si escuchara a Jesús, me pregunto si realmente era ésa la intención de su charla.
El evangelista recoge el detalle que motiva a Jesús a contar la parábola: "A algunos que teniéndose por justos y sintiéndose seguros..."
Hoy en día no tenemos el contexto social de antes en el que la palabra de la Iglesia era supersegura y constituía la norma de la vida de la sociedad. Las indicaciones de la Iglesia eran la mejor vía para alcanzar la "vida eterna"... y ser cristiano era el paso imprescindible para ello.
Mandamientos, normas, prescripciones, consejos... eran el mejor seguro para la vida del más allá. Y durante cientos y cientos de años hemos creído todo eso a pie juntillas.
En tiempos de Jesús tenían la Ley y los Profetas. Mandamientos, normas y prescripciones explicadas y dictadas por los maestros de la Ley y recordadas por los profetas... y los fariseos eran de los más estrictos. Se esforzaban en cumplir todo. Con razón se tenían por justos. Se comprende, incluso, que miraran por encima del hombro a tanta gente (gente humilde y pobre que apenas si tenían para subsistir y no morirse de hambre) que no alcanzaban a cumplir tantas normas y leyes...
Y Jesús sabía de lo que hablaba, conocía a mucha gente de esa (de las pequeñas poblaciones), gente empobrecida y que vivía míseramente...
Entonces cuenta esa parábola. "A esos que se tenían por justos y se sentían seguros..."
Y termina diciendo que el publicano, el pecador, el que no llegaba a cumplir todos los mandamientos y normas, el que sabe que no es buena gente y que la vida le arrastra por mil cosas y senderos... Que, puesto ante Dios, se reconoce como es y que pone toda su confianza en El...
Porque, una vez más, retomamos algo que Jesús ha explicado muchas veces (y que Pablo repetirá igualmente): Que es la fe lo que nos salva. La confianza en Dios. Que no son mis obras las que me traen la salvación. Que es un regalo de Dios.
Y es que, aunque hiciera milagros, aunque cumpla todos los mandamientos y normas, aunque haga todos los sacrificios y penitencias... "si no tengo amor" (como dice Pablo) no me sirve de nada. Y al decir amor está hablando de la vida de Dios, de dejarme llenar de El, vivir a su estilo y manera... Y ese amor va dirigido a los otros, a los vecinos, a los que me rodean, a los que llegan, a los que me encuentro... Porque, como dice San Juan, si no amo a los que veo y tengo cerca, cómo voy a amar a Dios a quien no veo...
Desde este punto de vista, entiendo un poco la parábola de Jesús que me empuja hacia la confianza total en nuestro padre Dios sabiendo que mi vida toda está en su manos y que me atrae hacia El mismo para colmar toda la necesidad que puedo sentir de amor y felicidad. Amén

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