8 de septiembre de 2013 - 23º del Tiempo Ordinario
El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»
Hay enseñanzas del Maestro que nos parecen exageradas. Y no es la primera vez que las escuchamos. Las oímos y, de una manera o de otra, tratamos de interpretarlas y suavizarlas.
Que no es que Jesús de Nazaret esté en contra de... Que lo que importa es poner por encima de todo el amor de Dios... Que se trata de ser "pobres de espíritu"...
De esa manera las indicaciones y propuestas de nuestro Maestro se quedan meras recomendaciones que tenemos que ir adaptando a nuestra situación personal...
Y así terminamos siendo lo que somos: discípulos de nuestra conveniencia. Como diría Jesús mismo, nos hemos convertido en una sal "sosa", sin sabor, que no sirve para nada.
"El que quiera salvar su vida, la perderá"
"De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su vida"
"No te preocupes tanto por el comer y el beber..."
"Buscad, ante todo, el reino de Dios y su justicia..."
De tantísimas maneras nos lo ha dicho. La buena noticia del reino, el nuevo estilo de vivir, ser hijos de la luz... Todo eso implica ese cambio, ese darnos la vuelta, de manera que no nos agarramos a las cosas o a las personas.
Hemos recibido la vida (todo un regalo) y estamos de camino hacia nuestro Padre...
Ese camino lo podemos hacer siguiendo lo que nos dice el mundo (nuestra sociedad, el pensar de tantísima gente): tener, acaparar, dominar... O siguiendo la manera que nos dice Jesús de Nazaret: tratar de hacer de nuestro entorno un mundo solidario, compasivo, justo, fraterno, en el que lo que importa es el amor que nos llevará a la "comensalía" (=compartir nuestros bienes, nuestra comida, nuestra vida) y a dar nuestra propia sangre... por los hermanos. Algo que tenemos que aprender en nuestras celebraciones de la eucaristía en la que recordamos y celebramos la muerte de Jesús (y muerte en la cruz). Siempre es bueno recordar que su muerte fue consecuencia de esa entrega a la buena noticia del reino, a vivir y tratar de convencer a los demás de la nueva manera de entender la vida, la religión y la sociedad...
Sólo viviendo de esa manera podemos ser discípulos del Maestro.
Y, por favor, no tratemos de cambiar lo que nos ha dicho.
En más de una ocasión, para hacerlo más espiritual, se nos dice que sólo si amamos a Dios, seremos capaces de amar a los hermanos, de cambiar este mundo... Ja! Es al revés. Sólo si amamos a los hermanos (en especial a los más débiles y necesitados), sabremos que amamos a Dios.
Y lo que importa no es la iglesia, sino el mundo y la sociedad que nos rodea... a la que hay que dándole sabor (como la sal).
La verdad, quiero ser discípulo de Jesús de Nazaret.
Texto del evangelio de Lucas (14,25-33)
Que no es que Jesús de Nazaret esté en contra de... Que lo que importa es poner por encima de todo el amor de Dios... Que se trata de ser "pobres de espíritu"...
De esa manera las indicaciones y propuestas de nuestro Maestro se quedan meras recomendaciones que tenemos que ir adaptando a nuestra situación personal...
Y así terminamos siendo lo que somos: discípulos de nuestra conveniencia. Como diría Jesús mismo, nos hemos convertido en una sal "sosa", sin sabor, que no sirve para nada.
"El que quiera salvar su vida, la perderá"
"De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su vida"
"No te preocupes tanto por el comer y el beber..."
"Buscad, ante todo, el reino de Dios y su justicia..."
De tantísimas maneras nos lo ha dicho. La buena noticia del reino, el nuevo estilo de vivir, ser hijos de la luz... Todo eso implica ese cambio, ese darnos la vuelta, de manera que no nos agarramos a las cosas o a las personas.
Hemos recibido la vida (todo un regalo) y estamos de camino hacia nuestro Padre...
Ese camino lo podemos hacer siguiendo lo que nos dice el mundo (nuestra sociedad, el pensar de tantísima gente): tener, acaparar, dominar... O siguiendo la manera que nos dice Jesús de Nazaret: tratar de hacer de nuestro entorno un mundo solidario, compasivo, justo, fraterno, en el que lo que importa es el amor que nos llevará a la "comensalía" (=compartir nuestros bienes, nuestra comida, nuestra vida) y a dar nuestra propia sangre... por los hermanos. Algo que tenemos que aprender en nuestras celebraciones de la eucaristía en la que recordamos y celebramos la muerte de Jesús (y muerte en la cruz). Siempre es bueno recordar que su muerte fue consecuencia de esa entrega a la buena noticia del reino, a vivir y tratar de convencer a los demás de la nueva manera de entender la vida, la religión y la sociedad...
Sólo viviendo de esa manera podemos ser discípulos del Maestro.
Y, por favor, no tratemos de cambiar lo que nos ha dicho.
En más de una ocasión, para hacerlo más espiritual, se nos dice que sólo si amamos a Dios, seremos capaces de amar a los hermanos, de cambiar este mundo... Ja! Es al revés. Sólo si amamos a los hermanos (en especial a los más débiles y necesitados), sabremos que amamos a Dios.
Y lo que importa no es la iglesia, sino el mundo y la sociedad que nos rodea... a la que hay que dándole sabor (como la sal).
La verdad, quiero ser discípulo de Jesús de Nazaret.
Texto del evangelio de Lucas (14,25-33)
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