domingo, 17 de octubre de 2010

Orar sin desanimarse


17 de octubre - 29º domingo del tiempo ordinario

Podemos decir que todos nosotros somos cristianos viejos. Lo digo, no sólo por la edad (jubilado, tercera edad... que somos la mayoría de los que asistimos a la eucaristía), sino por los muchos años que llevamos asistiendo a misa intentando seguir a Jesús de Nazaret.
Somos los que se saben todo o casi todo.
Hemos escuchado tantos sermones y explicaciones que casi casi adivinamos lo que nos va a decir el cura en misa.
Sin embargo, al leer el evangelio de este domingo me siento como aquellos primeros seguidores de Jesús.
Nos han explicado y conocemos los mandamientos de Dios (siguiendo lo dictado por Moisés); hemos aprendido y recitado las oraciones del cristiano; hemos rezado el rosario (quizás más en otro tiempo) hasta nos hemos dormido con el ronroneo y la repetición del avemaría o de la letanía... Todo eso lo hemos cumplido; pero parece que no llegamos al fondo y nos quedamos como vacíos.
Orar, ¿qué es orar?
El evangelio nos indica que Jesús se retiraba a orar muy a menudo. Es más, parece que era parte importante de su vida.
Y cuando explica cómo orar lo hace de la forma más simple. Nos dice que tenemos que evitar las muchas palabras... Que no es necesario hacer una manifestación de nuestra oración... Que nos centremos en lo que es importante. Y nos facilita una oración: "Padre nuestro..." o como expresa en su lengua: "Papá"
Desde hace años intento degustar y paladear esa oración de Jesús. No es para recitar. No es para tener prisa en terminar. Y cada palabra, cada frase es lo suficientemente densa como para detenerse en ella.
Y diría que el comienzo de la misma nos da la clave para captar el sentido profundo de Jesús, de su vida, de su intensidad...:
"Papá, que tu nombre sea santificado
que venga tu reino
que haga tu voluntad..."
El Reino de Dios es el centro de su vida, su motivación, su fuerza y su mayor interés. Todo va a girar en torno al Reino de Dios.
Y hoy, cuando explica a sus seguidores cómo orar a Dios sin desanimarse, les cuenta la parábola del juez y la viuda... Y termina diciendo: "Fijaos en lo que dice el juez injusto; pue sDios ¿no hará justicia a sus elegidos...?"
Ya en otra ocasión les dijo aquello de que si vuestro hijo os pide pan, no le dais una piedra... Y termina diciendo: "Si vosotros siendo malos dais cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro padre del cielo..."
Entonces pienso que el punto está precisamente en la confianza que ponemos en Dios, nuestro padre.
Centrados en el Reino de Dios, oramos a nuestro padre a la manera de Jesús y ponemos total confianza en El que no dudamos de que nos hará justicia...
Lo que no quiere decir que Dios, nuestro padre, resuelve nuestros problemas y dificultades, ni nos libre de las enfermedades y la muerte. Tampoco Jesús se libró de ella.
Que nos haga justicia es más probable que se refiere a su Reino, a alcanzar su estilo y vida... Así pues, a pesar de todo, ponemos toda nuestra confianza y seguridad y oramos sin cesar como Jesús mismo nos enseñó: "Papá, que santifique tu nombre, que mi vida, mis palabras, mis pensamientos, mis obras santifiquen tu nombre. Que al verme los otros den gracias a Dios.
Que venga tu Reino. Que me esfuerce en hacer realidad tu estilo y manera de vivir.
Y que aprenda a hacer tu voluntad en esta vida que me has dado.
El pan de mañana dánoslo hoy. Lo que necesitamos, mis hermanos y yo mismo.
Perdona todo el mal que he hecho, como al decir estas palabras yo también perdono a los que he ofendido.
No me dejes caer en la tentación: el poder, el dinero, el placer.
Y líbranos del Malo. Amén

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