Domingo 16 de Abril de 2017
Es la Pascua. El paso de la muerte a la vida. La resurrección.
Así y de muchas otras maneras nos han hablado siempre. Es el gran acontecimiento. Es el fundamento de nuestra fe... Y siguen las citas de San Pablo, de los Hechos de los Apóstoles, de la doctrina tradicional de la iglesia.
La dificultad está en que no sabemos qué significa realmente y creo que nadie puede decirnos cuál fue la experiencia de aquellos hombres y mujeres (seguidores de Jesús de Nazaret) que, después de sufrir con el desastre final de Jesús (su pasión y muerte en la cruz) y todo el miedo que pasaron ellos mismos, viven tan intensamente la nueva realidad que les lanza sin miedo alguno a proclamar que "ese Jesús al que vosotros matasteis colgándolo de un madero" está vivo.
Si lo tomamos así al pie de la letra, nos maravillamos y nos admiramos del milagro. Y, como razón, añadimos que Jesús es "el hijo de Dios" y por eso vence la muerte y vuelve a sentarse al lado de Dios padre desde donde vino a salvarnos... Todo ello razonamientos muy humanos; pero que explican poco porque nadie lo ha visto. Es, precisamente Juan, el que insiste que "a Dios nadie lo ha visto" y sólo en el amor a los hermanos podemos reconocerlo y amarlo.
Lo mismo podemos aplicar a Jesús de Nazaret. A él lo vieron sus compañeros y seguidores. Comieron con él. Caminaron con él. Hablaron y discutieron con él. Rieron con él y celebraron fiestas... Hasta su muerte. El siguiente paso tenemos que darlo "en la fe", en nuestra vivencia de hermanos y hermanas que han decidido seguir sus huellas.
Y ahí comienza la "nueva vida". Es la buena noticia del evangelio. Independientemente de la muerte física que tengamos.
Hoy recordaba otra lectura que suelen hacernos también en la Pascua. Creo que está tomado de una carta de Pablo: "limpiaos de la vieja levadura... a fin de que seáis como una masa nueva...". Y Jesús hablaba del ejemplo de la levadura que transforma toda la masa...
A eso quiero y deseo aspirar. Ser levadura y levadura nueva. Eso se traduce en vivir la fraternidad, la solidaridad, la compasión y la ternura... especialmente hacia los más débiles y necesitados. Es la marca del evangelio, la de Jesús nuestro maestro. Y llevar esa levadura, esa semilla, dentro de nosotros es comenzar a saborear la "Pascua", en la que comenzamos a pasar de la muerte a la vida.
Así vamos a caminar hacia nuestro origen y fuente de donde vinimos y a donde regresamos: Dios nuestro padre.
Me gusta pensar y recordar a todos los que ya se fueron: mis padres, mi hermano gemelo, mis abuelos, mis bisabuelos... Y sigo añadiendo a todos los que me han tocado (suegros, tíos, tías, amigos, conocidos, vecinos...). Los que se fueron y los que nos siguen. Con una vida que recibimos y que intentamos transmitir.
Y con todos ellos: Feliz Pascua de la vida.
Texto del evangelio de Juan 20, 1-9
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