17 de mayo 2020
Seguimos leyendo y escuchando el evangelio de Juan (cap.14, 15-21). Es un texto denso, como si fuera el mensaje de Jesús concentrado. Algo que, más tarde, encontraremos en la primera Carta de Juan... "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos..."
Para mejor entender el sentido de lo que leemos o escuchamos Fray Marcos nos hace la siguiente introducción: "Se habla de la presencia de Dios, de Jesús y del Espíritu en la primera comunidad. Se trata de hacer ver a los cristianos de finales del s. I, que no estaban en inferioridad de condiciones con relación a los que habían conocido a Jesús; por eso es tan importante este tema, también para nosotros hoy. Nos pone ante la realidad de Jesús vivo que nos hace vivir a nosotros con la misma Vida que él tenía antes y después de su muerte; y que ahora se manifiesta de una manera nueva. Se trata de la misma Vida de Dios (Zoe). Esto explica que entre en juego un nuevo protagonista: el Espíritu..."
Entiendo que, muy a menudo, el lenguaje que han usado y siguen usando los sabios y entendidos de la Iglesia termina por confundirnos. Donde Jesús de Nazaret habla de la Vida de Dios, de Dios que es Espíritu y de su vida misma, simplemente está usando un lenguaje que aquellas personas podían entender (aún empleando diferentes palabras). Dios es espíritu, nadie lo ha visto. El que ama, tiene la vida de Dios. Su espíritu habita en él... Juan en sus cartas utiliza ese lenguaje continuamente. No está hablando de 3 personas, de 3 naturalezas... Está hablando de esa realidad nueva, la vida de aquellas personas que se han encontrado con el Maestro y vive a su estilo y manera.
"Si me amáis, guardaréis mis mandamientos -Sigue el comentario de Fray Marcos- Sus mandamientos que en el capítulo anterior quedaron reducidos a uno solo: amar. Quien no ama a los demás no puede amar a Jesús, ni a Dios. Los mandamientos son exigencia del amor. Las “exigencias” no son obligaciones impuestas desde fuera sino la exigencia que viene del interior y que se debe manifestar en cada circunstancia concreta. Para Juan, “el pecado del mundo” era la opresión, que se manifiesta en toda clase de injusticias. El “amor” es también único, que se despliega en toda clase de solidaridad y entrega a los demás..."
Formados y conformados con lo que aprendimos en el Catecismo y en las clases de Religión, hemos ido basando nuestra religiosidad y devoción en el cumplimiento de Mandamientos (de Dios y de la Iglesia) que nos daban un aprobado y una buena nota para acceder a la salvación eterna, al cielo. Y aprendimos a interpretar el mensaje del evangelio en base a un Código de Normas y Prohibiciones además de una serie de prácticas y devociones que nos hacían ser buenos hijos de la Iglesia.
Ahora, al leer y escuchar atentamente el mensaje, quizás tengamos algunas dudas al respecto. Y no es que no quedara claro en las lecturas de los otros evangelios, sino que con eso de las normas y mandamientos se nos hacía más fácil de cumplir... Lo malo es que no se trata de cumplir, sino de vivir, de hacer y entender las cosas de otra manera. Si no amo, no guardo su mensaje, su mandamiento. Si no sé amar a los que voy encontrando en mi camino, no he entendido la Buena Noticia del Maestro de Nazaret. Y ahí entran las diferentes personas que me rodean, las del barrio, las que me encuentro delante del super, las que pasan necesidad, las que no son de aquí, las que piensan diferente... Y cuando empezamos a poner cariño en nuestras acciones y en nuestra vida, dice Jesús, que Dios y él mismo estarán dentro de nosotros... Su espíritu, su aliento, será el nuestro...
Y ésa es la manera de amar a Dios y a Jesús... Como escribe José Antonio Pagola: "Jesús es la única persona que merece ser amada de manera absoluta. Quien lo ama así no puede pensar en él como si perteneciera al pasado. Su vida no es un recuerdo. El que ama a Jesús vive sus palabras, «guarda sus mandamientos», se va «llenando» de Jesús..."
Al vivir amando a las otras personas, estamos amando a Jesús. Al poner nuestro cariño y ternura en la atención a los demás es cuando tengo el espíritu de Dios, cuando respiro como Él. Y mi vida se va llenando de algo realmente increíble que nos llena de paz y de una serenidad que nada y nadie nos puede dar.
Texto del evangelio de Juan 14, 15-21
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