En estos días de agosto 2011 la iglesia, en especial la iglesia de Madrid, celebra su fe mediante un espectáculo grandioso.
La visita del Papa Benedicto XVI, la concentración de jóvenes de todo el mundo, las múltiples celebraciones, la demostración multitudinaria y palpable de la iglesia, esa manifestación continuada y mantenida mediante arengas, gestos, canciones, bailes parece querer mostrar que no sólo somos muchos en la iglesia, sino que tenemos una fe vigorosa, exultante, llena de brío y valor.
Es una versión joven de una institución que, a pesar de tanta juventud que se muestra tan llena de entusiasmo, creo que sigue anclada en sus normas más clásicas y ortodoxas.
Tengo que añadir que no soy joven y que es muy posible que no sepa captar toda la euforia y entusiasmo que exponen y desarrollan todos estos jóvenes.
Igualmente tengo que señalar que me parece bien todos los aspectos de fiesta y celebración que incluyen en sus manifestaciones sean religiosas o no. Que hay muchas maneras de vivir la fe en Jesús de Nazaret. Que la expresión de cada pueblo y cultura también forma parte de esa fe...
Lo que me hace dudar es el espectáculo.
Esos ríos de gente por las calles de Madrid, esos gritos y aclamaciones, toda esa fiesta que se monta en las plazas... es algo que ya hemos visto muchas veces en esta ciudad. Que gana el equipo de fútbol Real Madrid... Que España gana la Copa de Fútbol y se proclama campeona del mundo... Que se celebra una manifestación contra la guerra de Irak... Que se protesta por los asesinatos de ETA... Miles y miles de personas llenan las calles, proclaman su euforia o su protesta, ondean banderas y pancartas, se gritan slogans, se pide y se solicita o simplemente se grita y se vocea el motivo de su reunión...
Es el espectáculo.
Ahora nos llegó este espectáculo de la fe. ¿Por qué no?, dirán algunos.
A mi entender, simplemente creo que no es el camino. Y no lo es porque la demostración de mi fe va en otro sentido. No me siento necesitado ni obligado a demostrar que tengo fe, que la mía es la más grande, la más festiva, la más vistosa, la más numerosa...
Creer en Jesús de Nazaret me hace fijar la vista, ante todo, en todos esos que no tienen ni siquiera voz, que no pueden mostrarse porque son ilegales, que no pueden reclamar porque los expulsan o los meten en la cárcel, que no pueden salir a cantar y bailar porque apenas si tienen fuerzas para subsistir, que les gustaría hacer fiesta celebrando que tienen casa y no una chabola, que tienen trabajo y no hacer cola ante el INEM (oficina del paro)...
Todo lo demás me sobra.
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