La gloria de mi padre, que déis fruto abundante
28 de abril 2024
Todo el evangelio, todo el mensaje de Jesús (su Buena Noticia) está lleno de imágenes de su Dios. Es, quizás, algo que con demasiada frecuencia hemos ido apartando o dejando de lado.
Y si no entendemos y asumimos esa visión y modo de relacionarnos con Dios, difícilmente podremos caminar tras sus huellas.
Juan, en su evangelio, además de todas las reflexiones que él y su comunidad han ido haciendo a lo largo de su vida, incide en más de una ocasión en ese modo de entender nuestra relación con Dios.
Dios (al que el Antiguo Testamento lo presenta como Todopoderoso, como Creador, como Juez, como vengador...) es el labrador, apelando a esa imagen tan conocida como persona que cuida de los campos, que siembra, que limpia, que siega, recoge... y sueña con la cosecha que alimente a su familia. También es la luz y el agua... Y, aunque el evangelio de Juan hace una elaboración teológica o de catequesis, va reflejando todo lo que Jesús de Nazaret quiso hacerles entender.
Porque, creo yo, que lo que importa en su mensaje es que nos fijemos en Dios, nuestro padre (nuestro papá-mamá). Claro que Juan entendió que Jesús nos marcó el camino, que nos mostró cómo vivir como hijos del padre; pero me atrevería a decir que en ningún momento Jesús se proclamó él mismo como centro de nada. Diría más, él mismo no creo que se proclamara como la fuente de agua, ni la vid, ni la puerta... La referencia siempre fue, es y será Dios nuestro padre. Y todos somos hijos-hermanos. Y lo nuestro es vivir unidos, hermanados, formando esa comunidad o hermandad que da frutos de amor, de compasión, de ternura, solidaridad y entrega.
Al insistir en algunos puntos estamos desviando la atención. Convertimos en adoración y honor hacia Jesús lo que tiene que ser una entrega a los hermanos y hermanas que nos rodean, en especial a los que más lo necesitan.
Si no estoy unido a la vid... no puedo dar frutos. Vale. Pero mi unión a Jesús, a su mensaje, es cuando vivo para los hermanos, cuando me entrego, cuando empiezo a estar pendiente de esta humanidad que me rodea. Si no lo hago, tal vez sea muy religioso, buena persona y muy cumplidora; pero no son los frutos de los que habla el evangelio...
Y la gran ilusión del padre, podríamos decir hablando como personas, es que demos mucho fruto.
Jesús de Nazaret tiene que ser nuestra inspiración, el modelo en el que fijarnos, la referencia a la que apelamos para no equivocar el camino. A lo largo del evangelio podemos descubrir la evolución del Maestro: Su proclamación del reino de Dios e invitación a la conversión, su entrega y servicio a las personas que encuentra (atención, escucha, sanación) y compromiso hasta el final aun a riesgo de perder su vida.
Creo que es más fácil profesar y proclamar nuestra fe en Jesús que seguir sus pasos. Y nuestra fe no puede reducirse a confesar que él es nuestro salvador, el que quita los pecados del mundo o que dio su vida por todos o que está en la eucaristía para alimentarnos y darnos fuerza... Porque él sí comprometió su vida para que el mundo cambiara, para que el reino de Dios se hiciera presente... Puso todo su empeño en manifestar la vida de Dios en él... Su apuesta le costó la vida y lo mataron colgándolo de un madero como a un condenado, como un pecador, como lo último de la sociedad... Y nuestra respuesta no es narrar y contar todo eso como una hazaña o la gesta de un ser maravilloso; sino, como él mismo dijo, tomar nuestra cruz y seguirle.
A ver si, poquito a poco, intentamos que el reino de Dios se vaya haciendo presente en nuestro mundo, en nuestra sociedad.
"Que sea santificado tu nombre" - "Santu izan bedi sure izena"...
Que mi vida, mis pensamientos, mis palabras, mis obras te den gloria... Que, Dios nuestro padre, sonría al ver lo que hacemos, vea su rostro reflejado en nosotros. Amén
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