sábado, 25 de septiembre de 2010

Aunque resucite un muerto


26 septiembre 2010 - 26º domingo tiempo ordinario

Hablamos de religión. Comentamos la vida de la iglesia y observamos cómo va disminuyendo el número de personas que asisten a misa y a otras prácticas religiosas. Y echamos de menos aquella masa de fieles que llenaba en otro tiempo las iglesias.
Los que dirigen la institución adopta, también, tonos de precaución y reserva. Señalan el secularismo, la libertad de costumbres, el abandono de los valores morales, el alejamiento del evangelio como la causa de este alejamiento.
Hoy, leyendo el evangelio de Lucas (en el capítulo 16), me ha parecido percibir un estilo y una manera muy diferentes.
Tengo la impresión de que a Jesús de Nazaret no le preocupaba mucho que se llenara el Templo de Jerusalén, ni que acudieran muchos a escuchar las enseñanzas de los rabinos y maestros de la Ley.
Jesús habla de la vida, de cómo actuamos, de cómo hacemos las cosas. No realiza análisis de doctrina, ni de prácticas religiosas.
Entonces, al igual que ahora, había de todo: personas muy religiosas y cumplidoras que seguían al pie de la letra los mandamientos y enseñanzas (los fariseos, entre otros). Y había gentes que pasaban de lo que predicaban en las sinagogas, en las reuniones. Gentes de dinero que lo único que deseaban era vivir bien, vestir bien, comer mejor sin darse cuenta de las necesidades de otro menos favorecidos que ellos...
Y había, al igual que ahora, personas que vivían en la escasez y la miseria: personas que habían perdido el trabajo o su hacienda, extranjeros inmigrantes a los que nadie contrataba, familias que habían tenido malas cosechas y se habían endeudado completamente con el señor propietario de las tierras...
Eso es lo que Jesús observa. Y, ante esa realidad, su comentario y su preocupación no van dirigidos hacia el seguimiento de las enseñanzas y mandamientos; sino que, centrado en su gran pasión por el Reino de Dios, trata de hacernos ver lo que más importa, la manera de alcanzar un estilo de vida diferente, la manera de Dios.
Y ahí está la parábola, llena de humor e ironía. El rico que viste como gran señor, come espléndidamente y vive, como se suele decir, "como Dios". Y está, también, el pobre Lázaro, tirado en el suelo y extiendo su mano a ver si alguien le da algo. Cubierto de llagas, ante el que uno gira la vista para no verlo. Sólo los perros se acercan a lamerle las llagas...
No necesitamos ir muy lejos para ver a gentes así entre nosotros.
Jesús sólo nos unos ejemplos para llegar a esa conclusión: A los dos les llega la hora de su muerte y, siguiendo las enseñanzas y el modo de entender de las gentes, el rico muy rico se va a los infiernos, mientras que el pobre Lázaro se va al paraíso...
Y ahí llega ese guiño de Jesús. Porque, claro, si el rico hubiera sabido que iba a ser así..., si le hubieran dicho el final que iba a tener... Por favor, díselo a mis hermanos y amigos! Manda a alguien, a Lázaro mismo, a un ángel... -No te hagas ilusiones! Ahí tienen a Moisés y a los profetas, ahí tienen a todos los maestros de la Ley... Lo que yo te diga, si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto!
Entonces, todo el acento va puesto en la manera de tratar y acoger al hermano. Ahí está la clave. Para entrar a vivir la vida de Dios, para acceder a su Reino, sólo tenemos una manera: vivir como hermanos.
Juan, en sus cartas, lo repite hasta la saciedad. Se le quedó tan grabado el mensaje de Jesús: "Amaos unos a otros"... "Dios es amor"... (No doctrina y saber: sino manera de vivir). Y lo que va a cambiar mi vida es iniciarme en ese estilo.
Que seamos capaces de escuchar esa palabra de Jesús. Amén.

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