20 de Octubre de 2019
A la pregunta de los fariseos ("Cuándo vendrá el reino de Dios..."), Jesús responde con la parábola que escuchamos este fin de semana. Es la parábola del juez que ni temía a Dios, ni le importaban los hombres... y por otra parte la viuda que solía decirle: Hazme justicia frente a mi adversario...
Los comentarios que he escuchado siempre hacen referencia a la oración. Cómo debemos orar, cómo debemos dirigirnos a Dios. Con insistencia, sin cansarnos, con la esperanza de que algún día Dios nos escuchará y vendrá en nuestra ayuda.
Sin embargo, como comenta José Antonio Pagola, "si observamos el contenido del relato y la conclusión del mismo Jesús, vemos que la clave de la parábola es la sed de justicia. Hasta cuatro veces se repite la expresión «hacer justicia». Más que modelo de oración, la viuda del relato es ejemplo admirable de lucha por la justicia en medio de una sociedad corrupta que abusa de los más débiles..."
Esa manera de pensar no es frecuente en nuestro entorno religioso (el de la Iglesia Católica) y, demasiado a menudo hemos ido delegando en Dios Padre o en los santos para que ellos nos saquen de las dificultades y desgracias. La acumulación de vírgenes, de santos y santas y la larga lista de devociones parece ser nuestra única caja de resistencia y de mantenimiento de la esperanza de que algún día (en esta vida o en la vida futura) nos llegue la salvación..., el reino de Dios.
"El segundo personaje -continúa el comentario de José Ant. Pagola- es una viuda indefensa en medio de una sociedad injusta. Por una parte, vive sufriendo los atropellos de un «adversario» más poderoso que ella. Por otra, es víctima de un juez al que no le importa en absoluto su persona ni su sufrimiento. Así viven millones de mujeres de todos los tiempos en la mayoría de los pueblos..."
Sin señalar a nadie y sin citar nombres, todos comprendemos y conocemos (en parte) los abusos, atropellos y atrocidades que se vienen cometiendo a lo largo y ancho de este mundo nuestro. Viudas, mujeres mayores y jóvenes, incluso niñas, que viven unas condiciones humillantes, vejatorias, esclavizadas al servicio de hombres que siguen convencidos de hacer incluso lo correcto (Las mujeres al servicio de...). Y nosotros rezamos a Dios...
Me gusta este giro que hace en su comentario Fray Marcos: "Hoy sabemos que Dios no puede tener ahora una postura y otra para dentro de una hora o para el final de los tiempos. Dios es siempre el mismo y no puede cambiar para amoldarse a una petición. No tenemos que esperar al final del tiempo para descubrir la bondad de Dios sino descubrir a Dios presente, incluso en todas las calamidades, injusticias y sufrimientos que los hombres nos causamos unos a otros..."
La dinámica de nuestra comunidad cristiana, los rezos de las funciones religiosas van siempre en la misma dirección: Oremos por los gobernantes para que obren con justicia... Oremos por los que viven en la miseria... Oremos por los inmigrantes... Oremos por los que están en paro..., o sin hogar..., o están marginados... -Te rogamos, óyenos.
Como escribe Fray Marcos: -Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si pedimos, esperando que el mismo Dios cambie: malo, malo, malo. Y si terminamos creyendo que Dios me ha hecho caso y me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo. Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible: cambiar nosotros..."
Un comentario final de José Antonio Pagola a ese modelo de religiosidad y de oración: "¿Es esta la fe y la oración de los cristianos satisfechos de las sociedades del bienestar? Seguramente, tiene razón J. B. Metz cuando denuncia que en la espiritualidad cristiana hay demasiados cánticos y pocos gritos de indignación, demasiada complacencia y poca nostalgia de un mundo más humano, demasiado consuelo y poca hambre de justicia..."
Serio y duro, verdad? Cuándo vendrá el reino de Dios? -Cuándo me voy a poner manos a la obra? -Que venga tu reino! Padre nuestro, quiero hacer todo lo posible para que en mi vida y en mi entorno se vaya haciendo realidad "tu reino". Amén
Texto del evangelio de Lucas (18,1-8)
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