sábado, 27 de octubre de 2012

Maestro, que pueda ver


28 de octubre 2012 - domingo 30º tiempo ordinario
"-Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino..."

La narración que presenta Marcos nos hace sonreír. Qué suerte la de Bartimeo, verdad? 
Está junto al camino y escucha a la gente que pasa... Que es Jesús, el de Nazaret... Y comienza a gritar: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí".
Grita tanto que molesta y le regañan; pero aún grita más fuerte...
Hasta que Jesús lo oye.
«Ánimo, levántate, que te llama», le dicen. Dio un salto y se acercó a Jesús... -«¿Qué quieres que haga por ti?» -«Maestro, que pueda ver.» -«Anda, tu fe te ha curado»...
Y revivimos la escena y se nos llena la boca de risas... Qué suerte, Bartimeo!

José Antonio Pagola nos brinda un comentario muy interesante:
Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí". Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.

Vuelvo a leer el texto de Marcos y entiendo que, en más de una ocasión, nos parecemos al ciego Bartimeo. Estamos junto al camino. Escuchamos muchas voces, mucha gente que pasa...; pero no entendemos que pasa Jesús de Nazaret. Tal vez nos quedamos con nuestros pensamientos, con nuestras penas y desgracias. Incluso prestamos atención a todos los males que ocurren alrededor nuestro...
En nuestro mundo casi no tenemos luz para distinguir el camino. ¿Hacia dónde vamos? O simplemente nos quedamos sentados junto al camino... Como dice Pagola, nos hemos instalado en nuestra religión y no nos hemos convertido en "seguidores" del Maestro. Nuestra fe se ha reducido a nuestras prácticas religiosas, nuestros rezos, la asistencia a la misa...; pero no estamos seguros de él. Por eso no gritamos. Por eso continuamos arropados con nuestro manto y sentados al borde del camino...

Bartimeo confía en Jesús de Nazaret. Le grita su desgracia. Le pide su compasión... "Maestro, que pueda ver..."

Hoy quiero unirme al grito de ese ciego. Voy a repetir hasta cansarme su petición: "...que pueda ver..."
Ver y entender el camino de Jesús. Ver y seguir sus pasos. Deshacerme de los mantos y abrigos y saltar de una vez para encontrarme con Jesús, mi Maestro... "Que pueda ver..." Que sepa distinguir a Dios entre los humildes y desgraciados, entre los más desfavorecidos y olvidados!

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,46-52):
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

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