jueves, 10 de octubre de 2024

LA CULTURA DE LA POBREZA


    Marcos, 10, 17-30

«Abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes»

Permítanme una versión libre del diálogo de hoy: «Maestro, siempre he guardado los mandamientos, pero ¿hay más?» ... «Claro que hay más; muchísimo más, pero con esa enorme mochila que llevas a cuestas no vas a poder seguir mi paso. Deshazte de ella, vente con nosotros y verás lo que es bueno» ...

En esta sencilla escena encontramos varios temas que pueden interpelarnos; por ejemplo: ¿Qué significa para mí, aquí y ahora, «vende cuanto tienes y dalo a los pobres?» ... ¿Viajo por la vida ligero de equipaje; libre para ir a donde me marque mi conciencia, o abrumado y aplastado por una enorme mochila que me impide caminar? ... ¿Hasta qué punto mi riqueza –o mi anhelo de ella– me entorpece el camino para el seguimiento de Jesús?...

Y esto a nivel individual, pero también es aplicable a nivel colectivo. Nuestra sociedad es rica –opulenta comparada con la que describe el evangelio–, y esta riqueza nos ha hecho tan duros de corazón, tan inhumanos, que nos parece natural la desigualdad trágica que existe en el mundo, o la explotación de los míseros, o nuestra oposición radical a socorrer a quienes llaman a nuestra puerta, o la destrucción de nuestro hábitat condenando a los que vengan detrás a una vida que nada tenga que ver con la nuestra…

Es cierto que la cultura de la riqueza nos proporciona bienestar y confort a quienes la disfrutamos, y eso es bueno, pero cuando uno se percata de las calamidades que provoca, no tiene por menos que recordar la expresión de Jesús: «Bienaventurados los pobres» ... Mateo nos habla de “pobres de espíritu”, y a esa coletilla nos aferramos los ricos para justificar nuestra riqueza, pero Lucas nos habla de “pobres”, sin más, y esa radicalidad está mucho más en consonancia con otras expresiones de Jesús… «Ni aunque resucite un muerto…», le dice a Epulón.

Fiel al evangelio, Ignacio Ellacuría, jesuita asesinado en El Salvador, propugnaba una civilización asentada en la “cultura de la pobreza”. En esa misma línea, Jon Sobrino, compañero de Ellacuría, se expresaba así en una charla que dio en Pamplona hace ya mucho tiempo:

«Durante muchos años nos han dicho que lo que nos iba a salvar era la riqueza y la abundancia, pero eso no nos ha salvado. Por una parte no ha resuelto el problema de la vida. A una gran parte de la humanidad le cuesta sobrevivir; no da por supuesta la vida; su mayor problema es mantenerse vivos cada día. Por otra parte no ha civilizado, es decir, no ha humanizado ni a los del Norte ni a los del Sur».

Sobrino terminó diciendo que como la expresión de Ellacuría –cultura de la pobreza–es muy dura y puede ser malinterpretada, podríamos plantearla en términos más templados: «Debemos caminar hacia la civilización de la austeridad compartida» …

Y esto es mucho más que una bonita frase; es probablemente la única salida que tiene el mundo para evitar el desastre al que lo está abocando irremisiblemente nuestra cultura de la riqueza.

 



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