sábado, 6 de abril de 2013

No seas incrédulo


7 de abril 2013 - 2º domingo de Pascua
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Pasadas las grandes celebraciones de la Semana Santa y de la Pascua, volvemos a esa realidad de nuestra vida diaria en la que realmente nos enfrentamos a lo que sucede en nuestro entorno.

Escuchando el relato de Juan, en el evangelio de este domingo, podemos hacer lecturas bien diferentes: Tratar de explicar lo que vivieron aquellos primeros seguidores de Jesús, hacer aplicaciones más o menos espirituales a nosotros mismos, insistir en la grandeza y divinidad de Jesús, Hijo de Dios, etc...
Supongo que de todas ellas puede uno extraer motivos para continuar con su vida y el seguimiento de Jesús.

Mientras escuchaba el relato de Juan y durante las explicaciones que nos daban no cesaba de pensar y reflexionar sobre la palabra de Jesús a Tomás: "No seas incrédulo..." Y lo entendía de una manera global. No como una alusión a la señal de los clavos o la herida del costado. Me parecía entender que lo que realmente cuestiona mi vida es el reino mismo de Dios. Si acepto o no esa manera nueva que nos mostraba Jesús de Nazaret.
Aquellos hombres y mujeres que habían seguido a Jesús, que "creían" en él, vivieron como una auténtica catástrofe el proceso final: apresado, juzgado, condenado y ejecutado como un malhechor, como un proscrito, como un bandido y marginado... ¿Qué quedaba de todo aquello del reino de Dios?
"No seas incrédulo".
En la eucaristía de los domingos, en la tranquilidad de la iglesia, es fácil decir las palabras de Tomás: "Señor mío y Dios mío"; pero cuando nuestro entorno se convierte en un desastre, cuando la sociedad que nos rodea parece negar la posibilidad de la humanidad nueva que creíamos, cuando tocamos con nuestras manos el dolor, la opresión, el desprecio, el egoísmo, la ambición, la lucha por el poder y el dinero, cuando la vida de tanta gente parece marcada por el fracaso...
"No seas incrédulo".
Entonces (y ahora más que nunca) tengo que mirar la señal de los clavos y meter, de verdad, mi mano en la herida mortal de su costado... Que su muerte no fue una representación, una procesión, una escena... Que fue bien real. Que el fracaso estuvo ahí presente...
Aquellas primeras comunidades de seguidores decían que, al reunirnos para la eucaristía, celebrábamos la "muerte del señor"... Porque, al hacerlo y reunirnos en su nombre, él está en medio de nosotros, vive, se hace realmente presente. Igual que bajar hasta el pobre y necesitado y "lavar sus pies", al hacer de nuestra vida un servicio, una entrega... Es entonces cuando afirmamos nuestra fe en el camino de Jesús, en el reino de Dios. Entonces dejamos de ser incrédulos y nos convertimos en creyentes.
Voy a seguir recordando esa palabra de Jesús: No seas incrédulo!
(Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31)

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