Domingo 11 de Junio de 2017
La propuesta que nos hace la iglesia este fin de semana es la fiesta de la "Santísima Trinidad". O sea un misterio del que se ha hablado mucho y se sabe bien poco.
Estaba leyendo el comentario de J.A. Pagola y me ha llamado la atención la cita que hace un un tal Varillon que llega a afirmar que si "Dios no fuera Trinidad, él sería probablemente ateo... Y que si Dios no es Trinidad, no entiende nada..." Enseguida me he acordado de otro comentario que hacía una persona de gran espiritualidad que decía que los teólogos gastan demasiado tiempo y demasiada tinta hablando de Dios...
A pesar de todos los textos de Juan, en su evangelio, me sigue pareciendo que la iglesia y todos sus doctores han querido estudiar y diseccionar a Dios como si fuera un efecto de la naturaleza y razonan de mil maneras para darnos finalmente "su propio parecer", lo que su cabecita es capaz de imaginar y razonar...
Prefiero muchísimo más escuchar a Jesús de Nazaret en su forma más sencilla: sus parábolas, sus sentimientos, sus vivencias... ¿Cómo entiende él a Dios? ¿Cómo lo siente? ¿Cómo se acerca a Él? ¿Cómo nos invita a vivir como "hijos de Dios"?
A partir de ahí, creo que nuestra comunidad cristiana debe ponerse como objetivo lo que Juan dice en el texto del evangelio de hoy: "Dios no mandó su hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él"... Basta con aplicar ese mensaje tan sencillo. ¿Acaso no recuerda a la parábola del buen pastor? Jesús (y todos los que nos decimos seguidores suyos) no tenemos por objetivo "juzgar" (bueno, malo, ateo, comunista, homosexual, inmigrante, sin papeles, enfermo de sida...); sino salvar... Y cuando habla del "mundo", se trata de hombres y mujeres, de niños, ancianos, marginados, olvidados de la sociedad...
Entiendo que si percibimos a Dios como lo hace Jesús de Nazaret y empezamos a vivir a su estilo, estoy seguro que tendremos un nuevo aliento, un espíritu que será más optimista, más compasivo, más tierno y menos bronco. Un espíritu desprovisto de la propiedad de la verdad, capaz de entregarse (partirse y repartirse en eucaristía) y que entiende que todos y todas son hijos de un mismo Padre.
Y quiero citar un pequeño comentario de José Antonio Pagola: "Dios no es un ser “omnipotente y sempiterno” cualquiera. Un ser poderoso puede ser un déspota, un tirano destructor, un dictador arbitrario: una amenaza para nuestra pequeña y débil libertad. ¿Podríamos confiar en un Dios del que solo supiéramos que es omnipotente? Es muy difícil abandonarse a alguien infinitamente poderoso. Parece más fácil desconfiar, ser cautos y salvaguardar nuestra independencia..."
Texto del evangelio de Juan 3,16-18
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