Domingo 16 de Agosto de 2015
Un domingo más nos leen en la eucaristía un texto de Juan (continuación de los domingos anteriores) en el que insiste sobre el "pan vivo que ha bajado del cielo..." Y que "el que coma de este pan, vivirá para siempre..." Más todavía: "el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna,y yo le resucitaré en el último día..."
Todos esos textos forman parte ya de nuestra cultura religiosa y los escuchamos repetir hasta con cierta indiferencia.
Estoy seguro que, también nosotros, nos hacemos la misma pregunta que aquellos que escuchaban estas palabras: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?..."
A pesar de todas las sabias explicaciones que nos han dado los doctores de la iglesia, los santos y los más espirituales, resulta bien difícil de explicar aún apelando al sacramento de la eucaristía.
Creo que nos hemos aferrado a estos textos de una manera literal y dejamos de lado la vida de Jesús de Nazaret, sus actitudes y su modo de entender su proyecto del "reino de Dios".
A partir de textos como éstos de Juan se nos insiste una y mil veces lo importante que es ir a misa, comulgar frecuentemente, alimentarnos de la carne y de la sangre de Cristo... Todo ello rodeado de su contexto de confesión, penitencias, arrepentimiento, purificación y limpieza de nuestra alma. Incluso las actitudes y ceremonias de arrodillarse, inclinarse, cerrar los ojos, recitar toda una serie de oraciones...
Creo que ya he comentado todo esto en otras ocasiones.
¿Es malo todo eso? Por supuesto que no. Acaso toda esa doctrina recibida y que es tradición antigua en la iglesia es falsa? No me atrevería a insinuarlo.
Todo tiene su cultura y su razón. Durante siglos ha ayudado a muchísimos cristianos a vivir más piadosamente, a tener mejor corazón y a poner su mente en Dios y en los demás.
La dificultad que experimento es que, hoy en día, toda esa exposición no me dice nada. Siento como si nos alejara del mensaje central de Jesús de Nazaret. Porque su gran noticia del reino no consiste en centrarse en el culto a su persona, en todo que se hace y celebra en el templo. Y quiero creer que el fondo de todo ese discurso que nos presenta Juan va mucho más allá de las explicaciones literales que hemos recibido.
Voy a transcribir un texto de José Antonio Pagola que hizo comentando este discurso: "Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar.
Entonces, alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio..."
Porque alimentarnos de Jesús de Nazaret tiene que ver con eso: Hacer mío su proyecto y tratar de vivir como él. Si la eucaristía que celebramos no nos lleva a eso, estamos jugando en falso. Comer y vivir. Asumir lo que nos muestra y señala y hacerlo vida.
Todos esos textos forman parte ya de nuestra cultura religiosa y los escuchamos repetir hasta con cierta indiferencia.
Estoy seguro que, también nosotros, nos hacemos la misma pregunta que aquellos que escuchaban estas palabras: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?..."
A pesar de todas las sabias explicaciones que nos han dado los doctores de la iglesia, los santos y los más espirituales, resulta bien difícil de explicar aún apelando al sacramento de la eucaristía.
Creo que nos hemos aferrado a estos textos de una manera literal y dejamos de lado la vida de Jesús de Nazaret, sus actitudes y su modo de entender su proyecto del "reino de Dios".
A partir de textos como éstos de Juan se nos insiste una y mil veces lo importante que es ir a misa, comulgar frecuentemente, alimentarnos de la carne y de la sangre de Cristo... Todo ello rodeado de su contexto de confesión, penitencias, arrepentimiento, purificación y limpieza de nuestra alma. Incluso las actitudes y ceremonias de arrodillarse, inclinarse, cerrar los ojos, recitar toda una serie de oraciones...
Creo que ya he comentado todo esto en otras ocasiones.
¿Es malo todo eso? Por supuesto que no. Acaso toda esa doctrina recibida y que es tradición antigua en la iglesia es falsa? No me atrevería a insinuarlo.
Todo tiene su cultura y su razón. Durante siglos ha ayudado a muchísimos cristianos a vivir más piadosamente, a tener mejor corazón y a poner su mente en Dios y en los demás.
La dificultad que experimento es que, hoy en día, toda esa exposición no me dice nada. Siento como si nos alejara del mensaje central de Jesús de Nazaret. Porque su gran noticia del reino no consiste en centrarse en el culto a su persona, en todo que se hace y celebra en el templo. Y quiero creer que el fondo de todo ese discurso que nos presenta Juan va mucho más allá de las explicaciones literales que hemos recibido.
Voy a transcribir un texto de José Antonio Pagola que hizo comentando este discurso: "Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar.
Entonces, alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio..."
Porque alimentarnos de Jesús de Nazaret tiene que ver con eso: Hacer mío su proyecto y tratar de vivir como él. Si la eucaristía que celebramos no nos lleva a eso, estamos jugando en falso. Comer y vivir. Asumir lo que nos muestra y señala y hacerlo vida.
Texto del evangelio de Juan 6, 51-58
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