Domingo 28 de Agosto de 2016
La semana pasada estaba fuera y no pude escribir ningún comentario; pero participé en la eucaristía del pueblo y, aparte la lectura del evangelio (Jesús hablaba de tomar la senda difícil y entrar por la puerta estrecha), hubo una canción que me hizo reflexionar...: "Si me falta el amor, no me sirve de nada. Si me falta el amor, nada soy..."
En medio de tantos comentarios, charlas, reflexiones, predicaciones y propuestas, al final el resumen y punto clave es eso que dice la canción. Lo comentó san Pablo en una de sus cartas. Y el evangelio nos lo dice de muchas maneras.
Si amas y haces el bien a tus amigos y familiares, qué mérito tiene? Si invitas a los que te invitan, no haces más que devolver el favor.
Por otra parte, viene a decirnos que lo importante no es hacer muchas cosas, andar agobiado y preocupado por la cantidad de actividades que tengo que desarrollar... Me recuerda la escena de Marta y María y el comentario que le hace Jesús de Nazaret. Porque lo que importa es el amor. Y, claro, se trata de un amor de carne y hueso. Quiero decir que cuando hablamos de amor tenemos el peligro de pensar en "actos de caridad", en pequeños favores "espirituales" que podemos hacer a alguien. Amar es intentar hacer de nuestro entorno un mundo más humano y fraterno, como comenta J.A. Pagola: "A los que entran en la dinámica del reino de Dios buscando un mundo más humano y fraterno, Jesús les recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de ser anterior a las relaciones interesadas y los convencionalismos sociales.
Una vez más, Jesús de Nazaret nos descoloca y nos empuja hacia un estilo de vida en el que la gran preocupación (la buena noticia) es hacer posible un mundo al estilo de Dios: compasivo, tierno, solidario..., en el que la persona es el centro, lo más importante. Y, como no podía ser de otra manera, los pobres y los marginados son los primeros porque son ellos a los que nuestra sociedad ha ido despojando de lo más elemental.
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