31 de marzo 2013 - Domingo de Resurrección
"Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos."
Siguiendo la tradición de la Iglesia, durante estos días hemos vivido el final de la Cuaresma con los días intensos de la Semana Santa.
Para algunos la intensidad la dan las procesiones, las largas ceremonias y ritos, los sermones y reflexiones más o menos tradicionales y consabidas.
Hoy celebramos la Pascua. Una fiesta que quiere entroncar con la Pascua judía y que pretende hacerse presente en la historia actual de todos los pueblos.
Me llama la atención esa frase que nos da el evangelio de Juan: "Vio y creyó". Y mi pregunta, junto con mi reflexión, es: ¿Qué creo yo?
La Iglesia nos presenta una fórmula que llamamos Credo que viene a ser como el resumen de nuestra fe. En las eucaristías de mi parroquia, como en todas, se recita (especialmente en el día de hoy). Pero se me hace tan anacrónica y tan llena de palabras sin sentido que termino inventándome una fórmula nueva.
Tal vez no es muy ortodoxa ni sigue las doctrinas oficiales de la institución; pero, sinceramente, recitar fórmulas y textos tan anticuados me parece que no expresan la fe y el compromiso de los seguidores de Jesús de Nazaret.
Creo en Dios, nuestro padre. (Y cuando lo digo no hago más que pensar en la presentación que nos hizo Jesús: el padre del hijo pródigo, en pastor que busca la oveja perdida, el que conoce todo lo que necesitamos, el que se enternece viendo a los más pequeños...)
Creo en Jesús, nuestro maestro. El que nos muestra el camino hacia el reino de Dios. El que nos dice como es nuestro Padre Dios. El que tiene compasión de los desgraciados, humildes y despreciados. El que nos muestra que es más importante el hombre que el Sábat y el Templo. El que entiende el reino como una fiesta de la solidaridad, de compartir como en las bodas de la gente. El que ha comprometido su vida por una humanidad nueva al estilo de Dios mismo...
Él es nuestro Maestro que, siguiendo su compromiso y estilo de vida, fue acusado, juzgado, condenado y ejecutado de la manera más horrorosa. Colgado de una cruz, como la afrenta social más terrible que se podía dar. El maldito entre los malditos, ignominia social...
Muerto en la cruz, la experiencia de aquellos primeros hombres y mujeres que le siguieron nos lleva a creer que Jesús, nuestro Maestro, ha llegado más allá de la muerte. Ha alcanzado la vida plena en Dios nuestro Padre. Y sigue presente entre nosotros cada vez que lo recordamos y nos comprometemos siguiendo su mismo camino. Una nueva vida surge entre nosotros y la comensalía (mesa compartida) y el servicio a los hermanos son la clave... Cuando actuamos así él está en medio de nosotros.
Creo, por supuesto, que un nuevo aliento llena nuestra vida cuando intentamos hacer su camino. Y ese aliento (espíritu) procede de Dios nuestro Padre y nos va convirtiendo en humanidad nueva, en reino de Dios que va apareciendo poco a poco entre nosotros.
Y no me da miedo la muerte. Físicamente, ya lo sabemos, tenemos, como dice un amigo mío, fecha de caducidad; pero esta vida es sólo el tiempo de encaminarnos a la casa de nuestro Padre.
Y con nosotros caminan tantos miles y miles de personas. Ahora en este tiempo como las ha habido a lo largo de los siglos: mis padres y hermano gemelo, mis abuelos, mis bisabuelos... Tantas personas (familiares, amigos y conocidos) que nos han precedido y que forman nuestra tribu, nuestra humanidad que está abocada a regresar a la raíz y fuente de toda vida que es, claro está, nuestro Padre. Amén
(Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9)