Jueves Santo, 9 de abril
Vamos celebrando la Semana Santa dentro de este recogimiento general que la pandemia nos ha impuesto: Más silencio en nuestras calles, menos ruido, menos salidas y venidas, más tiempo para... leer, pensar, meditar, revisar la casa y la vida.
Pasado mañana celebraremos el Jueves Santo y, como me ocurre cada vez con más frecuencia, me gusta reflexionar y repensar mi vida y lo que hago a la luz del mensaje de Jesús.
Jueves Santo. Varias imágenes y diferentes mensajes me vienen a la mente: La Eucaristía y el Lavatorio de los pies (que se suele hacer en la celebración).
Entiendo que la Eucaristía o Fracción del pan fue, ha sido y será como el centro de toda comunidad cristiana. Las primeras comunidades de seguidores de Jesús así lo entendieron y, a lo largo de la historia de la Iglesia, así ha sido. Sólo que, tanto la Institución, la Jerarquía y el clero, los Doctores y Sabios de la misma, ha ido convirtiendo lo que era vida, encuentro, memoria y fraternidad en algo que es rito, ceremonia, algo sagrado, exclusivo en su realización y con explicaciones que apelan más al misterio y encuentro con lo divino y mucho menos a la comunidad de hermanos...
Muy a menudo siento añoranza de la Comunidad de Nazaret (barrio de Valencia) en la que sus celebraciones de Eucaristía tenían todo ese sabor de encuentro, de fraternidad, de compartir, de memoria del Maestro... Ellos me mostraron otra manera de entender y de vivir la buena noticia de Jesús.
Y, desde entonces, rebusco en mi memoria y sueño con esa utopía de la comunidad cristiana que celebra la memoria (el memorial) del Maestro y trata de hacer realidad la comensalía (compartir casa y mesa).
El mundo, nuestra sociedad, nos cuestiona de muchas maneras: la pobreza y el hambre; la marginación; la xenofobia; el machismo a tantos niveles; el afán y acumulación de riqueza; la degradación de la tierra... Y nosotros estamos ahí. Celebramos la eucaristía... y no pasa nada.
Pienso la celebración de la Eucaristía como el encuentro de los seguidores de Jesús de Nazaret para oír y escuchar una vez más el mensaje, la buena noticia; ese proyecto de humanidad nueva, de fraternidad... Escucharlo juntos, sentir el aliento del Maestro que sopla entre nosotros y entender que podemos fiarnos de Él, que se hace presente una vez más (donde dos o más se reúnan en mi nombre, allí estoy yo) y que, aunque sólo somos un poco de levadura o un granito de mostaza... es posible ese otro mundo, esa sociedad nueva.
Y compartimos la mesa (el pan y el vino) y nos reconciliamos, nos damos un abrazo de paz y... Yo no sé si alguna vez lo habéis experimentado. (Yo sí lo he vivido y sentido). Algo especial que te llega muy adentro y te sientes, al mismo tiempo, fuerte y reconfortado y que no eres digno o que eres poca cosa. Pero Él estaba allí. Y vuelves a tu vida con unos signos y unas señales que te marcan la dirección...
Y, supongo, que es un verdadero misterio porque no son los ritos, las ceremonias, las palabras sagradas las que me hacen sentir y experimentar la presencia y realidad del Maestro Jesús de Nazaret. Es la hermandad en el seguimiento de las huellas del Nazareno, es volver a sentir que nuestro corazón arde escuchando su mensaje (como los discípulos de Emaús). Y nuestra comunidad cristiana tiene algo que comunicar que es como una vacuna para todas esas pandemias que asolan nuestro mundo y nuestra sociedad.
martes, 7 de abril de 2020
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