Domingo 6 de mayo de 2018
El texto que escuchamos hoy tomado del evangelio de Juan es todo un discurso que el evangelista pone en boca de Jesús. Imagino que es una forma de presentar una reflexión
de lo que vivían aquellas primeras comunidades de seguidores. Lo que más impactó a todos aquellos hombres y mujeres en su relación con Jesús de Nazaret.
Muy frecuentemente nos encontramos con textos de iglesia escritos seguramente por personas muy entendidas en todo lo que es religión, teología e iglesia y a mí, personalmente, me produce la sensación de escuchar un lenguaje extraño, una manera de hablar que requiere interpretación o estar iniciado en los secretos del más allá.
Y me pregunto: ¿Por qué nos hablan así? ¿Es que no quieren que entendamos? ¿O es que tienen que demostrar que saben mucho más que nosotros?
Escucho y leo las palabras del evangelio y me asombra esa insistencia en poner palabras difíciles a algo que cualquiera puede entender: "Amaos unos a otros..." "Que mi alegría esté en vosotros..." "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando..."
Siendo todo esto el mensaje más importante de la buena noticia, no deja de extrañar que a la iglesia (a los seguidores de Jesús de Nazaret) no se la vea con esa característica: la alegría del amor. Y lo expreso así porque eso es precisamente algo que, de una forma o de otra, todos hemos experimentado: Enamorarnos, amar, vivir eso tan especial que es lo de sentirse amado... y amar. Parece que el mundo cambia, que lo que nos ocurre es lo más grande... Pues bien, Juan en su evangelio (y en sus cartas) lo interpreta de esa manera: "Dios es amor... El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios..." Y de ahí la alegría que tiene que invadirnos y poner una sonrisa permanente en nuestro cuerpo.
José A. Pagola lo comenta así: "Quizá los cristianos de hoy pensamos poco en la alegría de Jesús y no hemos aprendido a «disfrutar» de la vida, siguiendo sus pasos. Sus llamadas a buscar la felicidad verdadera se han perdido en el vacío tal vez porque seguimos obstinados en pensar que el camino más seguro de encontrarla es el que pasa por el poder, el dinero o el sexo... "
Entender que Dios está dentro de nosotros, no en el más allá. Que ya nos ha dado todo y que lo que tengo que hacer es dejar aparecer en mí el amor que he recibido. Lo mismo en todas las otras personas.
Me gusta cómo los expresa Fray Marcos: "Os he hablado de esto para que vuestra alegría llegue a plenitud. Es una idea que no siempre hemos tenido clara en nuestro cristianismo. Dios quiere que seamos felices con una felicidad plena y definitiva, no con la felicidad que puede dar la satisfacción de nuestros sentidos. La causa de esa alegría es saber que Dios comparte su mismo ser con nosotros..."
No me elegisteis vosotros a mí, os elegí yo a vosotros. Debemos recuperar esta vivencia. El amor de Dios es lo primero. Dios no nos ama como respuesta a lo que somos o hacemos, sino por lo que es Él. Dios ama a todos de la misma manera, porque no puede amar más a uno que a otro. De ahí el sentimiento de acción de gracias en las primeras comunidades cristianas. De ahí el nombre que dieron los primeros cristianos al sacramento del amor. “Eucaristía” significa exactamente acción de gracias..."
Sí, tiene razón. Esa vivencia constante del "amor" que Dios ha puesto en cada uno de nosotros tiene que cambiar nuestra cara y nuestra actitud. Hacia nosotros, primero. Y hacia todos los demás. Si no lo experimentamos, será difícil que nosotros como iglesia o como seguidores del Maestro podamos dar a conocer la "buena noticia" del reino de Dios.
Texto del evangelio de Juan (15, 9-17
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