Domingo 23 de octubre de 2016
En el texto de este domingo Lucas nos trae la parábola del "fariseo y el publicano". Una parábola que conocemos bien y que terminamos aplicando a los "fariseos"... guardando para nosotros la figura del publicano porque así pedimos perdón en la eucaristía (o en la confesión) y nos ganamos el perdón de Dios. Aunque siempre nos queda ese fondo de incomprensión y duda.
Y es que resulta que los fariseos eran gente de religión, gente cumplidora de mandamientos, leyes y normas. Personas que hacían todo lo que estaba mandado... ¿Qué más se podía pedir?
Ese pensamiento y ese lenguaje ha llegado hasta nosotros: Hacer las cosas como Dios manda... Cumplir con Pascua... Cumplir los mandamientos... Confesar y comulgar como Dios manda... (o como manda la santa madre Iglesia).
¿Qué es lo que falla? Tal vez la actitud, el modo de entender y el modo de vivir... Aquello de "si cumplo" me gano el premio, tengo derecho, iré al cielo. Si hago las cosas bien, Dios me amará y me premiará... ¿Puede eso ser verdad?
Fray Marcos hace el siguiente comentario: "Dios no me quiere porque soy bueno. Si parto del razonamiento farisaico (y con frecuencia lo hacemos) resultaría que el que no es bueno no sería amado por Dios, lo cual es un disparate. Este razonamiento parte de la visión tradicional que tenemos de Dios, pero tenemos que dar un salto en nuestra concepción de un dios separado y ausente. Dios no me puede considerar un objeto porque nada hay fuera de Él. El fallo más grave que podemos cometer como seres humanos es precisamente considerarnos algo al margen de Dios..."
Y siguiendo con esa reflexión, me he encontrado con el artículo de Juan Zapatero Ballesteros titulado "Sólo Dios basta" (en referencia al escrito de Santa Teresa de Jesús). Con la enorme dificultad que tenemos, o al menos tengo yo mismo, para expresar algo así. Sin embargo me ha gustado mucho ciertos aspectos que él va señalando: "Me basta el Dios cuya misericordia no tiene límites. Sí, ese Dios que a pesar de mis pequeñeces y miserias continuará apostando por mí y no me dejará de su mano por mucho que yo le corresponda con una y mil fechorías...
Me basta también el Dios que no me exige sacrificios ni mortificaciones para quererme con locura...
Me basta el Dios que hace sentirme hijo suyo, no esclavo ni siervo...
Me basta finalmente el Dios que he aprendido de Jesús, en contraposición al del de las devociones y de los sentimentalismos sin que ello quiera decir que siempre son malos ni mucho menos...."
Texto del evangelio de Lucas (18,9-14)
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