24 de marzo 2013 - Domingo de Ramos
«Padre, si quieres, aparta de mi ese cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
Un domingo especial. Siempre me lo ha parecido. Comienzo de la Semana Santa, la procesión de los ramos, el aspecto de las iglesias y las procesiones... Tenía, al menos antiguamente, ese impacto social que hacía que las predicaciones de la iglesia nos entraran como algo que nos afectaba de alguna manera.
Hoy, releo y escucho el texto del evangelio desde otra perspectiva. Quiero situarme en el lugar de aquellos hombres y mujeres que vivieron el drama del final de Jesús de Nazaret..., de aquel "que pasó haciendo el bien y curando a todos" y terminó colgado de un madero como un malhechor, como un esclavo, como el despreciado y escarnecido, como el pecador y blasfemo, como el rebelde y proscrito...
Más tarde, animados por el nuevo aliento de saberse en el camino mismo de Jesús y convencidos de que Dios mismo impulsaba esa nueva manera de vivir, comenzaron a narrar el drama final buscando y rebuscando todos los elementos posibles que ofrecieran algo de luz a tanta oscuridad.
El relato se alarga. Aparecen detalles que en realidad ya son una práctica de los seguidores de Jesús. Se añaden frases y diálogos que pueden animar a los oyentes. Señalan a responsables, políticos y jueces que acusan, juzgan, condenan y dictan sentencia.
Pero el drama estaba ahí. Un final trágico para los seguidores. Una terminación terrible para la vida de Jesús de Nazaret entregado en cuerpo y alma al "reino de Dios".
Y lo vió venir. Escenas e imágenes que había escuchado en los libros antiguos de la Biblia: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas", "el siervo de Dios - escarnecido, maltratado... que se le pueden contar los huesos", la imagen de Job como abandonado y castigado por Dios...
Es en ese momento que aparecen en la boca de Jesús las palabras: "que no se haga mi voluntad, sino la tuya"... Las mismas que nos enseñó a rezar: "Hágase tu voluntad..."
Nos suenan bien cuando nuestra vida rueda sin problemas. Lo difícil está en el momento en que parece que todo se viene abajo, que se nos acaba la vida, que se nos margina social y políticamente por nuestra manera de actuar, que nos desprecian y arrinconan...
Es el momento de los "por qué me has abandonado", "que no me toque a mí", "que pase de mí este cáliz"...
Aquellos hombres y mujeres que le siguieron dan testimonio de que Jesús pasó por todo eso. Fue un drama tremendo, interno y externo. Toda una vida buscando y tratando de vivir el "reino de Dios" y al final parece que Dios le ha abandonado..., que tal vez se ha equivocado, que es imposible, que no valía la pena.
"Que no se haga mi voluntad, sino la tuya"... La vida se le va. Colgado en la cruz está viendo el final. Sus seguidores han huido. El cambio, la nueva vida, el reino de Dios... ha terminado en un fracaso.
"En tus manos pongo mi vida"... En medio de ese final tan doloroso, ésa es la palabra. Y con ese sentimiento me voy a quedar para vivir estos días.
Hoy, releo y escucho el texto del evangelio desde otra perspectiva. Quiero situarme en el lugar de aquellos hombres y mujeres que vivieron el drama del final de Jesús de Nazaret..., de aquel "que pasó haciendo el bien y curando a todos" y terminó colgado de un madero como un malhechor, como un esclavo, como el despreciado y escarnecido, como el pecador y blasfemo, como el rebelde y proscrito...
Más tarde, animados por el nuevo aliento de saberse en el camino mismo de Jesús y convencidos de que Dios mismo impulsaba esa nueva manera de vivir, comenzaron a narrar el drama final buscando y rebuscando todos los elementos posibles que ofrecieran algo de luz a tanta oscuridad.
El relato se alarga. Aparecen detalles que en realidad ya son una práctica de los seguidores de Jesús. Se añaden frases y diálogos que pueden animar a los oyentes. Señalan a responsables, políticos y jueces que acusan, juzgan, condenan y dictan sentencia.
Pero el drama estaba ahí. Un final trágico para los seguidores. Una terminación terrible para la vida de Jesús de Nazaret entregado en cuerpo y alma al "reino de Dios".
Y lo vió venir. Escenas e imágenes que había escuchado en los libros antiguos de la Biblia: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas", "el siervo de Dios - escarnecido, maltratado... que se le pueden contar los huesos", la imagen de Job como abandonado y castigado por Dios...
Es en ese momento que aparecen en la boca de Jesús las palabras: "que no se haga mi voluntad, sino la tuya"... Las mismas que nos enseñó a rezar: "Hágase tu voluntad..."
Nos suenan bien cuando nuestra vida rueda sin problemas. Lo difícil está en el momento en que parece que todo se viene abajo, que se nos acaba la vida, que se nos margina social y políticamente por nuestra manera de actuar, que nos desprecian y arrinconan...
Es el momento de los "por qué me has abandonado", "que no me toque a mí", "que pase de mí este cáliz"...
Aquellos hombres y mujeres que le siguieron dan testimonio de que Jesús pasó por todo eso. Fue un drama tremendo, interno y externo. Toda una vida buscando y tratando de vivir el "reino de Dios" y al final parece que Dios le ha abandonado..., que tal vez se ha equivocado, que es imposible, que no valía la pena.
"Que no se haga mi voluntad, sino la tuya"... La vida se le va. Colgado en la cruz está viendo el final. Sus seguidores han huido. El cambio, la nueva vida, el reino de Dios... ha terminado en un fracaso.
"En tus manos pongo mi vida"... En medio de ese final tan doloroso, ésa es la palabra. Y con ese sentimiento me voy a quedar para vivir estos días.
(Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (22,14–23,56)
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