Domingo 23 de Abril de 2017
Semana a semana intento seguir al Maestro. Acudir a la eucaristía que celebramos en nuestra parroquia (o en el lugar donde me encuentre) y unirme a tantos grupos y comunidades que celebran la "memoria del Señor" (su vida y su muerte). Escuchamos los relatos de las primeras comunidades (los evangelios) y de esa manera trato de ponerme a la escucha de lo que Jesús de Nazaret nos dice a nosotros aquí y ahora.
Es cierto que, en más de una ocasión, siento la pequeñez y la humildad de nuestros grupos y parroquias. Quizás nos contentamos con esa pequeña participación en una mezcla de religiosidad y devoción siempre con el deseo de que el evangelio afecte a mi vida y la convierta en verdadera levadura o sal que haga fermentar la masa (mi entorno) y dé sabor a todo lo que hago...
Todo eso que nos cuentan los relatos del evangelio vienen a ser la maduración de aquellos hombres y mujeres que conocieron al Maestro y que resultaron tan impactados con los terribles hechos de la pasión y muerte en la cruz.
Fray Marcos lo comenta muy bien: "Todos lo abandonaron y huyeron”. Eso fue lo más lógico, desde el punto de vista histórico y teológico. La muerte de Jesús en la cruz perseguía precisamente ese efecto demoledor para sus seguidores. Seguramente lo dieron todo por perdido y escaparon para no correr la misma suerte. La mayoría de ellos eran galileos, y se fueron a su tierra a toda prisa. Seguro que el domingo por la mañana, aún no habían dejado de correr...
La aclaración de que Tomás no estaba con ellos, prepara una lección para todos los cristianos. Separado de la comunidad no tiene la experiencia de Jesús vivo; está en peligro de perderse. Solo cuando se está unido a la comunidad se puede ver a Jesús.
Cuando los otros le decían que habían visto al Señor, le están comunicando la experiencia de la presencia de Jesús, que les ha trasformado. Les sigue comunicando la Vida, de la que tantas veces les ha hablado. Les ha comunicado el Espíritu y les ha colmado del amor que ahora brilla en la comunidad. Jesús no es un recuerdo del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. Pero los testimonios no pueden suplir la experiencia personal..."
A partir de ahí comprendo que es, precisamente, en esas comunidades con las que nos reunimos donde encontraremos la fuerza para seguir al Maestro, el aliento nuevo (el espíritu de Dios) y la alegría de contactar con él... Sin milagros, sin manifestaciones espectaculares, sin meter la mano en su llaga del costado...
María Dolores de Guzmán lo comenta de esta manera: "La petición de Tomás forma parte del interminable reguero de signos que ya antes otros habían pedido a Dios y que, a día de hoy, continuamos pidiendo nosotros para darle crédito. El problema, sin embargo, no está en el hecho de suplicar que se nos dé una señal, sino en que únicamente aceptemos la que queremos nosotros sin darnos cuenta de que hay multitud de ellas mucho mejores que la nuestra...
Al apóstol incrédulo no le dio una prueba definitiva, como a él le hubiera gustado, sino que le dio algo mejor: le hizo ver que solo el amor tiene la palabra definitiva..."
Así, pues, respondo a la pregunta de "por qué vas a misa"... Porque es en esa comunidad (sí, tal como es) que podría decir que "tengo wifi" y consigo tener conexión con nuestro maestro y percibir el nuevo estilo de vida suyo que se fortalece en la celebración de la "cena del Señor".
Texto del evangelio de Juan 20, 19-31
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