El que coma de este pan
Domingo 8 de Agosto de 2021Seguimos escuchando / leyendo el capítulo 6 del evangelio de Juan. El tema es el mismo: "Yo soy el pan bajado del cielo"... Es un texto al que las predicaciones de la Iglesia nos tiene ya acostumbrados. Y, quizás, precisamente por eso se han convertido en tópicos que nosotros mismos repetimos una y otra vez.
La Eucaristía, nuestras misas, el sagrario que tenemos en las iglesias... Todo ello es algo sagrado, un misterio, algo que nos sobrepasa y supera nuestro entendimiento.
Las personas que escuchaban a Jesús le cuestionaban y le criticaban: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Nosotros no cuestionamos, no criticamos a Jesús. Simplemente aceptamos todo eso que nos han dicho: Pan de los ángeles, Pan de vida eterna, Jesús sacramentado, Cuerpo y Sangre de Jesús... Todo envuelto en el misterio más sagrado y más profundo. Y, aunque no entendamos, nos consuela que nos digan que nos salva, que nos lleva hasta la vida eterna.
Lo difícil está en captar y asumir lo que Jesús de Nazaret proponía a aquellas personas que le escuchaban (y que hoy nos propone a nosotros). Porque lo que sí aparece claro en la vida y en el discurso de Jesús es que no se trata de palabras, de decir sí creo, de proclamar que aceptamos sus explicaciones...
Si Jesús, desde el inicio de su ir y venir por los pueblos de Galilea, insiste en la conversión, en el cambio de mentalidad y de estilo de vida, lo normal es que todas las propuestas que nos hace vayan en esa misma dirección. El que diga (o que el evangelio de Juan ponga en sus labios) eso de que "el que cree tiene vida eterna", y "el que coma este pan vivirá para siempre"..., seguro va unido a ese mundo nuevo de fraternidad, de solidaridad, de compasión y servicio a los hermanos.
Y, si eso es así, por muchas comuniones que recibamos, por muchas misas y visitas al sagrario que hagamos, no habremos acertado en la respuesta.
Porque esa vida eterna (vida para siempre) es la vida de Dios, nuestro padre. Y esa vida no puede ser otra que la de "amaos unos a otros..."
Y creo (que me perdonen los sabios y entendidos o doctores de la Santa Madre Iglesia) que insistir tanto en lo de las especies sacramentales, en la conversión del pan y el vino, en la presencia real en cuerpo y alma de Jesús... sólo nos lleva a milagros y realidades que no vemos ni entendemos; dan consuelo a nuestras vidas y andanzas por este mundo; pero no nos centran en el mensaje real y serio de toda la vida de nuestro Maestro.
Ir a Jesús es entrar en lo que el texto dice: "Todo el escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí". Intentar hacer mía esa vida de Dios (su palabra) es entrar en contacto y en comunión con lo que propone Jesús. Y mi eucaristía tiene que ayudarme a grabar en mi vida ese partir y repartir el pan y el vino. Y cuando lo hago empiezo a hacer real y presente la vida de Dios. Cada eucaristía celebrada con los hermanos y hermanas tiene que suponer un empujón y una confirmación de la Buena Noticia del Reino... Y ahí va toda la entrega (hasta la muerte). Pablo dice aquello de que cada vez que nos reunimos y partimos el pan "celebramos la muerte del Señor". Lo que bien pensado suena a barbaridad... si no fuera que hace referencia a toda la vida del Maestro y su forma de vivir el mensaje primero. Y si yo acepto ese camino, vivo la vida de Dios, escucho lo que me dice y me acerco a Jesús... Y eso me llevará a una Vida que va más allá de todo esto que vivo y me rodea.
Me imagino que cada uno tiene que escuchar atentamente el mensaje que nos llega a través del evangelio y tratar de vivir siguiendo las huellas del Señor.
Texto del evangelio de Juan (6, 41-51)
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