- «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Vuelvo a leer el texto de la eucaristía de este domingo.
Quiero acercarme a Jesús de Nazaret, al hombre que nos anuncia que el reino de Dios está cerca, que insiste en que ese reino, ese mundo nuevo, está dentro de nosotros... Que nos demos la vuelta, que nos convirtamos... Quiero sentir, como él hacía, toda la miseria, la injusticia, la opresión y debilidad de esos que vemos como los últimos de nuestra sociedad... y llenarme de compasión y de ternura para parecerme a ese Dios a quien Jesús mismo le llama "padre" - papá - abbá...
Con esa actitud puedo ver y tratar de entender a ese hombre (Jairo) que pierde a su niña..., o a la mujer que tiene su vida arruinada con las hermorragias continuas.
¿Qué vieron en Jesús para pensar que acercarse a él, tocar su manto... podría ayudarles y darles esperanza?
Es precisamente en ese punto en el que creo que debo hacer hincapié, fijarme bien, entender el impacto que causó entre aquellas gentes.
Y es que no me parece acertado que nos quedemos con esa imagen tan repetida de un Jesús milagrero, que va haciendo maravillas por donde pasa y le basta con un pequeño gesto, una palabra, o simplemente tocar su manto...
A pesar de que lo hayan repetido tantísimas veces y, quizás, hasta nos haya emocionado en más de una ocasión, esa imagen del hombre Jesús de Nazaret es irreal, no responde a su mensaje, a su buena noticia para los pobres, al que nos muestra mejor el estilo de vida de Dios y lo que quiere de nosotros.
Porque cuando nos insiste en que cambiemos, que nos demos la vuelta, para entrar en el reino de Dios, no está hablando de la "vida eterna", de la vida del más allá, del perdón de nuestros pecados, de limpiar nuestra alma... Creo que no!
Nos habla de esta vida, de cómo tenemos que vivir aquí y ahora. De que vaya aprendiendo a tener compasión y ternura hacia los últimos y necesitados. De que vea a mi mundo con ojos de esperanza, a pesar de todas las calamidades que nos envuelven. De que, realmente, otro mundo es posible: más justo, más solidario, más humano... Y ahí es donde yo debo cambiar y darme la vuelta. Y el mal de tanta gente, la miseria, la violencia, la opresión, el hambre y la enfermedad... comienza a tener una respuesta a las peticiones de tantos hombres (como Jairo), de tantas mujeres (como la que nos cuenta el relato de Marcos).
"Tu fe te ha curado".
Esperanza y fe en la manera de ser de Jesús de Nazaret, en su buena noticia, en el nuevo camino, en que si nos comportamos y vivimos así... estamos entrando en el reino de Dios, en su fiesta, en esa familia nueva.
Hay momentos en los que me admiro de cómo leemos los textos del evangelio dejando de lado lo más central de su mensaje: la Buena Noticia, la señal de que entramos en la nueva vida... Y nos quedamos con los "milagros", las anécdotas y las aplicamos a nuestra vida espiritual, a nuestra alma, a la vida eterna...
Llegamos a aplicar a Dios nuestros puntos de vista y nuestros modos y maneras humanos y hasta nos inventamos cómo va a ser la vida más allá de la muerte, eso de "contemplar a Dios cara a cara" y cosas así...
Todos sabemos que eso del más allá nos supera.
Aceptamos nuestro nacimiento (maravilla de la vida que vamos compartiendo con nuestra familia y con innumerables generaciones) y acogemos el final que llamamos muerte. Y fuera de eso, todo lo demás lo dejamos en manos de la raíz misma de la vida (le llamemos como le llamemos).
Que no nos ocurra que nos preocupemos del más allá (que no tenemos) y olvidemos del más acá (de nuestra vida actual y real).
"Tu fe te ha curado"... Que no me olvide!
Lectura del santo Evangelio según san Marcos (5,21-43):
En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.»
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda, su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que, había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio le la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: “¿quién me ha tocado?”»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.
Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).»
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años–. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
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