jueves, 3 de agosto de 2023

No vieron a nadie más que a Jesús

Escuchadle

6 de agosto de 2023

La Iglesia nos propone en este domingo de agosto (día 6) la fiesta de la Transfiguración. Es una fiesta que parece una presentación. La aparición en escena de alguien importante. Tanto la narración como los personajes aparecen en un escenario fantástico: Nada menos que un monte alto, unos personajes que recogen lo más grandioso de la historia de Israel y las nubes que cubren la escena para dejar oír la voz que proclama el nombre del personaje elegido...

Algo así me imaginaba yo cuando leía o escuchaba este evangelio.

Y ahora, mientras releo el texto, me veo obligado a reflexionar y a repensar su mensaje: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle.»

Aceptamos con cierta facilidad eso de que Jesús es el Hijo, el amado, el predilecto. Y llegamos a aceptar (por lo menos en teoría) lo que nos han enseñado sobre Jesucristo. Incluso aceptamos los signos o milagros que nos cuentan los evangelios. Y confesamos que tuvo que ser alguien extraordinario... sin entrar a aclarar todo lo que se dice sobre su naturaleza humana y divina o lo referente a la Santísima Trinidad y las tres Personas.

Ahora bien, lo que me parece que se nos hace más difícil es la palabra final: ¡Escuchadle!

Todo el evangelio, todos los textos que vamos leyendo/escuchando son una invitación a escuchar... "El que tenga oídos para oír, que oiga". Y todas las parábolas que se han recogido en los mismos son una proclamación continua del mensaje del Reino de Dios... para que escuchemos y... reaccionemos. ¡Convertíos! Está cerca el Reino de Dios! Cambiad vuestro estilo de vida.

Ese hombre Jesús de Nazaret (judío de toda la vida) captó y vivió en profundidad lo más íntimo y esencial de los mensajes que habían dejado los profetas. Y con su vida y su palabra nos hace entrever la presencia de Dios en el mundo y en nuestra vida. Un Dios que es, ante todo, amor, ternura y compasión. Que no se olvida de nadie y que espera que todos intentemos ser sus hijos.

A nosotros nos cuesta alcanzar esa profundidad de vida y apena si creemos algo que esté más allá de lo que vemos y tocamos. Y cuando hablamos de Dios lo imaginamos a nuestra manera, un poco a nuestra imagen: Que es bueno con los que se portan bien y "justo" (o castigador) con los malos... Que, como es todopoderoso, puede hacer lo que quiera y, como nosotros somos buenos, nos puede conceder cualquier cosa (incluso la vida eterna).

Pero qué diferente lo entendió Jesús de Nazaret... Releer las parábolas lentamente nos puede ayudar mucho: La oveja perdida; el hijo pródigo; la fiesta de bodas; el grano de mostaza; la levadura; la red que pesca toda clase de peces; la semilla que llega a todos los terrenos... Dios que es padre-madre que hace salir el sol para los buenos y para los malos..., o cae la lluvia sobre unos y sobre otros. Que tiene en cuenta a los lirios del campo y a los pajarillos. Jesús no está haciendo física o biología. Habla de su profunda experiencia vital. Sintió a Dios como algo esencial y presente en todo.

Bien, pues, a ese hijo amado y predilecto... ¡Escuchadle!

A aquellos hombres y mujeres que anduvieron por los caminos de Galilea les costó entender su mensaje. Sólo después de su condena y muerte en la cruz fueron captando poco a poco lo que le hacía tan especial. Y eso les fue cambiando la vida. Es a lo que llaman "experiencia pascual". Y nosotros estamos en ese proceso... si queremos escuchar y poner en práctica. Conviene que recordemos lo que dijo Jesús: "No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos".

Texto del evangelio de Mateo (17,1-9)

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