sábado, 2 de enero de 2016

Acampó entre nosotros

Domingo 3 de Enero de 2016
En todos estos días de fiestas navideñas nos hemos ido llenando de imágenes, escenas y acontecimientos que nos quieren decir muchas cosas. A veces las interpretamos bien. Otras veces andamos distraídos y nos quedamos en los más superficial.
La eucaristía de este domingo, 3 de enero (al igual que todos los textos que hemos escuchado en celebraciones anteriores) nos hablan de algo central e importante que debería marcar nuestras vidas.
El nacimiento en Belén, los pastores, la estrella, los ángeles, la cueva... El "gloria a Dios en la alturas y paz a los hombres de buena voluntad"... Todo eso son imágenes que han marcado la niñez y la imaginación de muchas generaciones. Son tan cercanas a nosotros que nos hemos quedado con ellas. Están hechas a nuestra imagen.
En cambio, el texto tomado del evangelio de Juan es otra cosa. Es el lenguaje misterioso y profundo de los místicos, de las personas más espirituales. Nos habla de Dios, del Verbo, del principio del mundo, de la luz y de las tinieblas, de acampar entre nosotros y de la posibilidad de compartir una vida distinta y para siempre...
Voy a echar mano del comentario de J.A. Pagola. Dice: "La primera afirmación es ésta: “La Palabra de Dios se ha hecho carne”. Nos ha hablado. Pero no se nos ha revelado por medio de conceptos y doctrinas sublimes. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús para que la puedan entender y acoger hasta los más sencillos...
La segunda afirmación dice así: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. Los teólogos hablamos mucho de Dios, pero ninguno de nosotros lo ha visto. Los dirigentes religiosos y los predicadores hablamos de él con seguridad, pero ninguno de nosotros ha visto su rostro. Solo Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere y cómo busca construir un mundo más humano para todos..."
Mi referencia es Jesús de Nazaret. Su modo y estilo de vida, además de sus palabras, me dicen que, de una forma que no sé explicar, se sentía y estaba tan unido a Dios que la vida de Dios mismo se traslucía en él. Es más, que si comenzamos a vivir a su manera y estilo también nosotros experimentaremos que Dios está en nosotros y nosotros en Dios. Y que toda la humanidad (todos los hombres y mujeres) forman parte de esa cadena... Que Dios, de verdad, "ha acampado" entre nosotros, se ha hecho carne, se ha hecho humanidad... Por eso, cuando me olvido de mi hermano, cuando desprecio, cuando margino, cuando atropello y oprimo a otra persona... es a Dios mismo a quien se lo hago.
Bueno, por ahí ando. Son cosas que no sé explicar; pero leyendo a E.Martínez Lozano me parecía entender mejor esto que dice el evangelio de Juan. O sea que ahí vamos todos, como gran familia de Dios. Y las huellas de Jesús de Nazaret son la mejor pista para vivir y sentir en plenitud eso que se dice de "ser hijos de Dios".

Texto del evangelio de Juan 1, 1-18


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