...Y se puso a repartirlos
28 de julio 2024
Una vez más nos reunimos para celebrar la Eucaristía. Los sábados, los domingos... nos hemos acostumbrado a asistir a la misa. Antes se decía: "oír misa". Porque era lo que hacíamos. Hace muchos años nos la decían en latín y seguíamos la ceremonia bien con rezos personales o con la actitud piadosa ante lo que se celebraba.
Luego vino el Concilio y cambiaron muchas cosas. La misa se celebraba en el idioma de la gente y participábamos de alguna manera.
Ahora lo que nos preguntamos es si esta antigua tradición de la Iglesia, los ritos y ceremonias en las que participamos cada vez que vamos a misa, responden al mensaje de Jesús, a la primera tradición de las comunidades de seguidores. Porque la vida de los discípulos de Jesús debe ir marcada por su mensaje, por su estilo de vida, por su modo de comportarse y de relacionarse con las demás personas.
De ahí la pregunta y la reflexión. Creo que hicimos un misterio y sacramento de lo que tenía que ser el elemento de encuentro y puesta en común de los hermanos y hermanas. Un compartir el pan y el vino para tener fuerzas y ánimo a la hora de vivir con las personas que nos rodean; para que sientan y vean en nosotros qué significa entrar en el reino de Dios, en una sociedad en la que lo más importante es la fraternidad, el servicio y la atención hacia los más necesitados y débiles.
Creo que la Eucaristía no es para adorar a Jesús, ni para hacerle visitas (como si estuviera prisionero en el sagrario), ni para ir a rezarle y decirle que le queremos... No! La Eucaristía tiene que significar precisamente lo mismo que el mensaje de Jesús, su Buena Noticia del Reino de Dios.
Como comenta José Antonio Pagola: -"A veces nos preocupa si el celebrante ha pronunciado las palabras prescritas en el ritual. Hacemos problema de si hay que comulgar en la boca o en la mano. Y, mientras tanto, no parece preocuparnos tanto la celebración de una eucaristía que no es signo de verdadera fraternidad ni impulso para buscarla."
"Y, sin embargo, hay algo que aparece claro en la tradición de la Iglesia: «Cuando falta la fraternidad, sobra la eucaristía» (Luis González-Carvajal). Cuando no hay justicia, cuando no se vive de manera solidaria, cuando no se trabaja por cambiar las cosas, cuando no se ve esfuerzo por compartir los problemas de los que sufren, la celebración eucarística queda vacía de sentido."
Creo que eso es lo que debe preocuparnos. Y para esa celebración, para ese encuentro de los seguidores de Jesús, la tradición de la Iglesia se ha ido centrando más en los celebrantes, en los ritos, en las vestiduras, en la lengua, en el vocabulario dejando de lado la razón de ser de la misma. Porque lo que importa no es que el que preside sea sacerdote, obispo o cardenal. Que sea hombre o mujer. Que se utilicen las palabras exactas, las oraciones prescritas, que se siga el orden preciso... Al final todo eso es quedarse en las hojas, como se dice.
Desde hace mucho tiempo (siglos) se decidió que toda la celebración, todos los ritos, los celebrantes, las vestiduras, el modo de hacer y de decir era inmutable, No se podía cambiar nada... como si fuera una orden directa de Jesús. Y así nos encontramos ahora con que no hay celebrantes (sacerdotes) para todas las comunidades; preparar a una persona para presidir la Eucaristía requiere toda una preparación y unos estudios larguísimos, unas condiciones especiales (además de que todavía exigen que sea hombre). De esa manera la Eucaristía queda a cargo de dicha persona y las demás personas siguen de oyentes, alumnos que no progresan y repiten año a año...
Entiendo que si el grupo o comunidad de seguidores no se siente interpelada y cuestionada por el mensaje de Jesús, no estamos celebrando nada, nos hemos colocado al margen de la propuesta del Maestro.
Tenemos que repetir: «Cuando falta la fraternidad, sobra la eucaristía»
"Cuando no hay justicia, cuando no se vive de manera solidaria, cuando no se trabaja por cambiar las cosas, cuando no se ve esfuerzo por compartir los problemas de los que sufren, la celebración eucarística queda vacía de sentido."Texto del evangelio de JUAN 6, 1-15