Domingo 4 de Junio de 2017
Todos sabemos lo que significa "Pentecostés" y la fiesta y reflexión que hace la iglesia cincuenta días después de la fiesta de Resurrección de Jesús.
Los apóstoles reunidos, la llegada del Espíritu Santo, las lenguas de fuego y cómo, con la fuerza de ese espíritu, los discípulos de Jesús se dirigen a la multitud llegada a Jerusalén de diferentes partes del mundo y
“todos comprendían lo que decían los Apóstoles, a pesar de proceder de diferentes lugares y ser diferentes sus lenguas”...
A pesar de haber escuchado tantísimas veces los comentarios sobre Pentecostés, siempre me quedo con unas cuantas preguntas que cuestionan nuestro modo de entender y de vivir nuestra fe en la Buena Noticia de Jesús de Nazaret y el seguimiento de su modo y estilo.
Al Espíritu Santo, después de muchas explicaciones y argumentos, lo declaramos "Dios" y vamos asumiendo todos sus dones y poderes. Juan, en una de sus cartas, nos insiste en que a Dios nadie lo ha visto... Sólo el que ama a su prójimo puede entender a Dios (como Jesús mismo insistía). Entonces se hace bien complicado tratar de exponer y explicar cómo es Dios, cómo es su aliento o espíritu, cómo es Jesús de Nazaret "sentado a la derecha del Padre"...
¿De verdad necesitamos todas esas explicaciones para seguir el camino de Jesús de Nazaret? ¿No es mucho más sencillo aceptar lo que venía siendo ya tradición de que Dios mismo, nuestro origen y raíz, tiene un "aliento" de vida, un espíritu, que se manifiesta cuando vivimos a su estilo y manera?
Hablando de Pentecostés y de las lenguas de fuego del Espíritu Santo, me ha encantado el comentario que hace Juan Zapatero Ballesteros, de San Feliu de Llobregat: "
Una de estas interpretaciones consiste precisamente en afirmar que los Apóstoles recibieron a partir de aquel momento el don de la glosolalia, según la cual recibieron la capacidad de hablar idiomas desconocidos por ellos, pero que, a su vez, correspondían a las lenguas diversas de quienes se encontraban allí presentes, razón por la cual estos entendían perfectamente lo que aquellos hablaban...
Siempre he creído que semejante interpretación suponía rizar demasiado el rizo... Para mí existe un lenguaje mucho más universal y que además resulta totalmente irrefutable.
Por tanto, si nos ceñimos a Pentecostés, fuera bueno que dejásemos de lado todo lo que se refiere a la mente, a la ciencia, al intelecto, para centrarnos totalmente en el corazón como símbolo del amor, de donde procede toda obra buena. Así pues, en Pentecostés no hay que buscar sabiduría, ni cosas por el estilo, sino transformación profunda del corazón.
Y termina su comentario diciendo: "Pentecostés significa para mí que los Apóstoles pasaron a convertirse en personas comprometidas con el bien hacia toda persona; lenguaje irrefutable y a la vez inteligible por todos hombres y mujeres."
Es un lenguaje parecido al que usó Pedro al hablar de Jesús de Nazaret "que, ungido del aliento (espíritu) de Dios, pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo... porque Dios estaba con él"...
Todos sabemos lo que significa "Pentecostés" y la fiesta y reflexión que hace la iglesia cincuenta días después de la fiesta de Resurrección de Jesús.
Los apóstoles reunidos, la llegada del Espíritu Santo, las lenguas de fuego y cómo, con la fuerza de ese espíritu, los discípulos de Jesús se dirigen a la multitud llegada a Jerusalén de diferentes partes del mundo y
“todos comprendían lo que decían los Apóstoles, a pesar de proceder de diferentes lugares y ser diferentes sus lenguas”...
Una de estas interpretaciones consiste precisamente en afirmar que los Apóstoles recibieron a partir de aquel momento el don de la glosolalia, según la cual recibieron la capacidad de hablar idiomas desconocidos por ellos, pero que, a su vez, correspondían a las lenguas diversas de quienes se encontraban allí presentes, razón por la cual estos entendían perfectamente lo que aquellos hablaban...
Siempre he creído que semejante interpretación suponía rizar demasiado el rizo... Para mí existe un lenguaje mucho más universal y que además resulta totalmente irrefutable.
Texto del evangelio de Juan 20,19-23
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