sábado, 11 de septiembre de 2010

Felicitadme


12 septiembre 2010 - 24º domingo tiempo ordinario
He vuelto a leer el texto de Lucas (capítulo 15).
En otras ocasiones, tratando de acercarme a su comprensión, me centraba en la "oveja perdida", o en la "moneda perdida" o en el "hijo pródigo"... Es como si yo fuera el protagonista de la historia. Yo me hallaba perdido y Dios me encontraba. Y me sentía feliz y contento porque El, Dios, era mi buen pastor o el ama de casa que busca por todos los rincones y me hallaba; feliz, también, porque Dios, a pesar de mis locuras, me recibía en su casa y me hacía fiesta al volver...
Supongo que también ésa es una lectura válida y que a muchos nos ha ayudado a seguir caminando y nos daba ánimos para volver una y otra vez a la casa del padre dispuestos, incluso, a recibir el castigo oportuno y poder incorporarnos de nuevo viviendo a su lado.
Hoy escucho las palabras de Jesús y entiendo que me habla de Dios, de su padre, de nuestro padre... Creo que no me habla de mis pecados, de mis escapadas, de mis errores, de haberme perdido. La protagonista no es la moneda o la oveja, ni siquiera el hijo pródigo. No! El protagonista de estas historias es Dios.
Jesús, en su profunda experiencia de Dios, en esa vivencia tan extraordinaria, quiere darnos a entender cómo es Dios, ese Alguien al que atribuimos la creación del mundo y de todas las cosas, ese Alguien más grande que todo que nos da la vida y el ser...
Con estas historias o parábolas nos muestra a alguien tan cercano y preocupado por nosotros como el pastor por sus ovejas... No un pastor cualquiera. Bueno, ahora ya hemos perdido hasta la imagen de lo que es un pastor. En los pueblos se veía. Un hombre que iba delante de sus ovejas, las vigila y las cuida... porque eran su propiedad y su vida.
Lo mismo ocurre con la historia de las monedas. Para una mujer (de aquellos tiempos y de aquella cultura) esas monedas eran y significaban su tesoro y su seguridad. Jesús conocía bien todo eso. Su madre era una de ellas...
Y la historia del hijo que pide los suyo y se va lejos... Resultaba escandaloso en aquellos tiempos que un hijo se comportara así; pero debió ocurrir más de una vez...
Pero lo grande y extraordinario es la actitud del personaje principal: El pastor que abandona a todas las ovejas en el campo y corre a buscar a la oveja descarriada... La mujer que, al darse cuenta de que le falta una moneda, enciende una lámpara y barre toda la casa hasta que la encuentra... O el padre que cuando ve a su hijo "perdido" que vuelve... Lo ve cuando todavía está lejos, se conmueve y echa a correr... Y se le echa al cuello y le besa...
Ahí está el protagonista de las historias: Dios, nuestro padre.
"Felicitadme, porque he encontrado la oveja..."
"Felicitadme, porque he encontrado la moneda..."
"Celebremos un banquete... porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido..."
¿Verdad que es una imagen extraordinaria? ¿Verdad que nos resulta tan nueva que nos parece mentira?
Las palabras nos las sabemos de memoria. Las hemos escuchado muchas veces. Nos hemos acostumbrado a ellas. La dificultad está en sentirlas y vivirlas como hacía Jesús de Nazaret. No como si fuera una enseñanza o una doctrina; sino como algo experimentado en la vida.
Y es que el siguiente paso es: Si Dios nuestro padre es así... de la misma manera tenemos que actuar y vivir. Y para medir esa actuación sólo hay una manera: los otros. Los de casa, los vecinos, los mendigos, los inmigrantes, los necesitados, los desvalidos...
Hemos recibido el ser y la vida de Dios y nos pide que seamos como El, protagonistas de nuestra vida, actuando como el buen pastor o la mujer que busca su moneda o el padre que acoge al que se había perdido...
"Felicitadme!", así nos dice Dios, porque más de uno intentamos seguir sus pasos.
"Felicitadme!" porque miramos a los otros que nadan en dificultad y les abrimos nuestro corazón para acogerlos.
"Felicitadme!" porque nos preocupa el hijo, el hermano, el vecino, el pobre o el inmigrante que anda como abandonado y perdido y le brindamos nuestra ayuda y le damos una fiesta.
"Felicitadme!"
Desde luego, señor Dios, felicidades! Porque eres tan especial que no pareces Dios, porque tienes un corazón más grande que el mundo, porque nos sigues buscando...
Hoy quiero dejarme encontrar por Dios. Amén.

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