“Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”
Todos conocemos la parábola del "hijo pródigo". Nos la han explicado, nos la han propuesto como ejemplo de conversión y arrepentimiento. Incluso la hemos aplicado a tantos casos de hijos o hijas que se fueron de casa y se perdieron...
Sin embargo, como bien apuntan los que mejor conocen el evangelio, la parábola que nos propone Jesús es para explicarnos cómo es Dios.
Hoy, al volver a escuchar las palabras de Jesús me pregunto: Quién y cómo es Dios para mí?
Comenta José Ant.Pagola: "Para no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa..."
Aceptar y asumir como algo vivencial que Dios es nuestro padre. Aceptar y asumir que lo que más desea para mí y para todos es que tengamos vida, que gocemos la vida, que la compartamos en solidaridad y fraternidad, que sintamos en nuestra propia carne lo que les pasa a tantos hombres y mujeres (mis hermanos)...
Intento revivir en mí todas esas palabras y hacerlas carne de mi carne. Por eso me gusta repetir las palabras de Jesús: "Papá, que mi vida, mis palabras, mis acciones, mis actitudes y mis intenciones santifiquen tu nombre". Y me detengo en la palabra "papá". Alguien que siempre espera mi regreso y vuelta a la casa; alguien que se alegra tanto de que siga vivo; alguien que le gusta la fiesta y el baile. Alguien que celebra un banquete cada vez que recupera un hijo.
Por esa misma razón me parece inadecuada la manera de expresar nuestra fe recitando eso que llamamos el "credo". Eso de "todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de lo visible y de lo invisible..." No es eso lo que nos explica nuestro Maestro. Nuestro padre, el que corre al encuentro del hijo que regresa; el que se ocupa de los pájaros del cielo y de los lirios del campo, el que corre tras la oveja perdida; el que mira con ternura a los más débiles y pequeños; el que sabe todo lo que necesitamos y no hay que marearle recitando palabras y palabras... "Papá..."
Y qué alegría escucharle decir: "Celebremos un banquete..."
Así tiene que ser nuestra comunidad de seguidores de Jesús en la que intentamos copiar la manera de ser y de actuar de nuestro padre. Una comunidad en la que la compasión y la ternura es lo primero.
Seguiré pensando y repitiendo las palabras de nuestro Maestro.
(Lectura del santo evangelio según san Lucas (15, 1-3.11-32))
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