Resistid, cantad, recordad
J. I. González Faus. [La Vanguardia]. Debió ser la fiebre porque pasé unos días malos: pero así lo soñé y así lo cuento.
Segundo día de la huelga de basuras de Madrid. Por sus calles iban apareciendo multitudes que confluían hacia Atocha entonando aquel entrañable “we shall overcome” de antaño, guiadas por la voz acariciadora y penetrante de Joan Baez. Cuando Madrid estaba menos transitable, comenzaron a surgir en otras ciudades de España marchas en dirección Madrid, desde Ciudad real, Coruña, Barcelona, Alicante… Con solemnidad litúrgica como los peregrinos del Tannhäusser, sin otras armas que los mismos cantos y la misma profunda convicción serena, en multitudes pacíficas donde nadie era nadie, pero cada uno era todos. Y esa identidad fraterna daba una fuerza irresistible a la marcha.
En pocos días las marchas se habían globalizado desde Filipinas a Estados Unidos, mientras se sumaban al frente viejos testigos de la resistencia humana. Por allí andaba Labordeta recordando que hemos “perdido canciones y caminos en duro batallar”, pero decidido a ir “poniendo en las palabras la fuerza de los labios para poder besar tiempos perdidos y anhelados de manos contra manos izando la igualdad”. Allí apareció Bob Dylan preguntando cuántas veces hemos de mirar a otra parte para luego pretender que no nos habíamos dado cuenta. Hasta Paco Ibáñez recordando lo que le decía su papá: no pienses que sin dinero vivirás: “el mundo es de los que han sabido alzarse sobre los demás”. Y Cecilia, inocente, cantando a cospedales de baja ética y altos caudales… Tras ellos nosotros, todos “al vent” del Raimon, “como hilillos insignificantes de plastilina” que acababan provocando un chapapote político. Todos en la más religiosa y más divinamente transparente de las procesiones. Poniendo en acción la frase bíblica: “el Espíritu de Dios llena toda la tierra”.
El texto de todas las pancartas era el mismo: “Resistid”: vomitad el consumo, vaciad los estadios, apagad los televisores, conducid utilitarios, limitad el uso de los móviles a lo indispensable; vestid con limpia sencillez, fundid esas joyas que afean vuestra humanidad. Que no os domestiquen con sus regalos envenenados ni os adormezcan con los nuevos opios del pueblo. Ese progreso no hace al hombre. Resistid impertérritos, abrazados, cantando sonrientes, soportando. Que eso sí que humaniza.
Resistid y cantad. Recordad a Mª Dolores Pradera con la letra hoy olvidada de H. Guaraní: “si se calla el cantor muere la vida, porque la vida misma es todo un canto”, y hoy la hemos convertido en inacabable llanto. “Si se calla el cantor, los obreros del puerto se preguntan quién habrá de luchar por sus salarios; que no calle el cantor porque el silencio cobarde apaña la maldad que oprime”.
Cantad, porque el canto da fuerzas para resistir. No bastará sólo con cantar, pero no podemos prescindir del canto: habrá que trabajar mucho, fuerte y con talento para recuperar tantos derechos perdidos, o sustituidos por otros deformados. Pero la canción sostiene el cuerpo e ilumina la mente. ¿Cómo íbamos a olvidar el viejo fandango: “la hierba de los caminos la pisan los caminantes; la dignidad del obrero la pisan cuatro tunantes de esos que tienen dinero”?.
Resistid y cantad: que vuestra resistencia impida el negocio de los listillos que tienen bolsillo en vez de alma; que vuestro canto atruene los oídos de quienes necesitan silencio para calcular nuevos negocios.
Resistid y caminad manifestándoos. Delante de vosotros y de vuestros cantores abre la marcha el coro de los profetas de Israel, con Jesús de Nazaret a la cabeza: Isaías, Amós, Oseas… cuyas voces retumban como bombas no violentas: “¡Ay de los que convierten la justicia en amargura!”. “Devastáis las haciendas, tenéis en casa lo robado al pobre, trituráis a mi pueblo y moléis el rostro de los desvalidos”. “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal”, y ¡llaman reformas a los robos! “¡Ay de los que acumulan mansiones hasta no dejar sitio!” (en Madrid, París, New York, Indonesia…) como si quisieran vivir ellos solos en medio planeta. Ay de los que tienen helicóptero personal transoceánico. Ya cantó Isaías que “los ricos son como estopa y sus obras como chispa: arderán los dos juntos y no habrá quien los apague”. Y Amós le hacía la segunda voz: “venden al justo por dinero y al pobre por un par de hipotecas; oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros”… Razón tenía Jesús: “es más difícil que se salve un millonario que enhebrar una aguja con una soga de barca; es un milagro que sólo puede hacer Dios”. Porque sólo Dios puede hacer que el millonario a ser más rico y a acumular, contentándose con todo y sólo lo que realmente necesita.
Resistid. Y el ángel del Señor volverá a cantar: “se derrumbará la (¿o el?) gran Capital, ya no sonarán allí músicas ni cítaras, ni luces de lámparas ni arrullos de novios… porque en ella se encontró la sangre de los profetas y de todos los asesinados en la tierra” (Apoc 18, 21 ss).
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