sábado, 31 de octubre de 2020

Los santos y santas de nuestros pueblos

"Santos sin altares ni devotos"

 1 de noviembre 2020

Nos hemos acostumbrado a oir y decir "Todos los Santos" pensando en todos y todas aquellas personas que la Iglesia ha puesto en los altares, personas a las que se reza, se pide ayuda o intervención o que simplemente se venera y que, en su vida, se destacaron por su gran piedad, por su religiosidad, por sus grandes trabajos, por sus predicaciones, incluso por sus milagros.

No sé si es una deformación; pero creo que, al principio, en las primeras comunidades de seguidores de Jesús, no era así. Por el hecho de aceptar la invitación al seguimiento de la Buena Noticia del Evangelio, las personas que entraban a formar parte eran llamadas "santos y santas"... Porque empezaban a vivir según el nuevo estilo de Jesús, la fraternidad.

Hace unos días leí lo que publicaba Juan Zapatero Ballesteros ("Santos sin altares ni devotos"). Me pareció una reflexión muy interesante y que, hoy, me ayuda a entender mejor el mensaje de este domingo, fiesta de todos los Santos.

En el libro del Apocalipsis se lee: “Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos..."

Y Juan Zapatero comenta: "Una muchedumbre inmensa que no coincide, ni mucho menos, con el número de santos y santas que aparecen en el santoral de la Iglesia católica. Entonces, estos otros santos y santas, ¿quiénes son?; ¿por qué son considerados como santos?; ¿quiénes les ha declarado como tales?"

"Pues sencillamente son los que vienen de la “gran tribulación” que no es otra que la vida misma, la de cada día. La que ha tocado, toca y seguirá tocando vivir a cada persona con más o menos dificultades. Porque aquí es donde se fragua la santidad, y no en otro sitio..."

"Hombres y mujeres que se dejaron y se dejan moldear por el amor, porque, a pesar de poseer muy poco o nada, descubrieron y descubren que esa era y es la mayor de las riquezas, la única que les podía y les puede hacer felices de verdad; dándose cuenta a la vez que, si lo comunicaban y lo comunican, podían y pueden hacer felices también a otras personas. Un “amor” sin epítetos ni calificativos, sin mayúsculas ni minúsculas; un amor sin credos ni ideologías; un amor ajeno al color de la piel y al tipo de lengua. ¡Qué más da! Era un amor que, sin saberlo o no, teniendo o no conciencia de ello, procedía y procede, a la postre, de la intimidad más profunda de sus corazones, el lugar exclusivamente reservado para el más absoluto e infinito de los amores: el Dios de Jesús, del que muchas y muchos nunca oyeron hablar..."

El domingo pasado escuchábamos lo del mandamiento principal. Hoy lo volvemos a escuchar... sencillamente porque, a la hora de calificar a los "santos y santas", sólo tenemos que fijarnos en esa exigencia de la Buena Noticia del Reino de Dios: Amar! , sin necesidad de credos, ideologías, devociones y rezos. Y como dice el evangelio en otro pasaje: Ésa será la sorpresa cuando el Señor diga aquello de "venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, etc..." Esos son los santos y santas de todos los tiempos a los festejamos y celebramos este domingo.

Antiguamente los predicadores y maestros de religión nos señalaban a los santos oficiales como modelos a imitar... Y, pensando e imaginando a los santos de nuestros altares, perdimos de vista a tantos y tantas que, en su día a día, se iban incorporando a esa muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas... que con  su manera de vivir y de actuar iban poniendo esa nota de ternura y compasión que aliviaba las carencias y dificultades de tantas otras personas: José, María, Fernando, Manolo, Pilar, Conchita, Teresa, Isabel, Antonio, Damià, Catalina, Sió, Ramón, Jordi, Paulina, Rami, Charo, Amador, Piedad, John, José Antonio... Todos esos y muchos más me los he encontrado. Creo que todos ellos forman esa cadena de santos y santas que nos ayudan a seguir tras las huellas de Jesús de Nazaret. 

Felicidades! Zorionak! Molt's d'anys!

Texto del evangelio de Mateo (5,1-12)



sábado, 24 de octubre de 2020

El que ama ha cumplido toda la ley

 El mandamiento principal

25 de octubre 2020


Seguimos con el evangelio de Mateo y semana a semana vamos desgranando el mensaje de la Buena Noticia del reino de Dios, cómo Jesús de Nazaret intentaba hacer comprender lo que tenía que ser esencial y principal. Se lo decía y explicaba a su gente, a los de su pueblo, a los judíos como él mismo...
"Esta semana, -nos ofrece la introducción Inma Calvouna vez más, fariseos y saduceos ponen a prueba a Jesús. Le preguntan cuál es el mandamiento principal y el Maestro responde con una enseñanza capital. No solo ensalza el amor a Dios y al prójimo situándolos en el peldaño más alto del pódium. La genialidad está en unir ambos mandamientos de tal forma que se identifican. Si reconocemos la unidad esencial de todo lo que existe, solo tiene sentido hablar de un mandamiento. Incluso deja de ser mandato porque surge de una propia y profunda convicción..." 

Iba a decir que el texto y las diferentes formas de explicarlo lo hemos escuchado hasta la saciedad. Y, sin embargo, creo que o no han sabido explicárnoslo bien o somos un poco duros de entendederas.

Fray Marcos me ayuda con su explicación: "La originalidad de Jesús está en unir los dos mandamientos. De hecho, lo único que hace es citar dos textos del AT. No se trata solo de una yuxtaposición o de una equiparación. Se trata de una identificación en toda regla que, además, prepara el terreno a Juan para poder decir con rotundidad: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34). Es el mandamiento nuevo, que convierte la Ley (las Tablas de la Ley) en vieja. Después de 20 siglos, seguimos sin aceptar la diferencia entre AT y NT."

Esa rotundidad que en las cartas de Juan se repite y se repite debería aparecer siempre en nuestras iglesias, en nuestras eucartistías, en nuestros grupos y comunidades. Nuestro discurso se va por otros derroteros y me temo que las nuevas generaciones (incluso las que se inician a través de la catequesis) perciben algo bien distinto: Los diez mandamientos, las oraciones, los mandamientos de la Iglesia, los sacramentos... ¿Qué es lo esencial? ¿Qué es lo importante?

Vuelvo a echar mano de Fray Marcos: "Cuando seguimos proponiendo los mandamientos de “la Ley de Dios” como marco para la vida de la comunidad, es que no hemos entendido el mensaje de Jesús. S. Agustín lo entendió muy bien cuando dijo: “Ama y haz lo que quieras”. Pero Pablo lo había dicho con la misma claridad: “Quien ama, ha cumplido el resto de la Ley”. No se trata de una nueva ley, sino de hacer inútil toda ley, toda norma, todo precepto."

¿Verdad que suena muy fuerte eso que dice San Agustín? ¿O lo que dice el mismo San Pablo? En realidad sólo están subrayando lo que dice el evangelio de Mateo y lo que escribía Juan en sus cartas... ¿Cómo nos sonaría que el cura nos dijera en misa? "-Mirad, amigos, amad y haced lo que queráis..." Bueno, a lo mejor es que eso de amar no se nos da bien y entendemos lo que no es...

Una nota más para ir pensando. "A Dios no se le puede amar directamente ni mucho ni poco, porque no le podemos conocer. Dios no es un sujeto con el que me pueda encontrar... Dios y el prójimo no se pueden separar... Demuestro que estoy abierto al amor si amo a todos. Si dejo de amar a una persona, puedo estar seguro de que lo que me mueve no es amor, sino egoísmo, instinto, pasión, interés o la simple programación... (Fray Marcos)

"Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo..." Ser tierno, cariñoso, atento, que me fijo en los detalles, en los pequeños, en los necesitados, en los que no tienen importancia, ni fama, ni riquezas, ni son sabios o muy inteligentes... Parecernos a nuestro Padre. Algo así tendría que ser nuestro objetivo y nuestro programa. Aprender a amar.

Texto del evangelio de Mateo (22,34-40)


sábado, 17 de octubre de 2020

A Dios lo que es de Dios

"A Dios lo que es de Dios" 

18 de octubre

Una frase que hemos escuchado muchas veces: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"... A Jesús le preguntan por aquello de si hay que pagar los impuestos al emperador, a Roma; si está bien o habría que negarse...

Como comenta Inma Calvo en la introducción de los textos de este fin de semana: "El evangelio del denario del César, que leemos este domingo, nos lleva a reflexionar sobre nuestras sociedades. Es importante entender que no se habla de un duelo entre el poder civil o el religioso. Jesús aboga por la fraternidad y no por el poder, que siempre corrompe si no se entiende como servicio."

Sin embargo, demasiado a menudo hemos escuchado reflexiones en el sentido de que existe una separación de mundos y realidades: las cosas de Dios y las cosas del César (de la política, de los negocios, de las empresas, de las cosas de este mundo, vaya!). Y así nos hemos encontrado con situaciones que, si las piensas bien, resultan realmente escandalosas. Como que se podía ser un buen cristiano (un buen católico) yendo a misa y cumpliendo con lo que mandaba la Santa Madre Iglesia y, al mismo tiempo, se podía contratar a un inmigrantes con salarios de miseria, tener sirvientas abusando de su tiempo, de su horario y pagándoles como si fuera una limosna... O empresas que podían acumular beneficios increíbles al tiempo que los trabajadores eran explotados... A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

El otro día, en la reunión de Cáritas, Iñaki nos comentaba precisamente este evangelio y nos hacía esa pregunta: "-¿Qué es de Dios?" Y nos señalaba que de Dios es sencillamente el hombre. Y, a partir de ahí, podemos deducir que todo lo que va contra el hombre (contra cualquier hombre, mujer, niño, niña, anciano, anciana) va contra el mismo Dios, contra su plan, contra la finalidad misma de la vida. 

"La exégesis moderna, escribe José Ant. Pagola, no deja lugar a dudas. Lo primero para Jesús es la vida, no la religión. Basta con analizar la trayectoria de su actividad. Se le ve siempre preocupado por suscitar y desarrollar, en medio de aquella sociedad, una vida más sana y más digna..."

Siempre nos resulta más fácil cumplir con Dios y con la Iglesia en aquellas cosas que son ritos, ceremonias, rezos y devociones... al tiempo que dejamos aparte todo lo que atañe a nuestra sociedad, a nuestras relaciones laborales, a todo eso que llamamos política. De ahí, también, la frase de "yo no me meto en política".

"Al preguntar por la imagen, comenta Fray Marcos, Jesús está haciendo clara referencia al Génesis, donde se dice que el hombre fue creado a imagen de Dios. Si el hombre es imagen de Dios, hay que devolver a Dios lo que se le ha escamoteado, el hombre. La moneda que representa al César, tiene un valor relativo, pero el hombre tiene un valor absoluto, porque representa a Dios. Jesús no pone al mismo nivel a Dios y al César, sino que toma claro partido por Dios. Esta idea es una de las claves del mensaje de Jesús..."

Siguiendo el hilo de estas reflexiones, me pregunto cómo entiendo yo el reino de Dios del que Jesús de Nazaret habla siempre. El aceptar la invitación que me hace me afecta en algo? Puedo seguir tan tranquilo pensando que yendo a misa, rezando y recibiendo los sacramentos ya cumplo con Dios, ya doy a Dios lo que es de Dios? O acaso me está señalando un camino de cambio y conversión? Porque resulta chocante que, al final, el mensaje de Jesús sobre el reino de Dios lo hemos traducido en una religión con su jerarquía y organización mientras que lo de la fraternidad, la compasión, la atención a los desvalidos, a los marginados, a los oprimidos... se podría decir que se lo dejamos a "los misioneros y misioneras", o todo lo más a los curas y monjas.

Sencilla y clara hace su reflexión final J.A.Pagola: "A veces, los cristianos exponemos la fe con tal embrollo de conceptos y palabras que, a la hora de la verdad, pocos se enteran de lo que es exactamente el reino de Dios del que habla Jesús. Sin embargo, las cosas no son tan complicadas. Lo único que Dios quiere es esto: una vida más humana para todos y desde ahora, una vida que alcance su plenitud en la vida eterna. Por eso nunca hay que dar a ningún César lo que es de Dios: la vida y la dignidad de sus hijos."


sábado, 10 de octubre de 2020

He recibido una invitación

 11 de Octubre de 2020

He recibido una invitación

¿Cuántas veces hemos escuchado en boca de Jesús de Nazaret aquello de "el reino de los cielos se parece a..."?

Y sirviéndose  de las situaciones y escenas que todos conocían trataba de hacerles entender cómo vivir y cómo actuar para asemejarse cada vez más a lo que Dios quería y esperaba de cada uno.

Hoy la parábola, la historieta, es la de la boda del "hijo del rey"...  Claro, el rey manda primeramente la invitación a los importantes, a los dirigentes, a los sabios y entendidos... Pero no quisieron ir. Tenían negocios que atender, tierras que cuidar, otros intereses, vaya! Eso no le gustó nada al rey; pero ya estaba todo preparado: el banquete, la fiesta, el baile... Entonces manda a sus criados que vayan a los cruces de los caminos y que inviten a todos los que encuentren...

Y ahí viene el primer mensaje de Jesús. Cada uno de nosotros ha recibido esa invitación. Así lo comenta Fray Marcos: "Dios llama a todos, hoy como ayer. La respuesta de cada uno puede ser un sí o un no. Esa respuesta es la que marca la diferencia entre unos y otros. Si preferimos las tierras o los negocios, quiere decir que es eso lo que de verdad nos interesa. El banquete es el mismo para todos, pero unos valoran más sus fincas, sus negocios, y no les interesa. Todo el evangelio es una invitación. Si no respondemos que sí con nuestra vida, estamos diciendo que no..." 

Demasiado a menudo, al escuchar la parábola, miramos hacia el pueblo judío pensando que ellos rechazaron la invitación. Creo, sin embargo, que es un error por nuestra parte. La invitación que hace va dirigida a todos, más allá de la religión, más allá de la raza, el sexo o lugar de origen. Sí, incluso por encima de la Iglesia católica. Porque la invitación no es a entrar en la Iglesia, bautizarse, recibir los sacramentos y hacer las oraciones que nos enseñan... Se trata de una fiesta a la que Dios invita a todas las personas. 

Me gusta cómo lo comenta José A. Pagola: "En la parábola, cuando los que tienen tierras y negocios rechazan la invitación, el rey dice a sus criados: «Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda». La orden es inaudita, pero refleja lo que siente Jesús. A pesar de tanto rechazo y menosprecio habrá fiesta. Dios no ha cambiado..." 

Y esa fiesta, a mi modo de entender, no es algo pensado para la otra vida. Eso también lo hemos escuchado. Como que todo lo de ahora es un valle de lágrimas y tenemos que aguantar para poder ir al cielo donde... Pienso más bien que Jesús miraba a la gente, a su gente, a los pobres de los pueblos que recorría, a los endeudados, a los que carecían de casi todo, a los marginados, enfermos, leprosos, mendigos... Y veía ya en su mente y en su corazón, la nueva humanidad, el reino de los cielos.

Ésa era la buena noticia, el mensaje que diera aliento y ánimo y llenara de esperanza a los que se veían arrinconados, humillados, sin medios y sin apoyo. Y Fray Marcos lo comenta así: "Efectivamente, es la mejor noticia: Dios me invita a su mesa. Pero el no invitar a mi propia mesa a los que pasan hambre, es la prueba de que no he aceptado su invitación. La invitación no aceptada se volverá contra mí. Sigue siendo una trampa el proyectar la fiesta, la alegría, la felicidad para el más allá. Nuestra obligación es hacer de la vida, aquí y ahora, una fiesta para todos. Si no es para todos, ¿quién puede alegrarse de verdad?"

Ahí es donde me siento cuestionado. Estoy invitado a la fiesta, a la boda, a entrar en el reino de los cielos; pero si no soy capaz de ver y sentir a los marginados, a los mendigos, a los inmigrantes olvidados, a los que no son de mi tierra, de mi religión, de mi raza o incluso de mi sexo... eso significa que no he entendido la invitación.

Hay como una nota discordante en la narración. Algo que parece extraño en boca de Jesús de Nazaret. Posiblemente la primera comunidad de seguidores la incluyó para hacer entender que formar parte de los seguidores del Maestro significaba comprometerse de verdad y vivir a la manera de Jesús mismo.

Lo comenta muy bien Inma Calvo en la presentación de los comentarios de este domingo. Dice así: "La parábola de este domingo nos habla de esos invitados al banquete. Hay una primera enseñanza que es la universalidad de la llamada de Dios. Y termina con algo que nos inquieta: aquel que sacan de la fiesta por no llevar el traje adecuado. Si lo habían invitado a última hora y estaba por los caminos. De nuevo ese contraste semita que pone el foco en un detalle y ahí está la clave de interpretación de la metáfora. ¿No será la fraternidad ese traje?..." 

Tendremos que revisar nuestros armarios a ver si tenemos ese traje... Si no, yo mismo me excluiré de la fiesta, del reino de Dios. Y a la hora de rezar la oración de Jesús tendré mucho cuidado al repetir sus palabras: -"Venga tu reino... Y hágase tu voluntad..." Porque ahí entra eso del traje de fraternidad y el intentar que todo eso que tanto deseo ( y que lo iba dejando para el más allá) se vaya cumpliendo en esta vida y vaya llegando a todos y a todas.

Texto del evangelio de Mateo (22,1-14)


sábado, 3 de octubre de 2020

Qué espera Dios de nosotros

 4 de Octubre de 2020


"La parábola de los «viñadores homicidas»,
escribe José A. Pagola, es tan dura que a los cristianos nos cuesta pensar que esta advertencia profética, dirigida por Jesús a los dirigentes religiosos de su tiempo, tenga algo que ver con nosotros..."
Y cuenta así: "Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían..." Y... esos labradores no sólo no entregaron los frutos sino que mataron a los criados y finalmente también al hijo que fue en nombre de su padre a reclamar lo que le debían...
Es una parábola que hemos escuchado en otras ocaciones y que, sin prestarle mucha atención, hemos aplicado a los dirigentes del pueblo judío que no aceptaron el mensaje de Jesús y terminaron haciéndolo crucificar. Nos decimos que nosotros (los cristianos) somos ahora el "pueblo de Dios" y que Jesús está con nosotros (nos lo hemos apropiado). Por eso toda esa parábola no va con nosotros.
"La parábola,comenta J.A. Pagola, está hablando también de nosotros. Dios no tiene por qué bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué identificarse con nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad. También ahora Dios quiere que los trabajadores indignos de su viña sean sustituidos por un pueblo que produzca frutos dignos del reino de Dios."
¿Qué espera Dios de nosotros? Cuando Jesús proclamaba su mensaje y se dirigía a la gente y a los dirigentes religiosos de su pueblo (doctores, escribas, fariseos) ¿qué les pedía? ¿qué les echaba en cara?
Cuidado! No tenemos que equivocarnos. A lo largo de los siglos hemos ido recibiendo una imagen de los dirigentes del pueblo judío culpables del rechazo del enviado de Dios y que lo entregaron al poder de los romanos para que lo ejecutaran en la cruz... Por eso escribe Fray Marcos: "Tendremos verdadera dificultad en aplicarnos la parábola si partimos de la idea de que aquellos jefes religiosos eran malvados y procedían con mala voluntad. Nada más lejos de la realidad. Su preocupación por el culto, por la Ley, por defender la institución, por el respeto a su Dios, era sincera. Lo que les perdió fue la falta de autocrítica y confundir los derechos de Dios con sus propios intereses..."
Ser seguidores de Jesús de Nazaret, pues, es mucho más que bautizarse, recibir los sacramentos, ir a misa y practicar toda una serie de devociones. Creo que Jesús quería que la gente, su propio pueblo, fuera mucho más allá de la Ley y el Templo; que centrara su vida en algo que afecta a la vida misma, que hace que la persona sea más humana, más parecida a Dios mismo que es, ante todo, compasión y ternura. Y los frutos que espera de cada uno de nosotros es aquello por lo que nos pedirán cuenta en el juicio final... La imagen de un juicio en el que relata lo de: "tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis..."
Si eso es lo que se espera de nosotros, no resulta demasiado difícil mirar alrededor y descubrir tantas y tantas personas (hombres, mujeres y niños) que presentan, precisamente, todas esas carencias: inmigrantes llegados hasta nuestros pueblos en busca de comida, vivienda, trabajo, salud; familias que se han quedado sin trabajo; personas mayores dejadas de lado u olvidadas..., etc.
Lo que Dios espera de nosotros... Fray Marcos lo comenta con mucha más agudeza y con mayor conocimiento: "¿Qué espera Dios de mí? Dios no puede esperar nada de mí porque nada puedo darle. Él es el que se nos da totalmente. Lo que Dios espera de nosotros no es para Él, sino para nosotros. Lo que Dios quiere es que todas y cada una de sus criaturas alcance el máximo de ser. Como seres humanos, tenemos que alcanzar nuestra plenitud, precisamente por nuestra humanidad. Desde que nacemos tenemos que estar en constante evolución. Jesús alcanzó esa plenitud y nos marcó el camino para que todos podamos llegar a ella..."
O sea que alcanzar mi plenitud como persona es ser lo más humano posible, sentir que las personas que me rodean son parte de mí, o al revés, yo soy parte de ellas. Y su hambre, su sed, su falta de vivienda, su falta de salud, su opresión, su marginación, sus carencias y su miseria son mías también. Y sólo si echo una mano en hacer un mundo más humano, más justo y solidario, iré alcanzando mi plenitud.
Eso es lo que Dios espera de mí.
Texto del evangelio de Mateo (21,33-43)


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