Esta semana y la que viene y no sabemos cuántas más nos hallamos recluidos en nuestras casas. Entre nosotros tenemos un mal que nos afecta a todos. Para muchos miles significa la hospitalización. Para otros está resultando más grave. Y todos experimentamos la negrura del momento. Como escribe Inma Calvo: "Para muchos es una pelea a vida o muerte. Para otros, el momento de desplegar la solidaridad o el heroísmo. Y para todos, sobre todo los confinados en casa, es una oportunidad, un kairós excepcional para situarnos frente al espejo, como individuos, como familia, como sociedad y como especie".
¿Cómo vivimos nosotros el coronavirus y tantas otras calamidades y desgracias que ocurren en nuestro mundo, en nuestra sociedad? ¿Me da miedo que me alcance a mí, a mi familia, a las personas que conozco? Claro, diremos todos. Es normal. Pero me pregunto si esta globalización del mal, no será también el momento bueno para tomar conciencia de nuestra humanidad. Una humanidad que abarca a todas las personas (como vienen insistiendo los políticos), sin distinción de razas, colores, lenguas, religiones, sexo o procedencia. Que la solidaridad y la fraternidad están por encima de todo.
Mendigo y ciego de nacimiento. Reviviendo el relato del evangelio de Juan, estoy pensando que tal vez nosotros andamos necesitados de que Jesús de Nazaret nos ponga barro en los ojos y nos mande a lavar para que se nos abran a esa luz nueva que nos cambia la vida. Por los pueblos y caminos de Palestina fue el Maestro proclamando la Buena Noticia del Reino de Dios. Era tan nuevo que a unos les parecía un disparate, otros lo tomaban por loco y unos pocos le seguían si entender demasiado...
Los fariseos eran totalmente legales, cumplidores, religiosos, obedecían lo que estaba mandado. Y, sin embargo, parece que no llegaron a entender el proyecto de Jesús de Nazaret. Hoy en día, nuestra Iglesia, nosotros si nos miramos en el espejo (del evangelio), como dice Inma Calvo, ¿cómo nos vemos? ¿Seguimos las huellas de Jesús, nos implicamos en ese proyecto de humanidad nueva, de sociedad de hermanos en la que la compasión y la solidaridad sea más importante que el dinero, que el poder, que la moda, que la fama, que las cosas que podamos adquirir, incluso que la religión?
José Antonio Pagola nos ofrece una conclusión profunda, seria y directa: "Nuestra Iglesia no necesita hoy predicadores que llenen las iglesias de palabras, sino testigos que contagien, aunque sea de manera humilde, su pequeña experiencia del evangelio. No necesitamos fanáticos que defiendan «verdades» de manera autoritaria y con lenguaje vacío, tejido de tópicos y frases hechas. Necesitamos creyentes de verdad, atentos a la vida y sensibles a los problemas de la gente, buscadores de Dios capaces de escuchar y acompañar con respeto a tantos hombres y mujeres que sufren, buscan y no aciertan a vivir de manera más humana ni más creyente."
No sabría expresarlo mejor. Tal vez en y desde nuestras casas no podamos hacer gran cosa; pero me gustaría pensar que este tiempo de encierro (verdadero desierto y verdadera cuaresma) nos va a servir para ahondar en el mensaje del Maestro y cuando esta pandemia y este virus pase (que pasará, como nos dicen), sigamos teniendo en nuestros ojos una luz nueva que nos haga ver... y ver con el corazón.
Texto del evangelio de Juan 9, 1-41
¿Cómo vivimos nosotros el coronavirus y tantas otras calamidades y desgracias que ocurren en nuestro mundo, en nuestra sociedad? ¿Me da miedo que me alcance a mí, a mi familia, a las personas que conozco? Claro, diremos todos. Es normal. Pero me pregunto si esta globalización del mal, no será también el momento bueno para tomar conciencia de nuestra humanidad. Una humanidad que abarca a todas las personas (como vienen insistiendo los políticos), sin distinción de razas, colores, lenguas, religiones, sexo o procedencia. Que la solidaridad y la fraternidad están por encima de todo.
Mendigo y ciego de nacimiento. Reviviendo el relato del evangelio de Juan, estoy pensando que tal vez nosotros andamos necesitados de que Jesús de Nazaret nos ponga barro en los ojos y nos mande a lavar para que se nos abran a esa luz nueva que nos cambia la vida. Por los pueblos y caminos de Palestina fue el Maestro proclamando la Buena Noticia del Reino de Dios. Era tan nuevo que a unos les parecía un disparate, otros lo tomaban por loco y unos pocos le seguían si entender demasiado...
Los fariseos eran totalmente legales, cumplidores, religiosos, obedecían lo que estaba mandado. Y, sin embargo, parece que no llegaron a entender el proyecto de Jesús de Nazaret. Hoy en día, nuestra Iglesia, nosotros si nos miramos en el espejo (del evangelio), como dice Inma Calvo, ¿cómo nos vemos? ¿Seguimos las huellas de Jesús, nos implicamos en ese proyecto de humanidad nueva, de sociedad de hermanos en la que la compasión y la solidaridad sea más importante que el dinero, que el poder, que la moda, que la fama, que las cosas que podamos adquirir, incluso que la religión?
José Antonio Pagola nos ofrece una conclusión profunda, seria y directa: "Nuestra Iglesia no necesita hoy predicadores que llenen las iglesias de palabras, sino testigos que contagien, aunque sea de manera humilde, su pequeña experiencia del evangelio. No necesitamos fanáticos que defiendan «verdades» de manera autoritaria y con lenguaje vacío, tejido de tópicos y frases hechas. Necesitamos creyentes de verdad, atentos a la vida y sensibles a los problemas de la gente, buscadores de Dios capaces de escuchar y acompañar con respeto a tantos hombres y mujeres que sufren, buscan y no aciertan a vivir de manera más humana ni más creyente."
No sabría expresarlo mejor. Tal vez en y desde nuestras casas no podamos hacer gran cosa; pero me gustaría pensar que este tiempo de encierro (verdadero desierto y verdadera cuaresma) nos va a servir para ahondar en el mensaje del Maestro y cuando esta pandemia y este virus pase (que pasará, como nos dicen), sigamos teniendo en nuestros ojos una luz nueva que nos haga ver... y ver con el corazón.
Texto del evangelio de Juan 9, 1-41
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