13 de septiembre 2020
Este fin de semana seguimos con el texto del evangelio de Mateo y el el tema sigue siendo el perdón.
Escuchábamos la semana pasada aquello de "si tu hermano peca contra tí"... "repréndelo..., y si no te hace caso llama a otros dos hermanos..."
En el texto de hoy Pedro pregunta: "-¿Cuántas veces tengo que perdonarlo? Hasta siete veces?" Y Jesús dice: "No tre digo siete, sino setenta veces siete"...
Luego se añade una parábola en la que refleja el comportamiento más común. El que tiene una deuda millonaria y solicita que se la perdonen y luego es incapaz de perdonar una deuda que es menos que una propina.
Todo eso lo hemos escuchado muchísimas veces y, casi siempre, lo aplicamos bien pensando en otras personas; pero... y nosotros, ¿cómo vivimos el perdón y la reconciliación?
Releía y reflexionaba sobre nuestra vivencia como comunidad de seguidores de Jesús de Nazaret y tengo un montón de dudas sobre el modo y manera de nuestra tradición católica.
A lo largo del evangelio, en todo el mensaje de Jesús, hay algo tremendamente claro y fundamental: La relación humana, nuestro comportamiento con los hermanos. Todos los judíos, Jesús también lo era, tenían muy claro lo de la Ley y los Profetas, los Mandamientos y el Templo. Eso era lo más sagrado. Sin embargo, en la proclamación de la Buena Noticia no se habla de todo eso. Insiste una y otra vez en la misericordia, en la compasión, en el servicio y la fraternidad.
A poco que recordemos los textos de los evangelios, nos encontraremos las indicaciones que nos señalan cómo tenemos que vivir y actuar: "Si cuando vas a presentar tu ofrenda, te das cuenta de que tu hermano tiene algo contra tí..., deja tu ofrenda y ve primero a reconciliarte con él". La parábola del Buen samaritano. Cuando habla del juicio final y dice aquello de: "tuve hambre y me disteis de comer..." O la parábola del Rico Epulón y el Pobre Lázaro... Así podemos recorrer todo el evangelio.
Las primera comunidades de seguidores tenían muy claro lo de la fraternidad, el servicio, el poner en común lo que tenían, compartir... El mandamiento nuevo de Jesús: "Que os améis unos a otros..." era el fundamento de todo. Y en los Hechos de los Apóstoles se recoge una frase que se decía: "Mirad cómo se aman!"
Los siglos y la historia han ido modificando la manera de entender y de explicar la Buena Noticia. Al estilo del Imperio, los que presidían las comunidades cristianas subieron de categoría, se convirtieron en los representantes de Dios, se presentaron tomando la voz y el lugar de Jesús y decidieron que sólo ellos podían perdonar los pecados. Y a partir de ese momento se tuvo como si fuera un tiempo de rebajas. Pecábamos y pecábamos... (una ofensa contra Dios que podía ser mortal o venial), pero si acudíamos al sacerdote y confesábamos, quedábamos limpios. La penitencia que nos imponía no era una dificultad. Incluso, por muy pecador que fuese, si antes de morir acudía el sacerdote y me confesaba... me iría derecho al cielo...
Y me pregunto: -Qué pasa con los hermanos y hermanas? Mi pecado, mi fallo, mi error, es algo en relación a ellos y a ellas. Si no me reconcilio con ellos y ellas, cómo voy a tener perdón? Reconciliarse es rehacer la fraternidad, recoser la solidaridad y la compasión, volver a dar la mano, a mirar a los ojos... Y de ese encuentro nace el perdón.
"Todo lo que atéis en la tierra, quedará atado en el cielo; lo que perdonéis, será perdonado..." Creo que es la comunidad de hermanos y hermanas la que ata y desata, la que perdona... Y eso de querer arreglar mis cuentas directamente con Dios, no es propio del mensaje de Jesús de Nazaret.
Dios nos quiere y nos ama siempre porque Él mismo es Amor. Y lo que hacemos y cómo nos comportamos no le alcanza a Él, sino a los hermanos y hermanas. Ahí está el punto. Por eso, cuando me olvido de los demás, cuando no me entero de que hay gente que pasa hambre, que pasa necesidad, que anda marginada, que sufren violencia y opresión... entonces no soy digno del Él, no me conoce y puede decirme aquello de "Alejaos de mí malditos..."
Reconocemos, en comunidad, que cometemos fallos, errores, que no andamos finos con los demás... y pedimos perdón a los hermanos. Y, claro, pedimos a Dios nuestro padre que no nos lo tenga en cuenta, como nosotros tampoco lo hacemos...
Perdonar y reconciliarse. Algo que tenemos que aprender y practicar.
Texto del evangelio de Mateo, 18, 21-35