Domingo 8 de octubre de 2017
Seguro que, en más de una ocasión, nos ha ocurrido que leyendo o escuchando las parábolas del evangelio las aplicamos a los otros quedándonos siempre con la mejor parte para nosotros. Tal vez porque nosotros somos los "buenos", los que están "dentro" de la iglesia, los que cumplen.
Me atrevo a pensar que Jesús de Nazaret que, en ésta y algunas otras parábolas, se muestra duro y exigente con los dirigentes religiosos de su tiempo, también veía que, en su mayoría, eran personas religiosas; personas que cumplían y seguían (incluso estrictamente) las normas y mandamientos de la religión. Eran los "buenos"...
Como bien dice José Antonio Pagola: "Comentaristas y predicadores han interpretado con frecuencia la parábola de Jesús como la reafirmación de la Iglesia cristiana como el “nuevo Israel” después del pueblo judío, que, con la destrucción de Jerusalén el año 70, se ha dispersado por todo el mundo..." Y nos hemos quedado con esa idea dando por seguro que "somos el pueblo elegido". "Sin embargo, continúa Pagola, la parábola está hablando también de nosotros. Una lectura honesta del texto nos obliga a hacernos graves preguntas: ¿estamos produciendo en nuestros tiempos “los frutos” que Dios espera de su pueblo: justicia para los excluidos, solidaridad, compasión hacia los que sufren, perdón…?"
Pienso que nuestra actitud tiene que cambiar: escuchar y leer el mensaje de Jesús de Nazaret como una llamada constante: ¿Cuáles son los frutos que estoy produciendo? Porque lo que Dios espera no es una lista larga de prácticas religiosas, sacramentos recibidos, oraciones rezadas, novenas, rosarios, etc. Jesús lo va señalando continuamente.
-Si vas a presentar tu ofrenda y te das cuenta de que tu hermano tiene algo contra tí, deja la ofrenda y ve primero a reconciliarte...
-No es diciendo "Señor, Señor" que entraréis en el reino de los cielos, sino haciendo la voluntad de mi Padre...
-Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, estaba desnudo y me vestisteis...
Así pues, me veo como un catecúmeno que trata de aprender lo que nos dice el Maestro. ¿Cómo dar y producir los frutos que Dios, nuestro padre, espera de nosotros?
Texto del evangelio de Mateo (21, 33-43)
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