MAMEN HERNÁNDEZ, currocorre@yahoo.es
MADRID.
ECLESALIA, 18/02/14.- El lenguaje una vez más nos atrapa. Definimos, verbalizamos, damos forma a un fondo con un abecedario impuesto, un abecedario obediente, manso, agradable, que se arrodilla, súbdito incondicional de las lenguas que lo circulan y pronuncian sin el menor reparo.
Sí, el seis de febrero en la playa de Tarajal no perdieron la vida ni uno, ni dos, ni tres, ni cinco subsaharianos, ni siete, ni ocho, ni quince inmigrantes; han muertos personas, seres humanos, vidas llenas de vida, miradas repletas de horizontes, manos vacías en busca de esperanza, pies descalzos que perseguían el sueño de una tierra nueva.
Nadie elegimos dónde nacer, a derecha o izquierda, al sur o al norte, nadie nos ganamos con esfuerzo el lugar en el que por primera vez se abren nuestros pulmones al mundo abrigando nuestra piel desnuda. Nadie hacemos méritos, nadie pagamos con antelación el precio de estar al otro lado, lejos de la miseria y la inmundicia, a distancia de la guerra, del hambre, de la extrema violencia.
Ignoro las soluciones, las medidas y políticas de actuación que han de erradicar necesariamente este sin sentido, pero lo que sí sé es que tenemos que asumir responsabilidades, que esto no se resuelve construyendo muros cada vez más altos, con cuchillas cada vez más afiladas, con la delimitación de unas fronteras, desde todo punto de vista injustas y cuestionables.
Desde mi nada, desde lo poco que soy, solo digo que son personas mucho antes que inmigrantes, que la tierra es tierra y es de todos, casa y refugio.
Volvamos la vista a la Palabra, a la sabiduría, a las fuentes, desde ahí quizás, si nos dejamos, nos alumbre la luz con el único mensaje posible: «Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gálatas 5:14)».
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