sábado, 26 de octubre de 2019

La vida y actitud que me justifica

27 de Octubre de 2019

Hoy, el texto de Lucas nos trae otra parábola de Jesús... Es la de dos hombres que subieron al Templo a orar. El uno era fariseo y daba gracias a Dios porque él no era como los demás... El otro era un publicano y ni siquiera se atrevía a levantar los ojos del suelo...
Todos la hemos escuchado muchas veces y creemos que la hemos entendido. Nos identificamos con la humildad del publicano y nos parece mal la actitud del fariseo que se siente seguro, es cumplidor, ora y ayuna regularmente...; pero desprecia al publicano, un pecador.

En la reunión de Cáritas que tuvimos, Iñaki nos comentaba con qué facilidad nosotros los practicantes, los católicos que rezamos, vamos a misa y cumplimos terminamos pareciéndonos al fariseo de la parábola. Y no es por lo de cumplir, rezar y practicar, sino por lo de despreciar a los pobres publicanos... 
Por el grupo de Acogida de Cáritas pasan personas y familias (en general inmigrantes) que acuden en busca de ayuda presentando toda clase de carencias y necesidades para llevar una vida digna.
Nuestro peligro y tentación está en clasificarlas, en catalogarlas... (exageran, mienten, engañan, son desordenados, les das una cita y no acuden, son impuntuales... No son como nosotros...)
Con todos esos pensamientos nos parecemos tremendamente al modo de actuar del fariseo.

José Antonio Pagola abre el comentario situándonos: "Para escuchar correctamente el mensaje de la parábola, hemos de tener en cuenta que Jesús no la cuenta para criticar a los sectores fariseos, sino para sacudir la conciencia de «algunos que presumían de ser hombres de bien y despreciaban a los demás». Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días..."

Y es que, con esa actitud que desprecia a los que llegan a nosotros, nos hemos olvidado de la persona que viene a nosotros. No sabemos acoger y poner en nuestra mirada y en nuestro corazón la compasión y ternura para descubrir a Dios mismo que se encarna, precisamente, en los más débiles.
Por eso, -continúa J.A. Pagola- hemos de leer la parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes?...

Creo que, a lo largo de nuestra formación religiosa, se nos ha colado una mentalidad administrativo-laboral y se la hemos aplicado a nuestro Dios.
Yo cumplo los mandamientos, voy a misa todos los domingos y días de precepto, ayuno cuando está mandado, pertenezco a una asociación o cofradía... Me he ganado el premio y es de justicia que Dios me tenga en cuenta. Por encima de todos esos que ni van a misa, ni creen en Jesucristo, ni rezan, ni hacen obras de caridad... Es mi paga. Es lo normal, no? Me tiene que querer a mí más que a todos esos.

Fray Marcos escribe algo que me resulta sumamente esclarecedor: "Dios no me quiere porque soy bueno. Dios me quiere porque Él es amor. Si parto del razonamiento farisaico (y con frecuencia lo hacemos) resultaría que el que no es bueno no sería amado por Dios, lo cual es un disparate. Este razonamiento parte de la visión ancestral que los seres humanos tenían de Dios, pero tenemos que dar un salto en nuestra concepción de un dios separado y ausente, que exige nuestro vasallaje para estar de nuestra parte. Dios no me puede considerar un objeto porque nada hay fuera de Él..."

Dios, el Dios de Jesús, el Dios de los evangelios no es un contable que va anotando lo que hacemos día a día, no hace balances de aciertos y errores, no nos cataloga en cumplidores y no cumplidores, no está preparando el examen que tendremos que pasar al final de nuestra vida... Y Jesús de Nazaret, en sus parábolas y actitudes, nos habla de ese padre misericordioso que acoge al hijo pródigo, de Zaqueo el publicano, del pastor que deja a las 99 y va en busca de la oveja perdida, de la mujer adúltera, de la samaritana que le pide agua... Es esa atención a los pequeños, a las mujeres, a los leprosos, a los publicanos, a las prostitutas...
Por ahí anda la Buena Noticia del reino de Dios. Y si yo que cumplo con los mandamientos, voy a misa, rezo y ayuno; pero no descubro en esos pequeños necesitados, inmigrantes, marginados, incultos, no cristianos... al mismo Dios al que damos alimentos, vestimos, enseñamos, acogemos y brindamos cariño y ternura... es que no he entendido el proyecto de Jesús de Nazaret. Y me volveré a mi casa menos justo que todos esos que, al igual que el publicano, es posible que recen a su manera diciéndose: "Oh Dios, ten compasión de este pecador"
Texto del evangelio de Lucas (18,9-14)

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