viernes, 30 de junio de 2023

El que pierda su vida por causa mía...

...la salvará

2 de julio 2023




Tal y como escribe Imma Calvo  el evangelio que escuchamos/leemos este domingo "pone en boca de Jesús palabras que no son precisamente ni humildes ni mansas. “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”. “El que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí”... Pretenden una reflexión sobre la calidad y el compromiso de nuestro seguimiento."


Nos propone, en fórmulas concisas, varios temas esenciales para el seguimiento de Jesús. Todos tienen mucho más alcance del que podemos sospechar a primera vista.


A lo largo de nuestra vida cristiana se nos ha dicho y predicado todo eso de la cruz, de la renuncia, del sacrificio llegando a entender literalmente lo de pasar por encima del amor al padre o a la madre, al hijo a la hija... Y, por supuesto, lo de coger la cruz... siguiendo los pasos de Jesús camino del Calvario.

¿Realmente hay que entenderlo así? Todas las personas que han recibido una formación religiosa en alguna institución (congregación religiosa, seminario, monasterio) han recibido explicaciones, comentarios e instrucciones que tenían que ir modelando su pertenencia a instituciones que intentaban vivir siguiendo esas huellas de Jesús.


Sin embargo...

Agradezco a Fray Marcos sus comentarios. Me parece muy importante que sepamos percibir la profundidad y alcance del mensaje de Jesús de Nazaret: "En el evangelio de Juan está muy claro: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros”. Creer que puedo amar directamente a Dios es una quimera. Solo puedo amar a Dios amando a los demás, como Dios manda. Jesús no pudo decir: tienes que amarme a mí más que a tu Hijo. Recordad: porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber..."

"El evangelio nos habla siempre del amor al “próximo”. Lo cual quiere decir que el amor en abstracto es otra quimera. No existe más amor que el que llega a un ser concreto..."

"El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará. En griego hay tres palabras para decir vida: “Zoe”, “bios” y “psiques”. El texto no dice zoe ni bios, sino psiques. No se trata de la vida biológica, sino de la vida psicológica, es decir, de la capacidad de relaciones interpersonales. No se trataría de dejarse matar, sino de poner tu humanidad al servicio de los demás..."


Si asumimos el mensaje de Jesús en la línea del amor al "próximo", de ponerse al servicio, de amar como Dios nos ama... debemos cambiar nuestra perspectiva y poner todo nuestro énfasis y nuestro esfuerzo mirando a los hermanos y hermanas que nos rodean, en especial a los más débiles y marginados.


Me ha llamado la atención algo que cita José Antonio Pagola. Es de un comentario del teólogo norteamericano Reinhold Niebuhr: -"Uno de los mayores riesgos del cristianismo actual es ir pasando poco a poco de la «religión de la cruz» a una «religión del bienestar".

Una religión de ir cumpliendo con unos ritos y devociones que me aseguren "la vida eterna", me hagan quedar bien con Dios y con el más allá...

Pero ése no es el Dios de Jesús, no tiene nada que ver con su mensaje, con el reino de Dios, con los verdaderos seguidores del Maestro.


"El Dios de Jesucristo -escribe J.A,Pagola- nos pone siempre mirando al que sufre. El evangelio no centra a la persona en su propio sufrimiento, sino en el de los otros. Solo así se vive la fe como experiencia de salvación..."

"Por eso no hemos de borrar del evangelio esas palabras de Jesús que, por duras que parezcan, nos ponen ante la verdad de nuestra fe: «El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará».


Perder la vida en el servicio a los hermanos y hermanas, entregarse a los demás, significará salvar nuestra vida, asegurarla, hacer que valga la pena vivirla. Y la cruz, la que de verdad nos indica que seguimos sus huellas es precisamente el tipo de vida que se parte y se reparte... eso que celebramos en la Eucaristía.



Texto del evangelio de MATEO 10, 37-42


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