Domingo 15 de Febrero de 2015
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Entre nosotros, al igual que entre los judíos del tiempo de Jesús, sigue presente el sentimiento de "indignidad, impureza, pecado"... a la hora de "presentarnos ante Dios (o ante la Iglesia y sus representantes). Se ha ido creando una conciencia de alejamiento, de no limpios, de pecadores... indignos de acercarnos a Dios.
El texto de Marcos (leído en la eucaristía del domingo pasado, 15 de febrero) nos habla del leproso que se acercó a Jesús y le suplicada de rodillas: "Si quieres, puedes limpiarme"...
Resulta curioso y sorprendente la petición de un leproso que sabe muy bien que "está excluido" del culto, del Templo, de la práctica religiosa... Así lo dice la Ley. Y Jesús de Nazaret extiende su mano, lo toca y le dice: "Quiero, queda limpio".
Así lo comenta José Antonio Pagola: "Esto es lo que quiere el Dios encarnado en Jesús: limpiar el mundo de exclusiones que van contra su compasión de Padre. No es Dios quien excluye, sino nuestras leyes e instituciones. No es Dios quien margina, sino nosotros..."
Me pregunto si de tanto hablar de "pureza, penitencia, de rezos y prácticas piadosas" no hemos terminado por olvidar la "buena noticia" de Jesús de Nazaret. La de un Dios que es padre, que acoge, que no discrimina, que se agacha hasta los más débiles y despreciados, que no excluye sino que acoge (recordar al hijo pródigo, a la samaritana, a la mujer a la que iban a apedrear, incluso a Zaqueo...)
Ya está a punto de comenzar la Cuaresma y volveremos a escuchar las explicaciones y comentarios ya clásicos.
¿Somos personas que acogen o que excluyen? ¿Dónde está nuestra limpieza y purificación? ¿Cuál sería mi manera de acercarme a Dios, a nuestro padre?
Entiendo que mi solidaridad y mi acogida es capaz de "limpiar" y la buena noticia puede comenzar a brillar en la mirada de los más despreciados y excluidos al igual que en mí mismo.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 40-45
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