Domingo 24 de Enero de 2016
Todavía sigo escuchando los avisos que se dan en la iglesia sobre los "días de precepto" y la "obligación de ir a misa". También creo que la mayoría de las personas que participan en la eucaristía (yo suelo ir los sábados por la noche) sigue esos avisos y preceptos como Dios manda.
Para mí se está convirtiendo en una necesidad. Tengo que escuchar al Maestro. Tener tiempo de centrarme en él y reflexionar (y también orar) tratando de convertirme en discípulo suyo.
Creo que nosotros, al igual que les podía ocurrir a los judíos de su tiempo, hemos ido asumiendo en nuestra vida muchísimas cosas y costumbres, mentales y religiosas, que parecían darnos tranquilidad y equilibrio: cumplíamos con Dios, seguíamos las costumbres religiosas de nuestros padres, rezábamos las oraciones y nos encomendábamos a los santos y santas que mejor nos caían o que parecía que podían ayudarnos...
De pronto, aparece alguien que nos habla de otra manera. Echa a un lado devociones y rezos. Quita importancia a tantos preceptos y nos hace girar la cabeza para que nos fijemos en alguien que no es nadie, mal vestido, sin educación, extranjero, sin papeles, que tal vez hasta es casi un delincuente... Y nos habla de Dios; pero de un Dios muy diferente del que siempre nos habían hablado. Insiste en que tenemos que cambiar, que nos tenemos que convertir. Y que lo que importa es la compasión y la ternura. Que esos últimos, esos desgraciados (sí, los marginados sin papeles) serán los primeros en el reino de Dios...
Bueno, como que se ha pasado muchos pueblos!
Pues bien, el texto de este domingo (de la eucaristía de esta semana) es como la presentación del Maestro. Toma el texto del profeta Isaías y proclama que ésa es precisamente la Buena Noticia. Y que eso comienza ya mismo:
«Me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor »
Ahí está el programa y la dirección del Maestro. Jesús mismo, con su vida y con sus palabras puede decir:
«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
Y a mí me parece escuchar esa invitación: El que quiera ser mi seguidor y discípulo que asuma ese programa y esa dirección y me siga... Pienso que al salir de la eucaristía tenemos que volver a nuestra casa con ese propósito y esa propuesta.
J.A. Pagola apunta muy bien: "Los cristianos hemos de saber en qué dirección empuja a Jesús el Espíritu de Dios, pues seguirlo es precisamente caminar en su misma dirección... E
l texto no habla de organizar una religión más perfecta o de implantar un culto más digno, sino de comunicar liberación, esperanza, luz y gracia a los más pobres y desgraciados...
Ésta es la orientación que Dios, encarnado en Jesús, quiere imprimir a la historia humana. Los últimos han de ser los primeros en conocer esa vida más digna, liberada y dichosa que Dios quiere ya desde ahora para todos sus hijos e hijas."
Resulta, realmente, sorprendente la dirección y sentido que Jesús da a su vida y a su programa hacia el reino de Dios: Esa mirada y atención a... "los pobres..., los cautivos..., los ciegos..., los oprimidos..." ¿Qué dirección llevamos nosotros? ¿A quién prestamos atención?
Nuestro mundo occidental (rico y acomodado) protege sus fronteras, distingue entre refugiados e inmigrantes y da ayudas y dinero sólo a los que tienen papeles en regla. Al mismo tiempo se mantienen negocios de armas y de explotación que destruyen pueblos enteros y provocan guerras, hambre y destrucción.
El Suplemento del Cuaderno n.197 de Cristianisme i Justícia (Enero 2016) señala muy acertadamente: "Mirando el mundo tal y como está no hay duda de que necesita una revolución. Necesita una revolución ecológica, política, social y económica; pero fundamentalmente necesita una revolución del afecto y la ternura..."
Sí, creo que ésa es la dirección que debemos tomar.
Texto del evangelio de Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
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